Este 18 de enero ve la luz el libro ‘Pablo VI, doctor del misterio de Cristo’, editado por la Librería Editrice Vaticana y en el que se recogen las homilías que el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, pronunció el 6 de agosto, aniversario de la muerte de Montini, entre 2008 y 2014. Además, el manuscrito tiene el valor de que cuenta con un prólogo del papa Francisco y con un epílogo de Leonardo Sapienza, regente de la Prefectura de la Casa Pontificia.
En su texto, Bergoglio, que, tras la publicación de ‘Fiducia supplicans’ está sufriendo los ataques intraeclesiales más feroces en sus diez años de pontificado (los cardenales Sarah y Müller, respectivamente, tachan la declaración por la que se permite bendecir a parejas irregulares de “hereje” y “blasfema”), señala, significativamente, que Pablo VI fue un “papa mártir”.
En primer lugar, Francisco señala que el 6 de agosto la Iglesia celebra la Transfiguración del Señor, siendo paradigmático que coincida con “el aniversario del tránsito de san Pablo VI de ‘esta tierra dolorosa, dramática y magnífica’, como la llamó en su ‘Testamento’, a la casa del Padre”.
A continuación, llega el párrafo más incisivo del Papa: “¡Pablo VI! A menudo se me ha ocurrido pensar si este papa no debería ser considerado un ‘mártir’. Una vez, en un encuentro privado en las cercanías del rito de beatificación del papa Montini, se lo dije también al obispo Marcello. Le pregunté, entre serio y jocoso, si en el rito debía llevar vestiduras litúrgicas rojas o blancas. No me entendió y observó que el rojo era el color prescrito para las exequias de los papas… Le expliqué lo que quería decir y se quedó pensativo conmigo”.
Y aquí Bergoglio señala una fecha que marcó el pontificado montiniano, al poco de cerrarse el Concilio Vaticano II, que, por el cambio histórico que implicó, conllevó muchas tensiones internas: “De hecho, el 15 de diciembre de 1969, durante el clásico intercambio de felicitaciones navideñas con el Colegio cardenalicio y la Curia romana, Pablo VI se refirió al hecho de que el Vaticano II había ‘producido un estado de alerta y, en ciertos aspectos, de tensión espiritual’, incluida la crisis de muchos sacerdotes. En ese contexto dijo: ‘Esta es nuestra corona de espinas’”.
De ahí que “su exhortación a amar a la Iglesia” fuera “una de las más frecuentes y repetidas en el magisterio de Pablo VI. La consideraba como el espejo donde vemos a Cristo, el espacio donde nos encontramos con Cristo, y esto era, para él, el ‘unum necessarium’. Todos recordamos su oración a Cristo, ¡el único necesario! Y es este amor único y absoluto por Cristo lo que el cardenal Semeraro quiso subrayar con sus homilías, contextualizadas en el misterio de la Transfiguración”.
Para el papa jesuita, “de Cristo transfigurado, san Pablo VI fue el contemplador, el predicador, el testigo. Se diría que quiso entrar en esa escena evangélica como compañero de los tres apóstoles elegidos por Jesús. Más aún: su deseo íntimo y secreto fue siempre ser ‘cum ipso in monte’, y esto hizo que su vida misma se transfigurara”.
Aquí, Francisco muestra su alegría por el hecho de que este libro vea la luz, pues “la figura de san Pablo VI siempre me ha atraído también a mí. Ya he dicho en otras ocasiones cómo algunos discursos de este Papa (como los de Manila, Nazaret) me han dado fuerza espiritual y han hecho tanto bien en mi vida”.
Algo que se reflejó en “mi primera exhortación apostólica, ‘Evangelii gaudium’,” que “pretendía ser un poco la otra cara de la moneda de la exhortación ‘Evangelii nuntiandi’, un documento pastoral que quiero mucho. Todos, por otra parte, me han oído repetir a menudo la expresión que de allí descendió a mi corazón: la dulce y reconfortante alegría de evangelizar. La repetía cuando era obispo de Buenos Aires y la repito hoy”.
Al final de su reflexión, el pontífice argentino recalca que, “al acercarse el acontecimiento jubilar de 2025, he pedido a todos que se preparen para él tomando en sus manos los textos fundamentales del Concilio Ecuménico Vaticano II”. Y es que dicho hito eclesial estuvo marcado por una auténtica “grandeza profética, espiritual y doctrinal, pastoral y misionera”.
Citando “al padre Le Guillou, que describe el Vaticano II como un acto de contemplación del Rostro de Cristo”, Francisco señala que, “también bajo esta luz, el magisterio del Vaticano II debe ser releído, estudiado, profundizado y puesto en práctica”.
Lo que concreta con esta sencilla anécdota: “A un jesuita que, durante un encuentro en Vilnius, Lituania, me había preguntado cómo podía ayudar, le respondí: ‘Los historiadores dicen que hacen falta 100 años para que un Concilio se aplique. Estamos a mitad de camino. Por tanto, si quieres ayudarme, actúa de modo que el Concilio avance en la Iglesia’”.