El sacerdote escribió el ícono porque cree que ellos tienen vida propia, que actúan, que bendicen y que tienen una historia que desconocemos
A pocos días de la canonización de la beata laica María Antonia Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula, se presentó el ícono pintado por el sacerdote de la arquidiócesis de Buenos Aires, Eduardo Pérez dal Lago.
Iconógrafo y experto en diálogo entre Cultura y Fe, el presidente de la Fundación La Santa Faz, compartió con Vida Nueva esta experiencia de devoción y oración, a partir de su vínculo con la próxima primera Santa argentina.
PREGUNTA.- ¿Cómo conoció a Mama Antula? ¿Cómo es su relación con esta figura tan apreciada de la Iglesia?
RESPUESTA.- Yo conocí a Mama Antula hará unos doce años. La conocía de toda la vida, de la historia de la iglesia. La ubicaba como un personaje extraordinario, pero en realidad me resultaba bastante indiferente. Pero, luego, cuando me mudé muy cerca de la Santa Casa de Ejercicios, me resultó bastante significativo el pensar que por donde yo estaba viviendo y caminando, ella –hacia fines del 1700- habría caminado, habría evangelizado, habría buscado leñita, habría hablado con las personas, visitando hornos de ladrillo para construir esa obra monumental para su tiempo. Y eso me hizo tenerla presente e invocarla mucho. De hecho, en particular, como tengo una fundación que tiene una residencia universitaria para varones que se llama San José, le pedía que quería tener una para mujeres porque era un lindo complemento. Había visto una casa que me gustaba y que no la vendían. Y se lo puse en su corazón. Pasaron cuatro años, y el año pasado terminé comprando la casa, arreglándola y ahora, si Dios quiere, en febrero inauguramos una casa, que se va a llamar Santa Teresita, pero que realmente yo sé que se la debo a ella.
P.- ¿Por qué la decisión de hacer un ícono de Mama Antula?
R.- Siempre pensé que tenía que escribir un ícono sobre Mama Antula porque no encontraba mucha iconografía sobre ella. No me gustaban del todo, por distintas razones. Me parecía que no tenían una carita dulce porque algunas veces los íconos, por la tradición de la Iglesia Oriental tienen una cara un poco hierática, que a nosotros nos resulta difícil. Los relatos cuentan que ella era muy linda, que tenía unos ojos muy lindos y unos labios muy bien definidos. Entonces, quería contarlo eso. En realidad lo que me resolvió fue cuando el papa Francisco puso la fecha de canonización. No se sabía si sería en Argentina o en Roma, pero sí la fecha, el 11 de febrero. Y dije: para ese día tengo que tener el ícono escrito.
P.- ¿Cómo fue este proceso creativo? ¿Cómo lo desarrolló?
R.- El proceso de escribir un ícono es muy lindo, porque primero uno piensa qué es lo que quiere, que sale de la oración y se prepara con el santo. Una de las normas que tiene la iconografía es pedirle ayuda al santo para que nos permita mostrarlo. Que él y Dios use nuestras manos como un instrumento porque, en el fondo, el santo es una ventana que nos muestra a Dios.
Entonces uno reza, lee (leí dos o tres biografías sobre Mama Antula en el último tiempo), y eso te acompaña, vas haciéndote una imagen interior de ella, de cómo habrá sido; uno imagina características. Después se toma una tabla que es de madera y que está entelada y enyesada. Allí uno hace un esqueleto, que se llama geometría sacra, que es un cuadrado, un triángulo y un círculo. Va a significar el cuadrado, nuestro mundo; el triángulo, la montaña, el acceso a Dios, el subir: salir de esta llanura para entrar en la altura donde El habita; y el círculo va a ser la divinidad. Y en el ícono, el círculo es lo que está detrás del rostro y lo que está también de manera concéntrica con el halo.
Miré iconos ya escritos, uno sobre Mama Antula, uno que se hizo en Córdoba y otro que no era de ella, pero que me gustaba cómo había manejado el tema de las manos y los pliegues del manto y que me parecía que se podía adaptar. Entonces, con lápiz, sobre esa estructura que es un triángulo, ya les digo que tiene un círculo en el rostro, fui dibujando.
Después pensé que podía ver detrás: abajo la tierra, arriba el cielo. El cielo es dorado, con oro puro. Y la tierra, por la Argentina, pensé en un campo de trigo. Y entre el cielo y la tierra, como si fuera un puente, me imaginé la Santa Casa de Ejercicios porque me parece que era lo que ella proponía: como una forma de llegar a Dios a través de ese instrumento de San Ignacio de Loyola, que había presentado los ejercicios espirituales.
