La de Valentín Rodil es un alma abierta en todas sus dimensiones para saber abrazar a las almas heridas con las que se encuentra. Nunca ha dejado de aprender a sanar. En su día y durante diez años, fue sacerdote en los barrios madrileños de Vallecas y Vicálvaro, trabajando por la inclusión social. Hoy, ya casado y padre de familia, tiene muy presente la década siguiente que dedicó a, entre otras muchas cosas, acompañar integralmente a inmigrantes en un piso de primera acogida.
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Desde 2010, este psicólogo experto en intervención en crisis y duelo trabaja en San Camilo y, además de formador en el Centro de Humanización San Camilo de Tres Cantos (Madrid), es el responsable de su Unidad Móvil de Intervención en Crisis. Con su caravana a cuestas, acuden allí donde les llaman en los diferentes centros de escucha ligados a San Camilo que hay repartidos en parroquias y diócesis de toda España y, además de formación, atienden situaciones especialmente críticas.
PREGUNTA.- ¿Percibe un cambio cultural en la Iglesia y que esta, acostumbrada históricamente a hablar, siendo su fin esencial la transmisión del Evangelio, también está empezando a escuchar?
RESPUESTA.- Absolutamente, sí. Es algo que vengo viendo cada vez más gracias a mi experiencia como nexo de diferentes centros de escucha. Poco a poco, en la Iglesia se escucha más. Hay obispos, como el hoy cardenal de Madrid, José Cobo, o Santos Montoya, en Calahorra y La Calzada-Logroño, que, en su día, como sacerdotes, tuvieron centros de escucha en sus parroquias. Pero, a otro nivel, en barrios y pueblos, hay curas comprometidos en ello. Estos días, merced al centro de escucha de allí, me han invitado a hablar en este sentido a los seminaristas de Valencia y veo que vamos siendo conscientes de la importancia de una escucha más plena y menos solucionadora al otro. Es un cambio reciente y que se ha acelerado con la pandemia, pero ya vamos ahondando en el verdadero significado de ideas como el acompañamiento o la cercanía más allá de citarlas mucho.
Compromiso desde 2015
P.- ¿Cómo surgió la Unidad Móvil San Camilo?
R.- La idea germina en San Camilo en la cabeza de José Carlos Bermejo, nuestro director, como un modo de andar los caminos como Jesús. Como servicio, nuestra primera acción fue en septiembre de 2015, tras un accidente del Rally de A Coruña en el que murieron siete personas. Pero el germen estuvo dos años antes, el 24 de julio de 2013, fiesta de Santiago, cuando un tren descarrilló a tres kilómetros de Compostela, en Angrois, y hubo 80 muertos y 144 heridos. Ahí supimos que debíamos de contar con un espacio móvil para hacernos presentes en situaciones así. No somos un recurso de emergencias, pero sí tratamos de estar en la fase siguiente: la de digerir una crisis así.
Por eso vamos donde nos llaman. Fundamentalmente, suelen ser las parroquias cuando ha ocurrido un accidente que ha conmocionado a su gente. Pero también puede ser un colegio cuando ha muerto un alumno y hablamos con sus compañeros y profesores… Además, acudimos cuando los centros organizan jornadas de escucha para, por ejemplo, prevenir sobre el suicidio. Vamos con la UMI (así llamamos a la caravana) y aparcamos en la plaza. Y viene la gente… Un caso paradigmático es La Solana, un pueblo de Ciudad Real en el que históricamente ha habido muchos suicidios y están muy preocupados por ello. Fuimos y vinieron a nuestra caravana 14 personas.
Por cierto, el obispo Santos Montoya es de La Solana. De ahí que siempre resalte lo mismo: la escucha es una red cuyos hilos, poco a poco, se van tejiendo, con experiencias y personas conscientes de esta gran necesidad en nuestro tiempo: abrirnos en un espacio de confianza.
Es clave permanecer
P.- En estos años, han acompañado muchas tragedias, como la del barco gallego ‘Villa de Pitanxo’, que en 2022 se hundió en Canadá y dejó 21 muertos… O el volcán de La Palma, volcándose con los afectados aún hoy, tres años después. Es clave escuchar, pero también hacer seguimiento de cada caso, ¿no?
R.- Así es. Nos llaman y vamos, pero tratamos de que esa red permanezca, pues la gente lo necesita. En el caso del Villa de Pitanxo, trabajamos mano a mano con Stella Maris, el apostolado del mar, y ofrecemos claves de acompañamiento y formación, pero también nosotros mismos continuamos con el acompañamiento, ya sea en persona o de modo online. Con el volcán, quien nos llamó fue la Cáritas local, que, junto a las parroquias de allí, está haciendo un trabajo extraordinario de acompañamiento. Nosotros hemos ido varias veces estos años a la isla y, la última vez, incluso alquilamos una caravana, para responder como solemos hacerlo. Hay una gran demanda de escucha y esta exige presencia y formación. Por eso hay que ir alimentando esta red y que seamos muchos los hilos.
P.- Buena parte de lo vivido lo ha volcado en su libro ‘Se me ha roto la vida’ (Sal Terrae, 2019). ¿En qué modo mira hacia atrás y comprueba que esta experiencia le ha nutrido personal y espiritualmente?
R.- Soy consciente de que Alguien tiene que sostener tanto dolor… Hay fuerzas humanas, pero también está la presencia del misterio. Ahí está Dios. Alguno no entenderá esto que digo, pero mi espiritualidad tiene hoy más matices que cuando era sacerdote. Tengo más experiencia y he tocado más pobreza humana. Y eso es algo que también percibo en muchos curas con los que trabajo cada día. Bulle una cierta ilusión, una renovación… Hay más atrevimiento en la Iglesia. Por ello, cuando en teoría tengo menos pertenencia eclesial, me siento más dentro que antes. También la vivo desde esta vinculación a san Camilo, un maestro de cuidar y enseñar a cuidar.