El teólogo y sacerdote brasileño participa en el curso global ‘Hacia una Iglesia constitutivamente sinodal’ que comenzará este 2 de marzo y aún están abiertas las incripciones
Agenor Brighenti donde pone el ojo, pone la bala. Y aunque sus posturas causan urticaria en algunos sectores (muy conservadores), este teólogo y sacerdote brasileño fundamenta muy bien sus argumentos, no en balde Francisco lo ha fichado en el equipo teológico de expertos del Sínodo de la Sinodalidad y los obispos de América Latina lo tienen en su equipo de reflexión teológica- pastoral.
Asimismo coordina la comisión de elaboración del ‘rito amazónico’ que la Conferencia Eclesial de la Amazonía (Ceama) ha constituído, es docente del centro de formación Cebitepal del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam). Una trayectoria coronada con sus participaciones como perito de la 4.ª Conferencia General del Episcopado de Santo Domingo (1992), 5.ª Conferencia General del Episcopado de Aparecida (2007) y en el Sínodo Amazónico (2019). Este hombre no improvisa y va por la calle del medio.
Por si fuera poco estará encargado de cerrar el curso global ‘Hacia una Iglesia constitutivamente sinodal’ organizado por varias organizaciones eclesiales del mundo, con el tema “Asambleas y conferencias eclesiales”, que comenzará este 2 de marzo y aún están abiertas las incripciones. En medio de corrillos, reuniones, se escucha rumores de una posible “Conferencia Eclesial de América Latina y el Caribe”, un equivalente ampliado del Celam o de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Aunque suene irreal “por ahora” el devenir de la historia irá dilucidando. Vida Nueva consultó con Birghenti, ¿qué tan descabellada es la idea? Habla una voz autorizada.
Pregunta.- ¿Cómo valora el aporte de las conferencias episcopales al camino sinodal y a la Asamblea Eclesial?
Respuesta.- Nuevos vientos soplan hoy en la Iglesia, después de tres décadas de involución eclesial en relación con la renovación del Vaticano II. Y ellos vienen de América Latina y el Caribe. Comenzaron a soplar con la Conferencia de Aparecida, que rescató el Concilio en la perspectiva de la “recepción creativa” de la tradición eclesial liberadora, tejida en torno a Medellín (1968) y Puebla (1979). En seguida, estos nuevos vientos se intensificaron en la misma dirección con el pontificado reformador de Francisco, un latinoamericano que está universalizando lo aquí se engendró y se sigue engendrando.
La Primera Asamblea Eclesial fue un paso importante en este proceso. Su perfil se apoya en la significativa contribución del Sínodo de la Amazonia y en la creación de la Conferencia Eclesial de la Amazonía (Ceama), ambos frutos de la reforma del Sínodo de los Obispos por el papa Francisco, con la promulgación de la Constitución Episcopalis Communio (2018).
Actualmente, el Sínodo sobre la Sinodalidad de la Iglesia (2021-2024) no deja de ser un catalizador de estos nuevos aires que soplan desde el Sur. No es exagerado decir que se trata de iniciativas portadoras de cambios profundos, con consecuencias en todos los ámbitos de la vida eclesial, especialmente, en la acción evangelizadora, razón de ser de la Iglesia.
Hablar del alcance pastoral de la Primera Asamblea de la Iglesia es mirar su resultado, que a su vez está estrechamente relacionado con su significado. Sin duda, más importante que el resultado es su significado – una asamblea del Pueblo de Dios, desde las Iglesias locales, con el objetivo de “reavivar Aparecida” (Papa Francisco).
En cuanto a sus resultados, hubo problemas metodológicos en el proceso de preparación y en la realización de la Asamblea. La escucha hecha en las Iglesias Locales se perdieron en el camino y la Asamblea no contemplaba desembocar en un documento. Fueron apuntados desafíos, no muy consecuentes con el proceso hecho.
Después, se redactó un texto, que no quiso ser “documento” y ni mucho menos “final”. Se dijo que “documento” es más propio de obispos y, de esta Asamblea, los participantes en su mayoría habían sido laicos. Se intituló el texto ‘Propuestas y reflexiones pastorales a partir de la Asamblea Eclesial”, quitando su protagonismo, un texto que hasta ahora, prácticamente, no fue recibido y, consecuentemente, tampoco aplicado.
