En la última semana, los agricultores de Francia están en pie de guerra contra su Gobierno, demandando al presidente, Emmanuel Macron, que proteja su producción agrícola nacional en vez de centrar tantos esfuerzos en la importanción desde el extranjero. La escalada en las protestas avanza día a día y, al mismo tiempo que los sindicatos anuncian una gran marcha hacia París, se están produciendo cortes en las carreteras y, directamente, se está bloqueando la frontera con España para evitar que nuestros productos y los foráneos que llegan desde nuestro país y que salen de Marruecos pisen suelo galo.
En medio de tanta tensión, la Iglesia francesa se está posicionando sin ambages con sus agricultores. Basta echar un simple vistazo a la web del Episcopado para encontrarnos con numerosos comunicados de sus obispos. Uno de ellos es el de Jacques Habert, obispo de Bayeux y Lisieux, que apela a un tono cercano: “Queridos amigos agricultores, en la crisis que atravesáis, estamos cerca de vosotros. Lo superaremos juntos para restaurar el sentido común en nuestra sociedad”. Como detalla, al recorrer su región, ha encontrado a personas marcadas por “la pasión por la tierra que cultiváis” y por “la excelencia de vuestro trabajo”. Así, puesto que “os debemos nuestra comida”, urge denunciar los problemas que les acechan: “Los costes crecientes que os aplastan, las normas cada vez más restrictivas que os imponen, los controles permanentes, los procedimientos administrativos excesivos”.
Para Habert, puesto que “sufrís hasta el punto de gritar de desesperación” (habla de “compañeros que han acabado con su vida”), es un deber suyo, como pastor, clamar contra “la espiral de sobreendeudamiento” que les aflige y esperar “de todo corazón que, a través del diálogo y la consulta, se tomen medidas urgentes a nivel nacional y europeo para reconocer la causa justa de vuestras demandas y ofreceros condiciones de vida que os respeten”.
Otro ejemplo es el de François Jacolin, obispo de Luçon, en la región de La Vendée, que se expresa con vehemencia: “¡Desde hace varios días nos enfrentamos a los gritos de los campesinos, síntomas de una enfermedad profunda y que nos hablan de su desesperación y esperanza!”. “Desesperación”, señala, que se produce “por las horas de trabajo que no bastan para mantener a sus familias, por las normas y prohibiciones a veces incomprensibles que les asfixian, por el aumento del precio de la energía, por la fatiga y la depresión que amenazan a muchos de ellos”.
Eso sí, el músculo de la protesta demuestra que “quizás todavía tienen la esperanza de que la agricultura francesa vuelva a funcionar”, atrayendo incluso “a las generaciones más jóvenes” para que quieran dedicarse a un oficio “que nos alimenta y nos ofrece productos de calidad de los que estamos orgullosos”. Y es que, junto a los pescadores, “a los que se pide que se queden en el muelle un mes mientras otros pescadores de Europa pueden seguir viniendo a pescar al Golfo de Vizcaya”, estamos ante personas que “contribuyen al dinamismo económico y a la identidad humana de La Vendée”.
En la misma línea va Philippe Christory, prelado de Chartres: “Nos embarga la emoción y queremos expresar la compasión de la Iglesia católica por todos los que dedican su vida a trabajar la tierra y a criar animales para alimentarnos”. Valorando “el esfuerzo diario de todos y cada uno de ellos”, les da “las gracias a los agricultores que se entregan sin reservas a esta exigente profesión, en la que no se cuentan las horas, en la que se afrontan condiciones meteorológicas imprevisibles y en la que no se tiene ningún control sobre los precios de venta. Comprendemos lo difícil que es su día a día y la ansiedad que a menudo se apodera de ellos…”. Y más sabiendo que “Dios nos ha confiado la tierra para que la hagamos fructificar. Esperamos que todos encuentren la paz y reciban unos ingresos dignos, acordes con su trabajo, para que las familias y sus hijos vivan felices y en paz”.
En la diócesis de Valence, su administrador, Eric Lorinet, reitera su “apoyo y solidaridad” a los manifestantes. Bien conocedor de sus 22 parroquias, algunas de las cuales “son muy rurales”, se dirige especialmente a los cristianos y les asegura que “nuestra fe nos llama a la solidaridad y la justicia social”, ya que, “como administradores de la creación, estamos llamados a cultivar y preservar la tierra de manera responsable”.
Ante el “agotamiento”, el “abandono” y una “profunda angustia” que a algunos “les empuja a poner fin prematuramente a su vida”, Lorinet les pide “perseverar con fe, confianza, manteniendo la esperanza y con apertura al diálogo y a la negociación. La fe católica puede servir como vínculo espiritual que fortalezca la solidaridad”.
