Thibaut Deleval (Bruselas, 1976) no se la intenten colar. Les va a costar. Este abogado de 47 años, que se ha movido por las esferas del derecho, la consultoría, la educación y las ‘startup’, se ha empeñado en desenredar un mundo que viene tan empaquetado que se acaba digiriendo por decreto, sin masticar siquiera. De ahí que se haya lanzado al universo de los podcast con ‘Tu rincón de pensar’ y se haya volcado con ‘Distraídos’ (Aguilar), su primer libro. Frente a la desinformación, está empeñado en reactivar lo que define como “un auténtico saber-hacer”.
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PREGUNTA.- ¿Estamos en la era del pensamiento ‘fast food’ y de las digestiones rápidas y demagógicas?
RESPUESTA.- Es innegable. El pensamiento crítico no vive su mejor momento. La aceleración de la circulación de la información nos lleva a comunicar antes de pensar, a funcionar de manera más visceral que cerebral. Podríamos culpar a las redes sociales; sin embargo, creo que es ilusorio añorar un tiempo pasado en el cual reinaba el pensamiento sosegado. Pensar siempre nos ha costado. Es más fácil reaccionar desde la emoción, la intuición o el prejuicio que analizar, cuestionar, investigar, contrastar y pensar. Pero es verdad que hoy alcanzamos niveles muy altos de no pensamiento. Las redes sociales premian la fórmula corta, la burla, la caricatura, la simplificación a ultranza… Casi no existen contextos donde pensar y, menos aún, donde pensar juntos.
P.- Su libro invita al lector a dudar, a no conformarse con el primer eslogan de turno. Pero, ¿cómo no caer en el otro extremo, que es la sospecha permanente de que todo el mundo te engaña, que no te puedes fiar de nadie?
R.- Es necesario activar nuestro pensamiento crítico y dudar de nuestras reacciones espontáneas. Es un ejercicio que requiere un esfuerzo real, cuando lo más fácil es abandonarse al sesgo de la confirmación y de dar por verdaderos todos los discursos que refuercen nuestras creencias. El pensamiento crítico es, antes que nada, una mirada crítica a nuestro propio pensamiento o a nuestra tendencia a no pensar. Es un error creer que el pensador crítico es el que critica sistemáticamente todo lo que dicen los demás. Y aquí es cuando tocamos el otro extremo: la duda generalizada.
Es tan peligrosa como la ausencia de duda. Creo que el equilibrio se encuentra en la humildad. Conviene asumir que uno no lo puede saber todo. Si asumo mis limitaciones, puedo luchar contra mi tendencia a querer creer que lo sé todo. Entonces, reconozco que necesito apoyarme en personas e instituciones de confianza. Existe una prensa de calidad, con profesionales serios, intelectuales de referencia e instituciones comprometidas con la verdad. La Iglesia es, sin duda, una de las más importantes. El antídoto contra los dos extremos que plantea (creer todo o dudar de todo) consiste en volver a pensar juntos.
P.- Un papa como Francisco, ¿resulta una amenaza para este tipo de propuestas ideologizadas, empaquetadas y envasadas al vacío?
R.- Sí, el papa Francisco rompe con el pensamiento encorsetado por la ideología y la espiritualidad “enlatada”. Nos invita a exponernos a diario al Evangelio y al soplo del Espíritu. Nos anima a asumir el riesgo de la conversión. Es muy tentador podar el Evangelio o el magisterio de la Iglesia para que encaje en nuestros esquemas y no nos resulte incómodo. Pero Jesús lo dice claramente: somos nosotros los que nos debemos dejar podar por el Señor.
Al Evangelio no le sobra nada. A nosotros, en cambio, nos toca hacernos más pequeños. Es curioso cómo se puede observar a menudo a católicos que se declaran de un papa o de otro, como si fuera posible elegir. ¡No! Nos toca asumir todo el Evangelio y todo el magisterio, y dejarnos guiar por cada papa. Es un error creer que podemos elegir a “nuestro” papa.
Humildad y máxima exigencia
P.- Uno de los verbos favoritos de Francisco es “discernir”. ¿Es la mejor arma para no estar ‘distraídos’?
R.- Sí. El discernimiento es un camino de humildad y de máxima exigencia. Nos pone frente a nuestra responsabilidad de ser libres, de estar a la altura de la libertad que Dios nos regala. Discernir es buscar la Verdad, y la Verdad es Dios. Discernir es renunciar a la soberbia, que consiste en fabricar nuestra verdad a medida. La Verdad no se fabrica, se descubre porque preexiste. Discernir es un camino de humildad porque requiere asumir la complejidad de la vida. La vida no es nunca un copiar y pegar. Es siempre singular. Esto no significa que haya que someterse al relativismo.
Significa que la Verdad que Dios nos ha revelado no la podemos podar. Es compleja y, a veces, hasta nos resulta paradójica. Después de más de dos mil años, el Evangelio sigue siendo en muchos aspectos misterioso. Claramente, nuestra lógica humana no es la de Dios. Nos gustaría volver a la Ley para simplificarnos la vida, pero Cristo la trascendió y nos toca asumir, a la vez, el máximo rigor de la Ley y la misericordia del Amor. Resulta incomodísimo y la herramienta para conciliar lo aparentemente inconciliable es el discernimiento.