P.- En 2021, se ha celebrado la Asamblea Eclesial a la par con el llamado al Sínodo de la sinodalidad, ¿cómo evitar verlos como dos procesos distintos?
R.- De hecho, son procesos distintos, pero no antagónicos, aunque la simultaneidad en la realización de los dos procesos, sumada a la pandemia del Covid 19, fueron factores muy limitantes. El significado y el resultado de la 1.ª Asamblea Eclesial, así como del Sínodo de la Sinodalidad, convergen.
Con relación al proceso, en 2019, cuando la nueva dirección del Celam pidió al Papa una VI Conferencia de Obispos tal como habían sido las anteriores, el Papa propuso una Asamblea Eclesial del Pueblo de Dios en América Latina y el Caribe. Se trataba de una nueva organización sinodal, inspirada en el Sínodo de la Amazonía, que a su vez tenía subyacente la Exhortación Episcopalis Communio.
La Constitución Episcopalis Communio ha dado un nuevo perfil al Sínodo de los Obispos, que ya no es sólo de obispos y ni se limita al evento de la Asamblea de Roma: tiene un amplio y participativo proceso de preparación a partir de las Iglesias locales, con la participación de no-obispos en el evento, todos ahora con derecho a voto y tiene un documento final que pasó a ser oficial, seguido de la Exhortación del Papa.
El Sínodo de Amazonía fue el primero que se celebró bajo el nuevo perfil del Sínodo de los Obispos, que hace el paso de un Sínodo de Obispos a un Sínodo de la Iglesia. El actual Sínodo sobre la sinodalidad es aún más innovador: en el primer año, se realiza un sínodo en cada diócesis de la Iglesia en todo el mundo con la participación de todos en el tercer año, acontece la Asamblea de toda la Iglesia en Roma, con representación de todo el Pueblo de Dios.
Con relación a los resultados, la contribución de la 1ª. Asamblea Eclesial y del Sínodo de la Sinodalidad están intrínsecamente relacionados e interligados. La 1ª. Asamblea Eclesial no sólo fue realizada de forma sinodal, sino que hizo de la sinodalidad uno de los principales retos de la Iglesia en el futuro próximo.
La Iglesia en América Latina y el Caribe está siguiendo los pasos del ‘sueño eclesial’ del papa Francisco, expresado en el Sínodo de la Amazonía: ‘una cultura eclesial marcadamente laical’ (QAm* 94). Es el antídoto contra el clericalismo, superado por el Vaticano II, pero que regresó triunfante en las décadas de involución eclesial que precedieron al actual pontificado.
En resumen, entre los 231 desafíos definidos por la 1ª. Asamblea Eclesial y propuestos como programa de acción de la Iglesia para los próximos años, 49 de ellos se refieren a la sinodalidad, y entre los 41 desafíos condensados por la Asamblea que totalizaron 231, 5 de ellos se refieren a la sinodalidad.
P.- De la Asamblea Eclesial ha surgido un documento de reflexiones y propuestas pastorales, del Sínodo, en su primera fase, ha salido un informe de síntesis, ¿cuál documento es más importante? ¿cómo se relacionan estos documentos?
R.- Convergente con el Sínodo sobre la sinodalidad, para la 1.ª Asamblea Eclesial, una Iglesia sinodal, toda ministerial, implica renovar, a la luz de la Palabra de Dios y del Vaticano II, nuestra concepción y experiencia de la Iglesia como Pueblo de Dios, en comunión con la riqueza de su ministerialidad, para evitar el clericalismo.
Renovar los ministerios en la Iglesia, permitiría incorporar a los laicos, a las mujeres y a las consagradas, para que tengan participación y poder en la toma de decisiones. Se trata de retomar la dimensión ministerial de la Iglesia desde la circularidad, la sinodalidad y la corresponsabilidad.
