No citó explícitamente a ninguna de las iniciativas de conversión exprés que se han extendido por nuestro país, pero sí sobrevolaban implícitamente en quienes le escuchaban este mediodía en el auditorio de la Fundación Pablo VI. El cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, lanzaba esta mañana una alerta a los obispos, sacerdotes, religiosos y a la gran mayoría de laicos que se encontraban en el patio de butacas: “En el contexto del primer anuncio puede aparecer cuando damos excesiva prioridad a la dimensión emocional, cuando descuidamos el acompañamiento personal, o cuando nos encerramos en métodos, grupos o experiencias y olvidamos la dimensión eclesial o la misma misión”.
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Con este recado por delante, advirtió de que “en estos desiertos de la vida encontramos la tentación del éxito inmediato” que pasa por “suplantar el ritmo que pone del Espíritu Santo, que es el protagonista de la evangelización”. El purpurado presidió la eucaristía del Encuentro de Laicos celebrado este fin de semana en Madrid que ha tenido como eje central el primer anuncio, esto, es cómo hacer llegar el mensaje de Jesús en una sociedad descristianizada.
Sed y necesidad
En su homilía, Cobo expuso que el primera anuncio pasa por “ir a cada persona en su hondura, en su sed, ir a escuchar los latidos más profundos del otro, su necesidad más dolorida, ir para preocuparnos por ella y sentir que necesita a Cristo que es el único que da sentido a la vida”, Por el contrario, aclaró que “no es ir a nuestras estructuras ni llenar nuestras iglesias, sino que la dirección primera es el otro, su sed, su necesidad”.
Con el Evangelio de las tentaciones de Cristo en el desierto, el cardenal abordó en su homilía una de las cuestiones que verbaliza en cada uno de los foros de relevancia en los que participa: la falta de comunión. “El demonio sigue presente, y se empeña en frenar la acción del Evangelio dividiendo, engañando y separando el corazón de la humanidad o de la misma la comunidad”, dejó caer. De hecho, verbalizó su preocupación por “la tentación de la confrontación, tanto interna como externa” que llega a convertirse en “violenta”, no solo en la sociedad, sino “internamente en la Iglesia”. Como medicina, presentó la escucha y el diálogo. Precisamente, aplaudió el trabajo que viene haciendo la Iglesia española desde el Congreso Nacional de Laicos celebrado hace cuatro años y que ha permitido ir “sembrando, despacio y sin ruido, un proceso de diálogo y de discernimiento”.
En comunidad
Es más, apuntó la necesidad de que el primer anuncio solo tiene sentido llevarlo a cabo como Pueblo de Dios: “No vale ir solitariamente”. De la misma manera, sentenció que la Iglesia no se configura “por el interés o la ideología, sino por el agua del bautismo que es la que nos amasa juntos y nos convoca a encauzarla para regar con su frescura los desiertos del mundo”.
No se olvidó el purpurado en su homilía de los pobres. Así, ante los 700 participantes del encuentro, expuso abiertamente “la tentación del descarte”, consciente de que, también en la sociedad y en la Iglesia, “hay muchas personas rechazadas y escondidas por nuestra sociedad. “Son los invisibles, los que no cuentan, bien por su estatus social, o porque ni siquiera están presentes en nuestra mirada como Iglesia”, reivindicó el arzobispo de Madrid.
Con los últimos
A renglón seguido, admitió que “a veces nos olvidamos de muchos de ellos en nuestras planificaciones, en nuestros diseños evangelizadores o misioneros, quizá porque son más lentos o complejos”. “No podemos hacer una evangelización de primera y otra de segunda”, sentenció.
Incluso llegó a afirmar que “en la misión evangelizadora no podemos excluir a nadie: ni a los lejanos, que nunca han recibido la Buena Nueva de Jesucristo, ni a los alejados, que recibieron el bautismo, pero viven al margen de toda vida cristiana”.