Cada año, por estas fechas, las calles se llenan de personas disfrazadas por el carnaval. Y, entre disfraces de lo más variopintos, siempre hay alguno de monja, cura… o, incluso, de Papa. Pero, ¿puede un cristiano disfrazarse de consagrado o de Pontífice? Esta pregunta se la ha hecho Benedikt Heider en Katholisch, donde acude a Alexander Saberschinsky, experto en Liturgia y consultor de la Archidiócesis de Colonia.
“En este sentido nos encontramos ante una frontera que puede cruzarse”, afirma Saberschinsky. Y es que “son precisamente esos cruces fronterizos los que constituyen la esencia del carnaval”, en la que los órdenes sociales establecidos pueden revertirse. Y es que “el enfoque carnavalesco de las jerarquías y los órdenes muestra que son indispensables para la convivencia social, pero no un fin en sí mismos”. Por ello, “al darles la vuelta a estas órdenes, en cierta medida les hace volver a ser conscientes de su propósito y, en última instancia, también contribuye a apreciar nuevamente el valor del orden y cumplirlo”.
Es posible, pero con límites
“Los disfraces de sacerdote, religiosa o Papa sostienen un espejo ante los representantes de la Iglesia como institución y muestran que las estructuras terrenales de la Iglesia no son la imagen del cielo”, dice Saberschinsky. Por ello, “los representantes de la Iglesia tendrían que soportar esta verdad durante el carnaval”.
Sin embargo, el experto señala un límite: “Si un disfraz no se burla de forma genérica del estatus clerical o religioso, sino que denigra o insulta específicamente a personas concretas, se perjudica a personas concretas”, y subraya que “ese no es el objetivo del carnaval”. Por eso, “un disfraz de monja con minifalda o simplemente un corsé con velo también es una falta de respeto hacia los demás, y el respeto también es necesario en el carnaval”.