“Monseñor Juan Maria Uriarte ha sido, fundamentalmente, un hombre de Dios”. Con estas palabras, arranca el obispo de San Sebastián, Fernando Prado, su reflexión personal sobre el pastor vasco al que presenta como “mi padre, hermano y amigo Don Juan Mari”, que falleció ayer en el Hospital de Basurto, de la capital vizcaína, a los 90 años de edad, tras haber sido hospitalizado hace una semana tras sufrir un ictus.
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Para el misionero claretiano, Uriarte era “un hombre fraguado en la oración constante y entregado a su ministerio con generosidad, con honestidad, con intensidad”. “Creo que muchos sacerdotes y tantas personas que le han conocido a lo largo de su larga vida compartiríamos, sin ninguna duda, que él ha sido para nosotros siempre como un Padre, como un hermano y como un amigo”, comparte desde el vínculo que compartía con el veterano pastor.
Siempre en crisis
Con estos apuntes por delante, Fernando Prado subraya cómo Uriarte “amó siempre a la Iglesia”. “Preocupado por sus diocesanos, no dejó de preocuparse también por su pueblo, un pueblo siempre en crisis, siempre en nuevas búsquedas”, reflexionó sobre la compleja etapa en la que llevó el timón de la Iglesia de Bilbao. Es más, Prado expone cómo “nunca tuvo miedo a comprometerse con la realidad y los problemas, desde un horizonte evangélico honesto y equilibrado”.
“Su confianza radical en Aquel que le llamó al ministerio -continúa Prado-, configuró su vida como obispo y servidor de la Esperanza”. “No fue perfecto, pero me consta que siempre buscó su propia conversión”, añade el actual obispo de San Sebastián.
Más allá de su valía como servidor, Prado desvela que “me enseñó la importancia de cuidar la vida interior y de la oración constante, como aquello más necesario en la vida de todo sacerdote”. “Ya obispo, su única recomendación fue la de querer siempre a todos, más allá de toda circunstancia”, remata la dar “gracias a Dios por su vida y por su testimonio”.