No hay dobleces en el presidente ni en el secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM). Cero boato ante el franciscano Jaime Spengler, que, además de liderar el CELAM, es el presidente de la Conferencia Episcopal Brasileña (CNBB) y arzobispo de Porto Alegre (Brasil). Tampoco hay rastro de incienso caduco en el agustino Lizardo Estrada, que, además de secretario general, es obispo auxiliar de Cusco (Perú).
Sin distancia ni condiciones previas, ambos comparten coloquio invitados por la Fundación SM y la editorial PPC con el equipo de ‘Vida Nueva’ en Madrid. Sobre la mesa, los desafíos eclesiales y sociales del continente y calibrar el impacto del pontificado de Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano de la historia. Cómo prologo, antes de la primera pregunta, una nota de humor e ironía del arzobispo brasileño: “Jesús tuvo muchas dificultades con Pedro. Hoy, una parte de la Iglesia las tiene con Francisco…”.
PREGUNTA.- El CELAM no parece desafinar con el sucesor de Pedro…
Jaime Spengler (JS).- En el CELAM estamos en sintonía. No tenemos diferencias con el papa Francisco y se percibe una comunión bastante buena en la Iglesia de América Latina y el Caribe. Tenemos algún que otro obispo un poco resistente, pero la inmensa mayoría sigue las orientaciones del actual Papa.
Lizardo Estrada (LS).- América Latina está en la línea del magisterio de Francisco. ¡Hay tanto bien que se está haciendo!, aunque a veces lo que más suena o aparece es algún puntito oscuro por ahí… Por supuesto, estamos totalmente con el Papa. En el CELAM usamos su mismo lenguaje. América Latina tiene una experiencia ya con las conferencias de Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). Nuestro caminar va en la línea del Concilio Vaticano II y del magisterio latinoamericano, que ha tenido su proceso, incluyendo la Asamblea Eclesial (2021). Todo eso nos ha servido como un laboratorio de sinodalidad.
P.- De hecho, los participantes en el Sínodo de la Sinodalidad coinciden en señalar que el motor de la Asamblea de octubre fueron los obispos, los laicos y los religiosos –en especial, las religiosas– de América Latina. ¿Cómo se ha logrado esa mirada común tan profética y armónica en un continente tan plural y diferente?
JS.- Llegamos a la convocatoria del Sínodo desde dos procesos previos: primero, la Asamblea Eclesial promovida por el CELAM; después, la consulta realizada por la Secretaría General del Sínodo. Cuando esta presentó la propuesta de trabajo, gran parte de la Iglesia del continente estaba en ese espíritu de escucha, y eso facilitó mucho el trabajo. Fue algo que nos ayudó mucho. Es verdad que, en esa dinámica de escucha que veníamos trabajando, el tiempo de pandemia trajo muchas dificultades. Para el equipo de coordinación no fue fácil, porque no estábamos habituados al sistema online. La pandemia nos obligó a aprender. Y eso fue muy bueno.
LE.- Creo que los otros continentes han apreciado y aprecian nuestro caminar. Para el Sínodo, hay un equipo continental, otro en cada país, nos hemos reunido las madres y los padres sinodales… No para llevar una propuesta nuestra, sino para practicar la metodología. Y eso nos ha ayudado. Cuando hemos llegado al Sínodo, el retiro, la vigilia y todas las sesiones de trabajo han fluido. Somos bendecidos y, por eso, queremos impulsar este estilo sinodal en todos los ámbitos. De hecho, estamos implementando la reestructuración del CELAM (tenemos cuatro Centros Pastorales: Centro de Gestión del Conocimiento, Centro de Formación –Cebitepal–, Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral y Centro para la Comunicación) desde el ver-juzgar-actuar. Y ahora, después de la reestructuración teórica, estamos en la parte práctica. América Latina es una Iglesia joven y deseosa de escuchar y ser escuchada, y de caminar juntos y juntas y discernir los signos de los tiempos a medida que avanzamos.
JS.- Es muy bello el espíritu que el Sínodo quiere promover en toda la Iglesia. En varias realidades de América Latina no es una novedad, porque ese espíritu que se está pidiendo ahora ya está presente en cómo están organizadas las comunidades. Recuerdo que, en la primera asamblea del Sínodo, en el grupo de trabajo en el que estaba, cuando nosotros hablábamos de “pequeña comunidad”, algunos no lo acababan de entender porque no tenían nuestro mismo recorrido sobre la participación de los laicos en la vida de la parroquia… Con algunas excepciones tradicionalistas, este espíritu sinodal está muy presente en América. Solo espero que toda esa dinámica que el Papa está promoviendo, pueda extenderse a todos. Por lo que conozco de Europa, percibo que hay una burocracia muy grande, y eso lo vuelve todo pesado, lento…
P.- ¿Puede decirse que ese espíritu es, en cierto modo, legado de las Comunidades Eclesiales de Base, que décadas atrás fueron asociadas a la Teología de liberación y observadas con recelo desde Roma?
