Haití no es solo un país devastado por la pobreza (es la nación menos desarrollada de América) y la violencia (buena parte del país está en manos de las pandillas criminales), sino que también se encuentra paralizado a nivel político. Todo desde el asesinato del presidente, Jovenel Moïse, el 7 de julio de 2021, durante un ataque a su residencia privada. En estos tres años, le ha sucedido en la práctica su primer ministro, Ariel Henry, quien, aunque no ha llegado a asumir oficialmente el cargo presidencial, ante ese vacío de poder, ha actuado como tal.
Algo que ha motivado un clima de máxima tensión en buena parte de la población, que exige su salida tras comprobarse la incapacidad del Estado de dar respuesta a la crisis generalizada de Haití. Los más críticos, incluso, tratan de inculparle incluso por el magnicidio de Moïse. En todo caso, el 22 de enero se iniciaron unas masivas protestas contra el Gobierno que degeneraron en violentos choques contra la policía, registrándose tres muertos.
Las manifestaciones buscaban que Henry no llegara al 7 de febrero en el cargo, pues, al ser ese el día en que tradicionalmente se inviste a los presidentes del país (el 7 de febrero de 1986 cayó la dictadura de Duvalier), entendían que sería su modo de simbolizar su permanencia en el poder. De hecho, las protestas de este pasado miércoles 7 se cerraron con cinco muertos cerca de la capital, Puerto Príncipe.
En medio de este clima caótico, la Conferencia Episcopal Haitiana ha difundido un mensaje a través de la agencia SIR en el que llama al Ejecutivo de Henry a “tomar una decisión acertada por el bien de la nación”. Y es que, “en estas horas de miedo y angustia que vivimos”, con “nuestra patria en peligro”, la clase dirigente debe “poner fin de inmediato al sufrimiento del pueblo, cuya voluntad se expresó en todo el país, en particular el 7 de febrero”.
Aunque sin pedir explícitamente la salida de Henry, de un modo indirecto no se dejan dudas: “En los últimos tres años se ha derramado suficiente sangre y lágrimas mediante asesinatos, secuestros y violaciones. ¡Ya hemos tenido suficiente! ¡Cerrad el grifo de sangre y dejad de contar muertos!”.
A continuación, los obispos haitianos se dirigen de un modo directo a Henry para reclamarle que, siendo “testigos de la miseria y del sufrimiento de nuestros conciudadanos”, se ven en la obligación moral de lanzar “un enérgico llamamiento” para que el primer ministro “se dé cuenta de la gravedad de la situación actual y tome una decisión sabia por el bien de toda la nación, que está seriamente amenazada hasta sus cimientos”.
Tras mostrar su “cercanía y más sentido pésame a las familias de las víctimas” registradas en las protestas, reclaman “a nuestros queridos compatriotas” que no caigan “en la trampa de la violencia y las luchas fratricidas que burlan nuestra dignidad, desfiguran nuestra humanidad y deshonran la imagen de nuestro país”. Así, “movilicemos todas nuestras energías, unámonos y comprometámonos juntos, con determinación, sin violencia, en el camino que nos llevará al nuevo Haití que todos deseamos”.