El legado del escultor Eduardo Chillida Juantegui (San Sebastián, 1924-2002) es también su “espíritu valiente y limpio”, como lo describe su hija Susana Chillida Belzunce, una de los ocho hijos que el artista –icono del arte del siglo XX– tuvo con Pilar Belzunce, su esposa y también el eje sobre el que giró toda su vida. “Era pensador y una persona muy involucrada en temas sociales y éticos, y todo lo hizo junto a nuestra madre, Pilar Belzunce. Como él decía, sin ella hubiera vivido debajo de un puente”, asume Luis, séptimo de los hermanos y actual presidente de la Fundación Eduardo Chillida-Pilar Belzunce, que celebrará durante todo este año el primer centenario del genial artista vasco.
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“Es importante exponer en su contexto los trabajos que hizo y, sobre todo, explicar ese pensamiento, esa forma de hacer las cosas y su actitud ante la vida –explica–. Y, al mismo tiempo, el hecho de que nuestra madre estuviese siempre ayudándole en todo, cuidando de la familia, es importante, ya que difícilmente mi padre hubiese podido llegar donde llegó sin tener a nuestra madre al lado. Así que yo creo que se merecen los dos este centenario”.
Esa actitud ante la vida tiene mucho que ver con su fe católica, con la espiritualidad que vivía y que también emanaba del propio artista, con su luz, con su fraternidad, con su paz, con su diálogo. “Todo está relacionado con el hecho indiscutible de que los hombres somos hermanos. Esto me parece realmente importante –manifestaba el escultor–. Todos los hombres, seamos del país que seamos, de la raza o del color que seamos, debemos saber, porque se trata de una verdad muy grande, que somos hermanos. Es algo que no hay que olvidar, porque creo que es una posición que puede ayudar a la comprensión de los unos hacia los otros en el mundo”.
Así le respondió a su hija Susana en el ‘Elogio del horizonte: conversaciones’ (2021), el libro donde la cineasta y pedagoga recopiló los últimos encuentros de su padre con interlocutores como Thomas Messer, José Antonio Fernández Ordóñez o Kosme de Barañano. A continuación, añadía: “Hermanos de un tipo o de otro, con todas las variantes que quieras, pero todos hermanos. Lo define el hecho de estar en un planeta que es único y tiene una relación con la visión a través del horizonte. Tengo escrito en algún sitio una interrogación que dice: ‘¿No será el horizonte la patria de todos los hombres?’. Y yo en esto creo cada vez más. Eso no quita para que uno ame el sitio donde ha nacido. Tiene obligación de hacerlo y está muy bien. Pero sin llegar a las manos, por favor”.
Luz y fraternidad
La Fundación Eduardo Chillida-Pilar Belzunce –y el Museo Chillida Leku, su mejor instrumento para difundir la obra y la memoria del matrimonio– daba por inaugurado, el 10 de enero, día de su cumpleaños, el centenario del nacimiento de un escultor que hizo de su obra un testimonio de su vida, y de esta un reflejo de su conciencia. Elogio del horizonte es también la escultura del cerro de Santa Catalina, en Gijón, que Chillida instaló en 1990, porque él impregnó todas sus obras –incluso las más ambiciosas– de luz y fraternidad.
Exposiciones, publicaciones, proyectos audiovisuales, educativos y académicos, entre otros, que se repartirán durante todo un año por San Sebastián, Bilbao, Menorca, Valladolid, Madrid, Lira (Chile) o San Diego (Estados Unidos). La intención es, sobre todo, dar a conocer a los más jóvenes la obra, la figura y el pensamiento del artista. “Esta programación está viva, celebra y divulga la obra de Eduardo Chillida. Es una ocasión para difundir no solo su trabajo, sino también sus valores, sensibilidad y aportaciones a la historia del arte contemporáneo”, manifiesta Luis.