JS.- Sí, ciertamente. Las Comunidades Eclesiales de Base fueron –por así decirlo– la semilla de este espíritu. Después, otra experiencia muy bonita fue lo que nosotros llamamos Círculos Bíblicos, pequeños grupos que se reúnen para leer, debatir y rezar la Palabra. Eso crea otra mentalidad, porque las personas no dependen del sacerdote, sino que hacen su propio camino. Si queremos renovar la Iglesia, necesitamos repartir y compartir la Palabra. Sin la Palabra no existe renovación. ¿Por qué? Porque la Palabra te lleva a una experiencia de fe. Una cosa es tener una práctica religiosa, pero la experiencia de fe es otra cosa.
P.- En un mundo polarizado, la Iglesia también se polariza. En un extremo, el tradicionalismo estadounidense. En otro, el Camino Sinodal alemán. Europa, envejecida y sin ideas. En este contexto, América Latina ha pasado de ser sospechosa a ser renovadora sin aspavientos: ¿no les da miedo llevar las riendas del CELAM en un tiempo que exige, a la vez, responsabilidad y arrojo?
LS.- El CELAM tiene una historia desde 1955, esto es, un camino recorrido. También con sus batallas, pero en líneas generales es una trayectoria rica de una Iglesia viva. Hace 30 años, algunos pasos dados se aminoraron, pero en general se siguió adelante. Ahí es donde se enmarca la llegada de Francisco. Con él, el magisterio latinoamericano de Aparecida adquiere una proyección mundial a través de ‘Evangelii gaudium’. Las palabras del Papa son nuestra mirada, pensamiento, estructura… Para nosotros, no son nuevas sus expresiones ni su proceder, porque Aparecida está ahí. Pero sí supone un reto afianzarlo y darlo continuidad. Si queremos renovarnos, no nos podemos detener.
Con mucha calma, queremos sembrar, dar todo lo que podamos desde la presidencia para articular, acompañar, empujar en todos los campos de la pastoral. Nuestra relación es con las conferencias: desde ahí tenemos que dinamizar para que sean ellas las que lleguen a cada persona. El CELAM siempre se ha caracterizado por tener una voz profética, especialmente cuando las circunstancias son contrarias a lo querido por Dios. Y, en ese sentido, acompañamos a las conferencias de cada país para que sean ellas las que anuncien y denuncien, sin miedo y confiados en que la fuerza y la sabiduría vienen siempre del Espíritu Santo.
JS.- El CELAM es un organismo para apoyar a las 22 conferencias episcopales del continente. No tiene injerencia sobre ellas, ni mucho menos sobre los obispos. Es una instancia de comunión entre las conferencias. Ese es su carácter general. Ahora bien, tengo mucho miedo cuando dicen que el continente americano-caribeño es un laboratorio de esperanza, por la gran responsabilidad que conlleva. No sé si estamos a la altura… Sobre todo, si pienso en aquel movimiento que nació en la Iglesia en los años 70, después de Medellín. Yo era joven y lo recuerdo muy bien. Participaba en esos grupos y percibía un ánimo y un deseo de transformar el mundo y la Iglesia.
Había alegría y nos gustaba encontrarnos, estar juntos y debatir. Era algo bonito, un tiempo realmente extraordinario. Después, durante el pontificado de Juan Pablo II, parte de ese espíritu se diluyó. También hay que tener en cuenta que era un momento muy delicado de la Historia, con la división mundial en dos bloques, que exigía posiciones firmes como las que adoptó el Papa polaco. Si hoy Europa está unida y cayó el bloque del Este, en gran parte es mérito de Juan Pablo II. Sin embargo, de aquellos parámetros nacieron grupos eclesiales que hoy dicen representar nuevas espiritualidades, pero que suponen un retroceso y están generando no pocos problemas. Necesitamos reescribir y reinterpretar ese período histórico de un modo crítico.
En este sentido debemos analizar también la figura de Benedicto XVI, que ha pasado a la Historia como un hombre incomprendido. Suceder a Juan Pablo II no resultaba fácil: el Papa viajero, mediático, con un magnífico poder de comunicación… Eso sí, se sabía que algunas cosas, quizás, no estaban tan bien. Benedicto XVI, por la función que desempeñó antes de ser papa, lo sabía y lo tuvo muy presente, porque repercutió en su tiempo de gobierno. Por eso, defiendo que Joseph Ratzinger fue un héroe como papa: reconocer que no tenía capacidades físicas para dar continuidad a un proceso que era necesario y renunciar fue un acto muy grande. Francisco es la expresión de un deseo que estaba latente ya desde la elección de Benedicto XVI.