De este modo uno va escribiendo el ícono, en oración, con la reliquia de la Santa, con incienso, con agua bendita aglutino los pigmentos, con huevo, con vino blanco. Todas las cosas se hacen en oración, es pausado el modo de escribirlo para que todo se haga de esta manera. Es muy lindo porque se va desde lo más oscuro hasta lo más luminoso, hasta que termina poniendo el blanco de titanio, va haciendo como ese camino, desde la oscuridad a la luz. Es hermoso ver cómo la luz en el fondo le da vida, define los rasgos, y de repente lo que era una mancha sin ninguna vida, resulta ser algo que uno puede mirar y dialogar. Humildemente, creo que es como si fuera crear una persona, como si uno pudiera darle vida a una estatua que esculpió.
P.- . ¿Qué quiso rescatar de la figura de la futura santa?
R.- A mí de Mama Antula lo que me asombra es que en el siglo XVIII, esta mujer -que no era una persona que podía tener mucha influencia en la sociedad, con todas las limitaciones que tenían la mujer históricamente- sin embargo, se anima a tomar una causa enorme. Recordemos que era un momento muy difícil de la Iglesia. Ella nace en 1730 y muere en 1799. Ese siglo se ve manchado por una acción política y eclesial muy terrible: la supresión de los jesuitas, primero, por los reyes de Portugal, de Francia, de España y finalmente por el Papa. Los jesuitas tienen que dejar el territorio de la actual Argentina para ir allí donde reinaba el Papa, y después son expulsados también de ahí o asimilados al clero secular.
Bueno, esta mujer, en pleno siglo XVIII, se lanza a esta cruzada. Habían suprimido a los jesuitas, pero no a los ejercicios espirituales. Y toma la posta, y va a Jujuy, a Salta, Tucumán, a La Rioja, a Catamarca, a Córdoba, a Buenos Aires y a Montevideo para hacer esto, y hacerlo a pie o a lomo de mula, con lo que serían los caminos de ese momento y los peligros y las limitaciones, y lo hace para, en Buenos Aires, enfrentar al Virrey y al arzobispo de Buenos Aires, y decirles algo que era como mala palabra en ese momento: quiero continuar la obra de los jesuitas.
No era algo que se podía decir muy fácilmente. Ella los convence porque tienen una gran capacidad, pero también porque la obra de los ejercicios y los frutos son maravillosos. Sus opositores van cambiando de opinión. Me parece maravilloso el tesón de esta mujer. Ella tiene la plena confianza que está haciendo una obra de Dios, sigue adelante y no quiere bajarse de lo que entiende que tiene que hacer por Dios, a pesar de las dificultades que encuentra: climáticas, sociales, sociológicas por el rol de la mujer, religiosas. Esa casa, 200 años después o más, todavía sigue en pie, sigue realizando el objeto que ella le dio. Cuando algo perdura, evidentemente, uno se da cuenta que no fue un capricho ni una ilusión, sino que fue algo que realmente Dios le pidió, y que le dio la fuerza para realizarla. Ella fue un instrumento dócil para responder a la gracia de Dios.
P.- ¿Qué significó para Ud. haber creado/rezado este ícono?
R.- A mi me pasa como con los libros cuando los leo, cuando al terminarlos, me gustaría seguir leyéndolos porque me hice amigo del personaje. Con los íconos me pasa eso: cuando los extraño, extraño de alguna manera ese encuentro diario o semanal, esa dedicación. Uno lo extraña porque se hace amigo, porque quiere que sea lo mejor, porque está pensando cómo quedó, si necesita más luz, los ojos. Uno busca qué dicen los relatos de cómo era ella y si hay que agregarle algo. Me involucré mucho con esta santa, que ya quería antes y que por supuesto sigo queriendo ahora.
P.- ¿Cuál es la finalidad de este ícono en particular? ¿Cuál será su destino?
R.- En particular, lo pinté para que hubiera más iconografía, una imagen más, para estampas, para lo que fuera. No tuvo un fin muy particular.
Los íconos tienen que llevar inscripto el nombre del santo. Hasta ahora todos decían Beata Mama Antula. Este será el primero que dice Santa Mama Antula porque ya estaba puesta la fecha de la canonización. Puede servir para estampas, para la portada de un libro, puede servir para la veneración. Hoy las reproducciones de impresión son tan buenas, que verdaderamente uno puede incluso mejorarlas. La finalidad es que sea un instrumento. Todos los que pidieron poder reproducirlas, les dije que sí, por supuesto.
No sé cuál será el destino. La teología oriental dice que los íconos son casi sacramentales. Los sacramentales son signos sensibles y eficaces que transmiten la gracia, y que se distinguen de los sacramentos porque fueron instituidos por la Iglesia, no por Jesucristo. El ícono es una presencia de Jesús, de la Virgen, de los santos, en medio de nosotros. Entonces, pensamos que tienen vida propia, que actúan, que bendicen el lugar en donde están, que tienen una historia que nosotros no sabemos, porque nosotros no conocemos el futuro, pero Dios sí. Estoy atento. Por ahora va a quedar en la fundación o en el taller, pero estoy atento a ver si, en algún momento, sirve para algo lindo, para que vaya para donde tenga que ir.