El papel de la mujer en la Iglesia, foco de preocupación del papa Francisco. Lo demuestra con sus invitadas (sí, en femenino) a las dos últimas reuniones del Consejo de Cardenales, el denominado C-9 que ayuda al Pontífice en el gobierno de la Iglesia Universal. El pasado diciembre llamaba a Lucia Vantini, fundadora de la Coordinadora de Teólogas Italianas, y a la salesiana Linda Pocher para hablar sobre ellas y su ser y hacer en el ámbito eclesial. Ahora –en su reunión bimestral celebrada en la Casa Santa Marta del 5 al 6 de febrero– repetía Pocher, para que los cardenales pudieran asentar los conceptos ya explicados. Así, la acompañaban la virgen consagrada de Verona Giuliva Di Berardino –profesora y responsable de cursos de espiritualidad y ejercicios– y la obispa anglicana (sí, también en femenino) Jo Bailey Wells.
Tras salir de su cita con el Consejo de Cardenales, la secretaria general adjunta de la Comunión Anglicana, que representa a 42 organizaciones en más de 165 países, atiende a ‘Vida Nueva’ para conversar sobre su presencia en el Vaticano y conocer más en profundidad a esta mujer, casada y con dos hijos, que, desde 1998, sabe lo que significa estar en los lugares en los que se toman las decisiones, pues ese año se convirtió en la primera mujer decana de una universidad de Cambridge. También tiene un amplio bagaje pastoral en África, pues ha liderado comunidades en Sudáfrica, Uganda, Sudán del Sur; y, en América, en Haití. Además, ha sido profesora de Antiguo Testamento en Ridley Hall (Cambridge) y profesora de Biblia en la Universidad de Duke (Carolina del Norte).
PREGUNTA.- Aunque la reunión tuviera lugar justo después de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, ¿le sorprendió la propuesta?
RESPUESTA.- Sí, totalmente. De hecho, me preguntaba qué podría aportar sobre el tema solicitado y también si yo era la persona adecuada para llevarlo a cabo.
P.- ¿Y cuál era el tema solicitado?
R.- Me pidieron que hablara sobre la experiencia de la ordenación de mujeres en la Iglesia de Inglaterra y en la Comunión Anglicana. Esto incluía algunos antecedentes, el proceso de toma de decisiones y el impacto que había tenido para nuestra Iglesia. Pero también hablé un poco más en general sobre lo que habíamos aprendido a través del proceso en términos de cómo surfear el cambio y tratar las diferencias.
P.- La ordenación de mujeres es una cuestión, por decirlo de alguna manera, polémica en la Iglesia católica. ¿Vio a los cardenales interesados en sus palabras?
R.- Desde luego que sí. Se mostraron acogedores, atentos e incluso diría que con curiosidad. Pasaron más tiempo escuchando que hablando.
P.- ¿Qué significa para el camino ecuménico que el líder de la Iglesia católica pida consejo o una asesoría a una obispa anglicana?
R.- La verdad es que no describiría esta situación como una petición de consejo. Fue más bien un seminario en el que nos sentamos juntos para escuchar. Pero me pareció muy significativo que se me invitara, en cierto modo, como colega, como compañera de ministerio en el Evangelio de Cristo, a compartir la historia reciente de las mujeres en nuestra Iglesia. Sugerí que, aunque nuestras tradiciones y convicciones puedan diferir, tenemos mucho en común y mucho que aprender unos de otros. Y sé que por parte del papa Francisco hay voluntad de explorar, de asumir algunos riesgos, de ejercitar la imaginación en cuanto a las posibilidades de cambio.
P.- La Iglesia católica vive ahora un proceso sinodal, ¿cómo valora el impulso del papa Francisco para dar a las mujeres su lugar?
R.- El papa Francisco está decidido a escuchar a un amplio abanico de voces. Ya ha ampliado el ámbito del Sínodo para incluir a los laicos, entre ellos a las mujeres, y ha abordado aspectos culturales para garantizar que otras cuestiones puedan llegar al Sínodo. Al igual que al invitar a representantes ecuménicos a unirse al Sínodo, está encontrando formas de traer a la mesa voces de más allá de la Iglesia católica (como también demuestra mi invitación a participar en el C-9). No parece tener miedo al cambio: está abierto a las posibilidades de que las tradiciones de la Iglesia sean renarradas y reimaginadas para seguir siendo fieles al Evangelio en los nuevos tiempos y contextos. Me parece inspirador ver todas las formas en las que está empoderando a los bautizados para que vuelvan a comprometerse, lo que probablemente sea también un desafío saludable para el clericalismo.
P.- Usted se convirtió en 1998 en la primera mujer decana de una universidad de Cambridge. ¿Considera que la Iglesia anglicana va por delante de otras denominaciones cristianas en lo que a igualdad de género se refiere?
R.- Parece que vamos por delante de la Iglesia católica en lo que se refiere a ayudar a las mujeres a aprovechar los dones que se les conceden en toda la gama de posibilidades al servicio de Dios. Pero hay muchas otras denominaciones –principalmente protestantes– que abrieron los ministerios formales y los roles de liderazgo en sus iglesias a las mujeres mucho antes que los anglicanos. Mientras tanto, no debemos suponer –solo porque las puertas se han abierto a las mujeres de esta manera– que esto significa automáticamente que hay igualdad de género. Todavía queda mucho trabajo por hacer, en nuestras iglesias, en nuestros hogares, en nuestro mundo –y no menos en aquellas partes del mundo donde hay mayor pobreza–.
P.- La Iglesia anglicana tampoco es ajena a las divisiones internas. Pienso, por ejemplo, en relación a la aprobación de los matrimonios del mismo sexo. ¿Cómo vive usted esta realidad?
R.- Los anglicanos siempre hemos sido bastante abiertos en cuestiones en las que no estamos de acuerdo; de hecho, se podría decir que nuestro discernimiento se produce a través de la lucha y a través de un proceso de recepción abierto, incluso cuando mantenerse juntos es incómodo. De algún modo, hemos logrado muchas paradojas, sobre todo al mantener una identidad que es a la vez protestante y católica.
La división sigue siendo dolorosa, y, ciertamente, esperamos avanzar hacia un mayor acuerdo y un mayor amor. Pero nunca he vivido con la suposición de que la unidad significara uniformidad; más bien creo que se trata de esforzarse por amar y comprender el hermoso mundo de Dios con una mayor amplitud de miras y profundidad.