Cuando nadie hablaba ni de ayuda humanitaria ni se vislumbraba una futurible declaración de los derechos del niño, hace casi dos siglos, la Obra Pontificia de la Infancia Misionera se erigió como la primera iniciativa global en defensa y atención a los menores más vulnerables. “Un Ave María al día, una monedita cada mes”.
Este fue el lema que se ‘sacó de la manga’ el obispo francés Charles de Forbin Janson para fundar la Santa Infancia y concienciar a los chavales galos de que ayudaran a sus pares en China. Hoy ese eslogan se traduce como “Los niños ayudan a los niños” y, gracias a esa solidaridad espiritual y material, se sale al rescate de 1.121 territorios de misión con proyectos orientados a los más pequeños. Al frente de este engranaje está, desde 2017, la religiosa romana Roberta Tremarelli, misionera esclava del Santísimo Sacramento.
PREGUNTA.- ¿Qué supone para la Obra Pontificia de la Infancia Misionera haber cumplido 180 años?
RESPUESTA.- Estar todavía vivos significa que aún tenemos una función específica y que hacemos una contribución concreta. En estos 180 años la obra ha ayudado a muchos países del mundo a educar en la fe con espíritu misionero y universal a muchos niños y, a través de ellos, a muchas familias y adultos.
La función de las Obras Misionales Pontificias es ayudar al bautizado a sentirse parte de la Iglesia universal, a no pensar solo en la propia comunidad. Y a eso han ayudado la Obra Pontificia de la Santa Infancia. El obispo de Nancy, Charles de Forbin Janson, puso en evidencia la importancia de la oración y la ofrenda material. La obra hoy se extiende por más de 120 países. En algunos es muy conocida y colabora con la pastoral ordinaria, con la catequesis y con las escuelas. En otros países, que se promueva depende de si hay un profesor o catequista con sensibilidad. Pero, a mi juicio, proporciona una contribución y un aire universal que, a veces, es difícil de encontrar porque cada comunidad local, cada asociación y cada movimiento ya tiene su propio carisma y programa. Por eso, el animador responsable de la Infancia Misionera debe estar bien preparado, ser consciente y llevar una vida de fe activa.
P.- ¿Qué se le puede enseñar a un niño que es corresponsable en la misión?
P.- Sobre todo, hace falta contar los testimonios de los misioneros de hoy y del pasado. El fundador de la Santa Infancia la creó porque recibía cartas de misioneros que describían lo que estaban viviendo. Eso animó su pasión misionera y, sobre todo, quiso contar los testimonios para redescubrir a los demás el significado del bautismo y cómo vivirlo mejor. Cuando se prepara a los padres para que sus hijos reciban el bautismo, hay que subrayar la relevancia misionera universal católica. Y es importante, especialmente para los países occidentales y ricos, aclarar que ser misionero no significa solo dar algo a quien es más pobre que yo, sino compartir porque formamos parte de la misma Iglesia, la misma familia y la misma comunidad.
P.- ¿Son los niños más sensibles a las misiones que sus padres?
R.- Yo creo que sí. Por ejemplo, cuando se fundó la obra, se proponía a los que solicitaban el bautismo de sus hijos en las parroquias que se convirtieran en miembros de la Obra Pontificia de la Santa Infancia. Al principio, eran los padres los que se implicaban, porque un niño recién nacido no puede rezar. Se buscaba principalmente educar en la fe a los padres y, después, cuando el niño creciera, que se lo transmitieran.
Los niños son seguramente más sensibles porque tienen una forma de pensar más inmediata. Y ellos nos pueden sensibilizar, no porque generen compasión o piedad. De hecho, conviene vigilar eso, porque muchas veces se usan imágenes de los niños para mover el corazón de los adultos, y no deben ser instrumentalizados. Pero no menos cierto es que los pequeños pueden llegar mejor a los adultos, que estamos estructurados de otra manera y, a veces, no vemos las cosas.