“Será famoso, será una leyenda, todos los niños del mundo conocerán su nombre”. Es lo que Joanne K. Rowling (Yate, Inglaterra, 1965) puso de la profesora Minerva McGonagall en ‘Harry Potter y la piedra filosofal’ (1997), la novela que inauguró una de las sagas literarias –y cinematográficas– de más éxito de la historia. La predicción de la escritora que puso del revés la literatura infantil y juvenil fue más que acertada: más de veinticinco años después, suma 500 millones de libros vendidos –120 solo de aquella primera novela, publicada en España el 1 de septiembre de 1998– en 88 idiomas. Un fenómeno único, también por su mensaje.
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“He experimentado, directa e indirectamente, que con los libros de Joanne Rowling se puede pensar, se puede jugar, se puede reír, se puede imaginar. Sé que puede ayudar a crecer por dentro”, afirma Isabel Romero Tabares en ‘Educar con Harry Potter’ (PPC, 2022). “Creer que Harry Potter es uno de nuestros contemporáneos, aunque sea en un universo paralelo al nuestro, puede reconfortarnos y hacer que miremos a nuestro zarandeado mundo muggle con algo más de sabiduría y paciencia –prosigue–. Al fin y al cabo, también nosotros conocemos esa energía cuya magia guarda celosamente el ministerio de Magia”.
Esa “energía” es el Amor, con mayúsculas, entregado sin nada a cambio. Es lo que Rowling hace que Albus Dumbledore explique al propio protagonista en ‘Harry Potter y la Orden del Fénix’ (2003), quinto título de la saga. “Contiene una fuerza que es a la vez más maravillosa y más terrible que la muerte, que la inteligencia humana, que las fuerzas de la naturaleza –señala–. También es, tal vez, el más misterioso de los muchos temas de estudio que residen allí. Es el poder que está dentro de esa habitación el que tú posees en tal cantidad y que Voldemort no tiene en absoluto”.
Romero Tabares no duda. “Podríamos pensar que hay cierta ironía en el hecho de que, en una novela sobre magia, el amor termina siendo la fuerza más potente –concluye–. El amor es el poder subestimado que protege a Harry, hace que su vida valga la pena vivirla y, en última instancia, le permite derrotar a Voldemort. Con todos los hechizos, maldiciones, pociones y amuletos disponibles, el mensaje más profundo no tiene nada que ver con la magia”.
Sustrato creyente
Eso es lo que ya propugnó el anglicano Francis Bridger, que fue director del Trinity College de Bristol, acerca del héroe de Rowling: “Su espiritualidad y su moral favorecen el poder del amor, capaz de vencerlo todo”, escribió en ‘Una vida mágica. La espiritualidad del mundo de Harry Potter’ (Sal Terrae, 2002). Romero Tabares insiste y, además, admite el sustrato creyente de los siete libros: “Por supuesto, se advierte la inspiración cristiana en la historia, aunque esta no aparece en exclusiva ni tampoco totalmente clara –manifiesta–. Sin embargo, esto no nos debería importar mucho cuando el amor se presenta como la esencia del bien, unido a una magia insondable o, lo que es lo mismo, como he apuntado antes, al misterio. La importancia y la espiritualidad del amor es uno de los conceptos clave de la serie, y Rowling muestra un claro sentido de la moralidad desde el principio”.
“La serie de Harry Potter no es manifiestamente religiosa –aclara–, sino que proporciona entretenimiento combinado con herramientas educativas para gestionar problemas del mundo real; en este sentido, sigue la estela de la enseñanza clásica del ‘deleitar aprovechando’. La gran novedad es que las novelas exponen preguntas que los adultos piensan que los niños no están preparados para escuchar y debatir”. Peter Fleetwood, oficial del Consejo Pontificio de la Cultura, ya opinó que Rowling era –y es– “cristiana por convicción, cristiana en su estilo de vida, e incluso en su forma de escribir”.