Al padre Fredy Elie, como a todos los haitianos, le cambió la vida el 12 de enero de 2010, cuando un brutal terremoto echó abajo su país. Ya era la nación más pobre de toda América y una de los menos desarrolladas del mundo. Ya la acechaban enormes problemas estructurales… Pero ese día llegó la subida definitiva al Gólgota: el seísmo hizo que buena parte de sus endebles infraestructuras (casas, escuelas, centros de salud o, en la capital, Puerto Príncipe, la catedral y el propio palacio presidencial) cayeran al instante. La peor consecuencia fue que, en solo minutos, en plena noche, murieran unas 300.000 personas.
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En estos 14 años, lo poco que quedaba del Estado ha ido desintegrándose y, entre la corrupción y la propia incapacidad de impulsar una Administración que llegue a buena parte del territorio nacional, especialmente en las olvidadas zonas rurales, las bandas se han ido apoderando de buena parte del país. En la práctica, los delincuentes imponen su régimen del terror y son ellos los que mandan. El último ejemplo lo hemos tenido con el autobús secuestrado días atrás y en el que, entre otras personas, iban seis religiosas de las Hermanas de Santa Ana. Sigue sin conocerse su paradero.
Aupó a la comunidad local
Lejos de rendirse, Fredy Elie se está multiplicando desde el minuto uno para ayudar al mayor número de personas posible. Un amor por su pueblo que este sacerdote paúl empezó a demostrar cuando fue destinado a Caradeux, una localidad cercana a Puerto Príncipe, justo un mes después del terremoto, siendo este uno de los puntos más afectados por el seísmo. Transmitió su pasión a los que le rodeaban y animó a toda la comunidad local a levantar la cabeza. Así, entre todos, crearon un comité de limpieza y una capilla en pleno campamento de refugiados. El templo se componía únicamente de un suelo de lona, palos de madera y un techo de contrachapado, pero era el auténtico pulmón vital de la zona.
Sus misas, llenas de alegría, las acompañaban los niños y adolescentes de las familias que habían perdidos sus hogares, cargados con tambores, baterías, guitarras eléctricas y saxos. De ese singular coro parroquial surgió una iniciativa campaña educativa, formándose en su campamento hasta 200 chicos. Bautizado como ‘Niños de esperanza’, a día de hoy, varios de esos jóvenes han conformado un grupo que ha publicado tres discos…
Comité para el Desarrollo
Pero el padre Fredy no se quedó ahí… En su Moliére natal, una zona de montaña fronteriza con República Dominicana y muy alejada de la capital (por lo tanto, sin infraestructuras de ningún tipo), también puso todo patas arriba junto a la comunidad local, sumándose a su proyecto dos pastores evangélicos, otros sacerdotes católicos y varios de los campesinos (12 en total, como los apóstoles). Nació así un Comité para el Desarrollo que lo cambió todo y, en pocos meses, crearon una escuela, una carretera, un tendido eléctrico…
Visionario como pocos, el sacerdote paúl ha consolidado en esta década sus dos grandes proyectos y, hoy, hasta 25 chicos de ‘Niños de esperanza’, en su mayoría huérfanos o abandonados por sus padres, se han trasladado a Moliére, conformando “una verdadera familia” juntos a los campesinos locales. Rebautizado el proyecto como ‘Hogar Niños de Esperanza’, los chavales trabajan desde 2019 en una finca agrícola orgánica y autosostenible, siendo ellos mismos sus responsables.
Nos muestra las instalaciones
En conversación con Vida Nueva, el padre Fredy nos abre la puerta de las instalaciones y nos enseña con su cámara cómo, en esta amplia finca-escuela, cultivan en su huerto patatas, pimienta, berenjenas, plátanos, papayas, cerezas, naranjas, moringas, cacao o habichuelas, además de trabajar con compostas para seguir produciendo abono natural. Luego, el vídeo nos lleva hasta un lago y una gran piscina en el que crían tilapias junto a gallinas, sirviendo los excrementos de estas de comida a las primeras.
Como valora, en estos cinco años “han sido claves los muchos apoyos recibidos, siendo los principales la delegación española de Manos Unidas, Cáritas Hinche, en Haití, y la Parroquia Santísima Trinidad, de Lewittown, en Puerto Rico”. Gracias a ellos, recalca, “estamos pudiendo hacer realidad nuestro sueño: el sostenimiento de tantas personas, siendo ellas las responsables del mismo. Es lo que todos queremos y por lo que trabajamos”.
Fue devastado por Francia
Así, nos conduce hasta uno de los puntos más especiales de la finca: un espacio en el que plantan árboles. Contando con el apoyo de Manos Unidas, luego los redistribuyen por toda la zona de Moliére y contribuyen a la reforestación. Algo fundamental, pues Haití, que en su día fue un vergel arbóreo, fue devastado en este sentido durante el período colonial francés. Muchas décadas después, este déficit es otro de los problemas estructurales que impiden el crecimiento del país.
Con emoción, el padre Fredy reconoce que es mucho lo vivido en este tiempo: “El 12 de enero de 2010 conocí un despertar. Tristemente, a raíz de un desastre natural como un terremoto, desperté a mi verdadera vocación de padre… Tantos muertos, tanta destrucción me dejaron en un primer momento débil y angustiado. Pero, de repente, eso mismo cambió mi vida. Adopté el lema de ‘vivir ayuda a vivir’ y, con la gracia del Señor y la ayuda de muchos hermanos y hermanas, estamos ahora contemplando ¡14 años de vida, de vida nueva!”.