Comunidades cristianas de toda España están abriendo el espíritu para percibir heridas a abrazar. Facilitan correos electrónicos y teléfonos para que cualquiera pueda compartir su sufrimiento. Pero también tienen abiertas las iglesias (o los Centros de Orientación Familiar) para que alguien roto pueda incluso sorprenderse a sí mismo al adentrarse en ellas en búsqueda de un ambiente de confianza y donde no sea juzgado. Esta revolución invisible se está labrando en los tres últimos lustros a través de una red que se alimenta de la espiritualidad de los camilos. De hecho, brota del Centro de Escucha San Camilo, en la localidad madrileña de Tres Cantos. Perteneciente al Centro de la Humanización de la Salud San Camilo, el proyecto surgió en 2007 fruto de la intuición de su fundador, José Carlos Bermejo.
Marisa Magaña, directora del programa, explica a Vida Nueva cómo, “en esa época, una mujer que había perdido a su hijo acudió aquí, desesperada, porque no tenía acompañamiento psicológico. Solo le daban medicación, pero no se reconocía el duelo como un proceso a acompañar. Ante esta carencia, Bermejo impulsó en nuestra sede un espacio de acogida para una escucha activa, integral y gratuita para personas sin recursos”. Tras nacer ese primer Centro de Escucha, fueron conscientes de que, con el tiempo, cada vez eran más las personas que acudían a ellos y, al mismo tiempo, este contagio emocional se extendía a comunidades eclesiales que querían ofrecer ese acompañamiento integral. Como “nos pedían formación para sus voluntarios, para ir en la misma línea, impulsamos una red a la que se suscriben quienes desarrollan este proyecto con nuestros valores”.
Hoy cuentan con 37 centros en España y otros tres en Latinoamérica, donde colaboran con otros tres. La mayoría “son parroquias”, lo que refleja que la escucha, más allá de la confesión, “gana peso en la Iglesia”. Al darse “desde el respeto y una mirada compasiva, se generan vínculos potentes que sanan heridas”. Y es que “la Iglesia tiene muchos espacios y a las personas adecuadas para responder a tanto sufrimiento”.
En cuanto al perfil de los acompañados, “el 80% atraviesan procesos de duelo, y en el 20% restante hay una gran diversidad: inmigrantes, separados, enfermos graves, víctimas de bullying o gente que sufre mucho por su soledad”. Un alud de “crisis vitales” que necesita “un voluntariado formado y con capacidad profesional, ya que es un servicio gratuito, pero no por ello pierde calidad”. De hecho, “el 60% de los voluntarios son psicólogos y el 65% tienen un máster en duelo”. Además, quienes ayudan en un Centro de Escucha San Camilo (“en Tres Cantos hay 120 voluntarios y, en el resto, la gran mayoría oscila entre los 5-15”) han realizado 40 horas de formación y su labor se supervisa cinco veces al mes.
La directora del Centro de Escucha San Camilo se ha configurado con muchas historias vitales, pero hay una especial: “Es una mujer de unos 40 años. Su madre murió siendo ella niña y no lo interiorizó. Siempre ha tenido muchos problemas de salud y, desesperada, ha caído en varios intentos de suicidio. Poco a poco, gana en confianza y ahora tiene pareja y está embarazada. Ha querido ingresar para tener salud hasta que dé a luz… Me hace feliz que me diga que, ‘después de todo, parece que Dios me quiere viva y me lo dice a través de ti’”. De ahí que sienta que, “en lo personal y como creyente, este servicio me llena y emociona. Somos sanadores heridos y nos entendemos con la mirada. Te quita la necesidad de juzgar y te nutre de compasión y sentido”.
Un buen ejemplo de esta experiencia es el Centro de Orientación Familiar (COF) San Julián, en Cuenca, inaugurado en 2008 y que, desde 2021, forma parte la Red de Centros de Escucha San Camilo. Teresa arabia, voluntaria, enfatiza que “somos una familia con la puerta abierta, un oratorio, un hospital de campaña o un abrazo amigo, siempre desde la acogida incondicional a cualquiera, sea cual sea su situación”. Como destaca, “no solo se ponen en juego los oídos, sino que también es necesario el olvido de uno mismo para escuchar lo que nos dicen y cómo lo dicen, con la mirada o la emoción”. Por eso, “los voluntarios también debemos escucharnos a nosotros mismos, pues algunas situaciones resuenan en nuestra historia personal y debemos evitar esas interferencias. Escuchar es todo un arte que hay que aprender”.
