Argentina ya cuenta con su primera mujer santa reconocida oficialmente por la Iglesia. Se trata de María Antonia de Paz y Figueroa, rebautizada por los indígenas como Mama Antula, que ha sido canonizada esta mañana en la basílica de San Pedro por otro argentino, el papa Francisco.
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“En honor a la Santísima Trinidad, para ensalzar la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, tras haber reflexionado largamente, y haber invocado la ayuda divida, declaramos y definimos Santa a la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa“. Fueron las palabras que pronunció el Obispo de Roma al comienzo de la celebración para proclamar su santidad en un templo abarrotado y bajo la mirada atenta del recién estrenado presidente del país latinoamericano, Javier Milei, en su su primer viaje a Roma. A la espera del encuentro de mañana en el Palacio Apostólico entre Francisco y Milei, hoy solo han mantenido un breve y protocolario saludo en la sacristía del templo.
Miseria material y moral
Durante la homilía, el pontífice destacó de esta mujer emprendedora del siglo XVIII, “tocada por Jesús gracias a los ejercicios espirituales, en un contexto marcado por la miseria material y moral, se desgastó en primera persona, en medio de mil dificultades, para que muchos otros pudieran vivir su misma experiencia”.
No en vano, Mama Antula evangelizó al país en el siglo XVIII a través de la difusión de los ejercicios de San Ignacio cuando los jesuitas fueron expulsados. En solo ocho años, consiguió que 70.000 personas participaran en alguna tanda de ejercicios. “De esta manera involucró a un sinfín de personas y fundó obras que perduran hasta nuestros días”, ensalzó Bergoglio sobre esta laica consagrada a la que definió como “pacífica de corazón”.
Ejemplo e intercesión
Francisco recordó, eso sí, que la santa “iba ‘armada’ con una gran cruz de madera, una imagen de la Dolorosa y un pequeño crucifijo al cuello que llevaba prendida una imagen del Niño Jesús”. “Lo llamaba ‘Manuelito’, el ‘pequeño Dios con nosotros’”, subrayó el Papa no como anécdota, sino para destacar la carga de profundidad de estas palabras: “Tocada y sanada por el ‘pequeño Dios de los pequeños’, al que anunció durante toda su vida, sin cansarse, estaba convencida —como le gustaba repetir— de que ‘la paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia’”. “Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a crecer en la caridad según el corazón de Dios, deseó a los presentes en su alocución.
El Papa remataba así una homilía que vertebró teniendo como eje el Evangelio de la curación de Jesús a un leproso. EN su reflexión, Francisco presentó como “las tres lepras del alma” hoy: miedo, prejuicio y falsa religiosidad. Así, llegó a sentenciar que esta “lepra del alma” es “una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las ‘gangrenas’ del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia”.
Sepultar la piedad
Para Francisco, este cóctel desemboca en una “gran injusticia” que deviene en situaciones de marginación, alejamiento y rechazo ante el diferente “por el miedo a ser contagiados”. En paralelo, el pontífice alertó de cómo este temor viene acompañado del “prejuicio” y la “religiosidad distorsionada, que crea barreras y sepulta la piedad”.
“¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más!”, lamentó Jorge Mario Bergoglio.
Toca y sana
Frente a ello, ensalzó la actuación de Cristo con el marginado para traerlo a la actualidad: “Él realiza dos gestos: toca y sana”. Francisco hizo hincapié en que Jesús no cura “a distancia”, puesto que “su camino es el del amor que se acerca al que sufre, que entra en contacto, que toca sus heridas”. “Nuestro Dios, queridos hermanos y hermanas, no permaneció distante en el cielo, sino que en Jesús se hizo hombre para tocar nuestra pobreza”, detalló el Obispo de Roma en la homilía.
Es más, acentuó que “frente a la ‘lepra’ más grave, la del pecado, no dudó en morir en la cruz, fuera de los muros de la ciudad, repudiado como un pecador, para tocar nuestra realidad humana hasta lo más hondo”.
Hacerse cercano
Con este punto de partida, instó a cuantos le escuchaban en la basílica epicentro del catolicismo a “hacerse cercano” y no mantenerse en “los recintos de nuestro ‘estar bien’”, “Si nos dejamos tocar por Él en la oración, en la adoración, si le permitimos actuar en nosotros a través de su Palabra y de los sacramentos, el contacto con Él nos cambia realmente, nos sana del pecado, nos libera de las cerrazones, nos transforma más allá de cuanto podamos hacer por nosotros mismos, con nuestros propios esfuerzos”, presentó como antídoto a la “lepra del alma”.
Eso sí, hizo hincapié que el diálogo con Jesús en la oración no es “una oración abstracta, hecha sólo de fórmulas repetitivas, sino una oración sincera y viva, que deposita a los pies de Cristo las miserias, las fragilidades, las falsedades, los miedos”.
Desde esta propuesta, el Papa sostiene que, “sintiéndonos amados por Cristo redescubrimos la alegría de entregarnos a los demás, sin miedos ni prejuicios, libres de formas de religiosidad anestesiantes y despojadas de la carne del hermano”. “Así se fortalece en nosotros la capacidad de amar, más allá de cualquier cálculo y conveniencia”, señala Bergoglio.