Aunque, el pasado 20 de agosto, Bernardo Arévalo, representante del izquierdista Movimiento Semilla, se impuso holgadamente en la segunda vuelta de las elecciones generales de Guatemala a la ex primera dama, la conservadora Sandra Torres (él obtuvo un 58% de votos, por el 37% de ella), su proclamación como presidente, este 14 de enero, ha estado a punto de no producirse.
En primer lugar, como Arévalo denunció repetidamente durante meses, su investidura se mantuvo bloqueada en un “golpe de Estado” donde “el aparato de la Justicia” se usó para “vulnerar la voluntad popular”, “romper el orden constitucional” y “violentar la democracia”.
En concreto, apuntaba a la fiscal general del Ministerio Público, Consuelo Porras, que investigaba una supuesta “falsificación” a la hora de recoger las firmas necesarias para la conformación del Movimiento Semilla. Aunque la cuestión de fondo radicó en que esta jurista fue renovada para un segundo mandato por el presidente saliente, Alejandro Giammattei, pese a que sobre ella pesan muchas acusaciones de tapar distintas tramas de corrupción política ligadas al propio poder.
Finalmente, una vez que ese bloqueo jurídico no fructificó, el intento final se dio el propio día de la investidura, cuando un grupo de diputados dilató la sesión 12 horas y al final Arévalo tuvo que ser proclamado de madrugada, sin cederle el poder presencialmente Giammattei. Para el nuevo dirigente, cuyo mandato se extenderá hasta 2028, se trató del último intento de “golpe de Estado”. En su discurso ante la multitud concentrada, a las puertas del Teatro Nacional, en Ciudad de Guatemala, proclamó solemne: “Nunca más el autoritarismo”.
Aunque no se haya posicionado oficialmente la Conferencia Episcopal de Guatemala, Arévalo ha tenido un gran apoyo en el cardenal Álvaro Ramazzini, quien, en los peores momentos de las protestas, no dudó en manifestarse ante la sede del Ministerio Público para exigir la renuncia de la fiscal Porras, entendiendo que actuaba movida por criterios políticos y al servicio de los intereses de la élite aún gobernante. Algo que, por cierto, motivó que, en diciembre, la Red Clamor denunciara que sobre él pudiera pesar una orden de captura. Y, de hecho, su salida durante un mes a Alemania, fue vista por muchos con temor.
Sin embargo, el mismo día de la investidura presidencial, en un gesto cargado de simbolismo, el obispo de Huehuetenango volvió a protagonizar un importante acto ante la sede del Ministerio Público. En este caso, se trató de una misa, rodeado de miles de manifestantes. En su homilía, Ramazzini les agradeció así su tenacidad en esos 105 días de resistencia y movilizaciones: “Hoy ustedes han dado un gran ejemplo de solidaridad que ojalá cuenten los historiadores cuando escriban la historia de Guatemala. Así, cuando lo lean sus nietos, puedan decir: ‘Mi abuelo y mi abuela estuvieron allí, defendiendo la justicia’”.
Algo que para el purpurado es propio de “los seres políticos, pues tenemos razones políticas para movilizarnos. Eso sí, con una gran diferencia: no somos seres políticos partidistas”. Hasta el punto de que lo que mueve a los manifestantes es que “defendemos la vida, la dignidad del ser humano, sea quien sea. Hay que defender los derechos humanos, pues somos templos del Espíritu Santo”.
Para Ramazzini, los historiadores escribirán esto: “En el año 2023, el pueblo, cansado de las mentiras, cansado de los engaños, cansado de la superficialidad con la que se vive muchas veces desde los puestos públicos, demostró lo que muchas veces ha dicho: ‘El pueblo, unido, jamás será vencido’”. Frase que hizo repetir a los presentes, tras lo que preguntó: “¿Y de dónde nace esa unidad?”. Algo a lo que él mismo respondió: “Del amor. De amor por el país, del amor por tus hijos, del amor por tu esposa, por tu esposo. Del amor por Guatemala”.