Haití sigue conmocionada desde que, el viernes 19 de enero, una de las 300 bandas criminales que controlan Puerto Príncipe, la capital, secuestraran a seis religiosas de las Hermanas de Sainte-Anne que iban en un minibús. Además de raptarlas a ellas, varios hombres armados se llevaron a un joven que las acompañaba y al conductor del vehículo.
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Hoy, mientras la prensa local especula con que se piden tres millones de dólares para liberar a los secuestrados y la Iglesia convoca para este miércoles 24 de enero una jornada nacional de oración por su liberación, Vida Nueva contacta con la misionera española María Luisa Picón.
Entre los dos países
Esta misionera del Sagrado Corazón, que ha alternado desde hace años tiempos de servicio en Haití y Colombia, ahora está en este segundo país, en la localidad de Guapi Cauca, en la Costa Pacífica. Pero, por supuesto, está día a día al tanto de lo que ocurre en ‘su’ Haití. Y le duele: “La Iglesia en Haití pasa por la misma situación del pueblo: miedo, incertidumbre, desamparo. El apoyo del Gobierno y las fuerzas militares es nulo”.
De hecho, el barrio donde vive la comunidad de las misioneras del Sagrado Corazón, en Puerto Príncipe, “ha sido desalojado y las hermanas han viajado a Medellín, dejando la casa cerrada. Hace unos días, una banda obligó a dos párrocos, en Port de Pe, a abandonar cada uno su templo para adueñarse de ellos y tomarlos como base de esa zona”.
¿Quién los arma?
Aquí, Picón se muestra abatida: “Dicen que las bandas están fuertemente armadas, pero, ¿de parte de quién? Y, mientras, el pueblo no tiene cómo defenderse… En esa situación, la Iglesia está tratando promover algunas manifestaciones, como en Puerto Príncipe, pero la gente, por temor, no ha acudido”.
Así se trata de seguir como buenamente se puede: “Los mejores centros de educación de Haití son los llevados por la Iglesia católica. La respuesta a la situación violenta que se vive busca no abandonar este servicio, pero, ahora, la Iglesia se plantea si no será el momento de protestar cerrando los colegios un tiempo, una o dos semanas, como protesta”.
Mientras, “nosotras oramos, sufrimos y acompañamos a este querido pueblo que tiene derecho a no vivir en esta situación”.