Para hacerse visibles, “lo mejor es el boca a boca. También estamos en las parroquias y en la vida eclesial en general, así como en las redes sociales y en los medios, trabajando también con entidades y profesionales de otras áreas. Puntualmente, organizamos eventos en torno a la escucha en la calle, en centros culturales, en la Universidad o en los institutos”.
Situado su centro en un piso en pleno centro de Cuenca, en el Parque San Julián, buscan ser “un espacio accesible y confidencial”, facilitando también “la comunicación telemática, según las circunstancias”. De ese modo, “se dedica a la persona tiempo, energía, confianza y paciencia. El ritmo lo marca el acompañado. Siempre acogemos desde la escucha activa y sin juzgar, procurando su mejora sin dirigir. También rezamos para que sea Dios el que acompañe”. Eso sí, como reitera Marisa Molina, trabajadora del centro, desde la aconfesionalidad: “No miramos si es católico o no. Es un servicio gratuito de la diócesis atendido por voluntarios que realizan esta labor como parte de su apostolado”. Un compromiso en el que valora el plus que les aporta San Camilo, “con el que nos enriquecemos compartiendo formación, maneras de proceder y experiencias”.
El equipo lo conforman 20 voluntarios y tres trabajadoras. Organizados por áreas (acompañamiento, prevención y formación), en la primera se ofrecen diversos tipos de escucha: “Individuales, familiares, por duelo, por ruptura de pareja… Tantos como situaciones haya”. En la segunda impulsan “talleres de educación afectivo-sexual, prevención del suicidio, crecimiento personal”. Y, finalmente, “hay dos programas: ‘Misioneros de la misericordia’, para acompañar en procesos de nulidad, y ‘Niño equilibrista’, con chicos que viven la separación de sus padres”.
Identidad misionera
María Sánchez, trabajadora, reitera que, en su primera formación, indagan “cuáles son los rasgos del voluntario misionero, pues entendemos el compromiso como una misión”. Luego, “la formación continua ocupa un lugar relevante desde dos perspectivas: identidad y competencia. Además, ofrecemos becas para la formación en temas concretos”. Sin olvidar el sostén de la Red San Camilo, que “nos ofrece un amplio abanico de actividades formativas”, o “el apoyo del Instituto da Familia de Ourense”.
Como recalca Celia del Rincón, también trabajadora, los perfiles de los acompañados son diversos: “El panorama es cada vez más variado en edad, nivel socioeconómico y educativo o situación familiar. Y, aunque la mayoría son católicos, cada vez acuden más no practicantes o miembros de otras religiones”. Belén Melero, voluntaria, agradece lo aprendido: “Es una ocasión de crecimiento personal y de apertura a la realidad que nos envuelve. Ponerme delante del otro y acogerlo incondicionalmente me ayuda a ver que urge la apertura al prójimo. La clave es, como el buen samaritano, estar abierto al hermano y no juzgarle, sino tenderle los brazos en nombre de Jesucristo. Aquí he descubierto una Iglesia abierta, generosa y acogedora”.
En Cuenca, el último testimonio es de la voluntaria y a su vez directora del centro, Marta Guillén: “Lo que más me conmueve es la conciencia que las personas terminan teniendo de su valor. Y solo por ser escuchadas desde la autenticidad, con atención plena y sin juicio, desde la reconstrucción de su historia, vivida y contada por ellos. La escucha es un espacio seguro, libre, de acogida incondicional. Lo íntimo, único y profundo puede compartirse sabiendo que alguien lo recoge como algo sagrado. En esa transformación, quien escucha es testigo mudo; asombrado, conmovido y agradecido”.
Fotos: Águeda Lucas.