Implica revisar el papel de los laicos e incluirlos en la Iglesia, mediante el empoderamiento de la experiencia orante de la Palabra y la formación de la conciencia eclesial del Pueblo de Dios. Se debe de reconocer la exclusión de las mujeres en el ámbito eclesial en funciones de liderazgo y toma de decisiones y desde una teología relacional, asegurar a ellas espacios que evidencien el reconocimiento de su dignidad y protagonismo.
Por supuesto, engendrar espacios de mayor participación e inclusión de jóvenes, para ello, se impone un cambio en las estructuras de la Iglesia. Una revisión profunda de las estructuras de la Iglesia y del ejercicio del poder es condición para superar el clericalismo e implementar una Iglesia servidora, sinodal y generadora de nuevos liderazgos y ministerios.
P.- Del dicho al hecho hay mucho trecho, ¿las propuestas de la Asamblea Eclesial como del Sínodo de qué forma podrán concretarse y ponerse en práctica?
R.- Un gran desafío puesto por la 1.ª Asamblea Eclesial y el Sínodo de la sinodalidad para una Iglesia sinodal misionera, es una verdadera y profunda conversión a la sinodalidad. Es un proceso complejo, que abarca a todos y a todo en la Iglesia: el modo de vivir y actuar, la Iglesia como institución y los procesos pastorales.
Una Iglesia sinodal es una Iglesia en la que todo está orientado a la evangelización, ya que ella existe para evangelizar. La sinodalidad rompe con una Iglesia encerrada en sí misma. La comunión entre los cristianos quiere ser la vivencia y el testimonio de la realización del plan de Dios, que es la comunión de toda la humanidad, una fraternidad universal, todos hermanos y hermanas.
Como vemos, llevar a la práctica los resultados de la 1.ª Asamblea Eclesial y del Sínodo sobre la Sinodalidad no es tarea fácil, pues nos confrontamos con la complejidad de una institución pesada, con estructuras obsoletas y sin el consenso necesario, tal como lo aboga la sinodalidad eclesial para realizar los cambios que se imponen.
Podría ser un factor facilitador, una mayor autonomía de las Iglesias locales o de su organización a nivel nacional y continental, para responder a los desafíos en sus ámbitos de actuación, ya que, a pesar de la reforma de la Curia romana, el ejercicio del Primado continúa jurídicamente centralizado. No basta con una descentralización del poder en la Iglesia, es necesario una desconcentración del poder, según el principio de subsidiariedad.
P.- Se habla en corrillos de una propuesta de un Consejo Eclesial Latinoamericano y Caribeño al estilo de la Conferencia Eclesial de la Amazonía, ¿cree que es posible una instancia así? ¿Qué ocurriría con instancias como la CLAR y el Celam en ese hipotético caso?
R.- Después de la realización de la 1.ª Asamblea Eclesial, la creación de la Ceama y el actual Sínodo de la sinodalidad, en una Iglesia sinodal ya no caben organismos de toma de decisiones para un determinado ámbito eclesial que no sean sinodales.
Pueden existir organismos solo de presbíteros, religiosas, laicos u obispos, pero no para discernir y decidir lo que concierne a todos. La cuestión de fondo es el ejercicio del poder en la Iglesia. Como afirma el papa Francisco en la exhortación Querida Amazonía y en la constitución Praedicate Evangelium, en coherencia con la eclesiología del Vaticano II, los ministros ordenados no tienen el monopolio del poder en la Iglesia, pues en la Iglesia el poder no deriva del sacramento del orden, sino que se asienta en el sacramento del bautismo.
Así, en una Iglesia sinodal, además de clérigos, también religiosas, laicos y laicas precisan ser partícipes de los procesos de toma de decisiones y asumir funciones de coordinación y presidencia en las organizaciones eclesiales en todos los campos y ámbitos de la Iglesia.
Las Conferencias Episcopales nacionales y continentales siguen siendo organismos mucho más de ejercicio de la colegialidad episcopal que de la sinodalidad eclesial. No les queda otro camino para ellas que ‘sinodalizarse’. Cuando se trata de ocuparse de la solicitud de las Iglesias locales, precisan ser menos una asamblea de obispos y más una asamblea representativa del pueblo de Dios en su conjunto, pues, según el principio de la Iglesia en el primer milenio, lo que concierne a todos, precisa ser discernido y decidido por todos.
Foto: CEB