Cuando echo la vista atrás hace una década, pienso en Jorge Mario Bergoglio, a punto de cumplir 77 años y con su retiro planificado. Pero entonces llegó el bendito cónclave, ¡y sale elegido papa en un momento complejo, difícil y desafiante! Su elección para un ministerio así en este contexto es algo grande, grande. Francisco lo tenía todo previsto para llevar una vida tranquila, pasando los últimos años lo mejor que pudiera. Sin embargo, hoy es alguien que está sufriendo muchas presiones, atacado por un lado y defendido por otro. Pero, como buen argentino, y buen jesuita, va hacia adelante.
LS.- Siguiendo el camino marcado por Francisco, debemos estar atentos a un mundo que está cambiando para dar respuestas desde el Evangelio a la corrupción, la migración, la trata de personas, el narcotráfico, las demás crisis sociales, la fragilidad de una democracia en la que no existen partidos bien establecidos, la escasa formación política… Tenemos muchas escuelas y universidades católicas en el continente, pero, lamentablemente, de ellas salen políticos corruptos, dictadores… Por eso, nos preguntamos: ¿qué estamos enseñando? El desafío es contagiar esa buena política que nos pide Francisco en el capítulo quinto de ‘Fratelli tutti’ y que nos ofrece una gran enseñanza sobre la política como máxima expresión de la caridad. Ya tuvimos un encuentro con políticos en noviembre en Bogotá y estamos programando otro en Brasil en esta línea.
JS.- Comparto esa misma preocupación sobre la corrupción y la violencia en nuestras sociedades, máxime cuando muchos miembros de las clases dirigentes se han formado en nuestras escuelas y universidades. Eso nos lleva a preguntarnos: ¿qué conciencia estamos promoviendo? Es una cuestión que me angustia. Veo todos estos movimientos en las sociedades: todas estas fuerzas oscuras, pero también las positivas y esperanzadoras, y nos veo a nosotros, como Iglesia, en medio, tratando de hacer un discernimiento. Por eso, me pregunto: ¿por dónde caminar? ¿Qué hacer? ¿Qué opciones asumir? ¿Qué decisiones tomar?
La semana pasada, los obispos brasileños estuvimos con el Papa en la visita ‘ad limina’. Francisco marcó el diálogo con dos ideas: arriesgar y no tener miedo de tomar decisiones. Salí de la audiencia con esto en la mente. No es fácil actuar con valentía en el contexto eclesial actual, marcado por los abusos y la falta de transparencia. Además, alguna prensa está encima de nosotros y pide la cabeza de los obispos. No es fácil, pero es una oportunidad para aprovechar. La Historia del mañana depende de nosotros, para bien o para mal, para dejar las cosas como estaban, tal vez peor… o para mejorar.
P.- Apuntan que su misión como CELAM pasa por acompañar a los episcopados. Uno muy necesitado es el de Nicaragua. ¿Cómo acompañar a su pueblo y ser voz profética y de denuncia sin complicar aún más la situación?
LE.- Para nosotros es un desafío. En la asamblea que tuvimos en Puerto Rico, salió este tema, lo mismo que en la reunión con los secretarios generales de los episcopados, y supongo que también lo abordaremos en nuestro próximo encuentro, en marzo. Hemos venido acompañando a los obispos y a la Iglesia de Nicaragua de diversas maneras, siempre con disponibilidad para lo que podamos servir y respetando los procesos que ellos mismos van liderando. Por supuesto que en algunas circunstancias solo nos queda manifestarles nuestra cercanía y orar por el pueblo nicaragüense y sus pastores.
Lo mismo experimentamos ante otras realidades, como Haití, que es tierra de nadie, Venezuela, Cuba… Por ejemplo, ante la reciente oleada de violencia de Ecuador, hemos mantenido contacto permanente y afectivo con el presidente y el secretario general de su Episcopado. En paralelo, hemos hecho público un comunicado de apoyo.
JS.- Hay que tener sumo cuidado con lo que se dice y cómo se dice. No solo desde el Episcopado, sino desde otros ámbitos, nos pidieron que nos hiciéramos cercanos a la Iglesia, pero con discreción. Hay que ser conscientes de que cualquier manifestación pública puede repercutir en el día a día de las comunidades. Admito que el contexto es difícil.
América Latina está, de nuevo, en un momento delicado: Nicaragua, Haití, Venezuela, Guatemala, El Salvador, el destino incierto de Argentina, Brasil está saliendo de una época muy difícil… La democracia está viviendo un momento de crisis y los órganos internacionales, como la Organización de Estados Americanos, parecen perder su peso de autoridad. Vivimos un tiempo delicado.