El la región de Bretaña, sus cuatro pastores han sacado un comunicado conjunto. En él, Pierre d’Ornellas (Rennes), Raymond Centène (Vannes), Laurent Dognin (Ouimper) y Denis Moutel (Saint-Brieuc) apuntan que “nos encontramos con vosotros sobre el terreno, en vuestras granjas y en vuestros puertos pesqueros”. Testigos de “los esfuerzos que hacéis para proteger nuestra casa común”, “escuchamos vuestra rabia, que expresa vuestra desesperación e impotencia ante las limitaciones cada vez mayores que os impiden hacer vuestro trabajo y que a veces os desconciertan, hasta el punto de contradecir vuestra experiencia y vuestros análisis”.
Víctimas de “una complejidad administrativa que os distrae de vuestro trabajo real”, advierten su “estrés y exasperación ante el número cada vez mayor de controles que os imponen”. Algo a lamentar, pues “en todo dais lo mejor de vosotros mismos” y “aportáis a nuestra sociedad cada vez más urbana e industrial otra forma de vivir y trabajar que merece consideración y respeto”.
Así, siendo “normal que podáis vivir de vuestro trabajo”, los prelados reivindican “una agricultura con valores” y en la que “se os haga justicia, permitiéndoos vender vuestros productos sin tener que competir con los procedentes del extranjero, donde las normas medioambientales no son vinculantes, o incluso no existen”.
También firman otra nota conjunta los obispos de la Provincia Eclesiástica de Montpellier: Benoît Bertrand (Mende), Nicolas Brouwet (Nîmes), Thierry Scherrer (Perpignan-Elne), Bruno Valentin (Carcasona y Narbona) y Norbert Turini (Montpellier). En ella, aplauden su defensa de la “justicia” y les muestran su total cercanía: “No sois desconocidos para nosotros y os encontramos en vuestras tierras agrícolas, en vuestros viñedos y en vuestro ganado. Aprendimos a apreciaros interactuando con vosotros. Os admiramos, a todos y cada uno, en el ejercicio de una profesión difícil que vivís con pasión”.
Al entender sus “preocupaciones legítimas”, observan que “¡hoy el vaso está lleno!”. Y es que “no entendemos que existan dobles raseros y que determinados productos importados estén exentos de las limitaciones administrativas, sanitarias y económicas que se les imponen”. De este modo, “nosotros, vuestros obispos, nos sentimos cercanos y permanecemos a vuestro lado”.
Jean-Marc Micas, obispo de Tarbes y Lourdes, explica que, al hablar con los agricultores, la frase más repetida por su parte es esta: “Solo quiero poder vivir con normalidad de mi trabajo”. Consciente de que son “personas responsables y sensibles a las cuestiones climáticas y medioambientales”, hoy “les preocupa mucho su vida cotidiana, que se ha vuelto muy injusta y difícil”. Por ello, un deber de la comunidad cristiana local es “escucharles, comprenderles y acompañarles a la luz de la esperanza que ofrecen la fe y la enseñanza de la Iglesia” en aspectos como “el sentido de la creación y su custodia, el del trabajo y la dignidad humana, y el de la justicia social, ineludiblemente ligada al respeto del medio ambiente”.
Jean Paul James, arzobispo de Burdeos, centra su mirada en el sector vitivinícola, motor clave de su región y que “ahora está en crisis”. Al exportar menos y al haberse reducido el consumo de vino entre los propios franceses, sin olvidar los “problemas climáticos” que lastran su día a día, les sobrevuela “una crisis social”, pues están “ante la perspectiva de arrancar viñas (hablamos de 10.000 hectáreas y a veces más)”. Es decir, “personas que siempre han trabajado en el sector vitivinícola se plantean jubilarse anticipadamente y jóvenes profesionales piensan en cambiar de carrera”.
Ante esta terrible situación, James se cuestiona: “¿Qué puede hacer un obispo?”. Y se responde que debe hacerlo con estas ‘armas’: “La solidaridad y la fraternidad”. ¿Cómo? “Fomentando los lazos de escucha, amistad y apoyo”.
Lo que ya están haciendo muchas “parroquias y movimientos” que “han tomado la iniciativa y organizan encuentros para intercambiar ideas”, ayudarles en sus “trámites financieros o sociales” o, simplemente, con “el tiempo que pasamos con ellos”, teniendo “la amistad” un “valor incalculable” a la hora de “devolver la esperanza a quienes carecen de ella”.