No desvela los detalles, pero califica de “maravilloso hito” en su vida el encuentro con aquel “Príncipe encantador” creado por Saint-Exupéry que había descubierto a los 15 años en el colegio. Ahora, desde su retiro en los Andes, el padre Diego de Jesús (Buenos Aires, 1967) nos invita a ‘Educar con El Principito’ (PPC). Su único deseo: que algún lector sienta cómo “la vida cambia para siempre” tras toparse con este personaje “inagotable”.
PREGUNTA.- ¿Recuerda su primer contacto con ‘El Principito’?
RESPUESTA.- Esto admite dos respuestas: mi primer contacto con el libro y el genuino encuentro con el personaje. Lo primero ocurrió en el colegio, a los 15 años: leímos el libro sometido a un tortuoso análisis. Yo era un adolescente inquieto y rebelde, y muchas de las sesudas moralejas que sacaba la profesora me decepcionaron. Sabían a trilladuras, lugares comunes. Pero recuerdo algo curioso: mi belicosa oposición al listado de melosas enseñanzas contrastaba con el aprecio que me generaba el personaje. Me caía inevitablemente bien. Había algo en su tono, en su modo –mucho más que en sus máximas– que me agradaba, me apaciguaba. Fui cautivado por la voz de este Príncipe encantador. Aunque el encuentro se dio muchos años después… y me reservo los detalles de ese maravilloso hito en mi vida. Acontecimiento que les deseo a todos.
P.- ¿Por qué lo define como un “libro de arena”?
R.- Ante todo, porque ocurre en el desierto. Que es hermoso, como dice Saint-Exupéry, por el agua que esconde en su interior. Un libro arenoso deviene en manantial si uno sabe cavarlo. Pero, sobre todo, porque ‘El Principito’ es un libro infinito. “El libro de arena” es un afamado cuento de Borges sobre un libro sin principio ni fin. Y eso que imaginó como ficción se cumple empíricamente en esta obra mágica, de la que sigue manando agua de un pozo sin visos de secarse jamás. (…)
P.- ¿Qué puede enseñarnos hoy esta obra universal? ¿Hemos aprovechado todo su potencial educativo?
R.- Es una cantera inagotable. La cultura de hoy se ve interpelada por este Pequeño Príncipe. Su candor, gratuidad, autenticidad; su amor al origen, sus hondos silencios, sus purísimas preguntas… son baños de belleza y luz que sanan y salvan. Yo no intenté hacer un análisis exhaustivo de ‘El Principito’. Ni generar expertos en Saint-Exupéry. Mi mayor ilusión es provocar un encuentro. Que algún lector, en medio de su accidentado desierto, se tope con este Pequeño Príncipe. La vida cambia para siempre, es un antes y un después de ese encuentro. Lo mío no es más que un dedo estirado que intenta indicar dónde hallarlo.