El pasado 15 de noviembre, Doctrina de la Fe recordó su posición previa, adoptada en 1983 (siendo prefecto Joseph Ratzinger), y recalcó públicamente que “la pertenencia activa a la masonería por parte de un fiel está prohibida, debido a la irreconciliabilidad entre la doctrina católica y la masonería”.
Sin embargo, tres meses después, este 16 de febrero, la Fundación Cultural Ambrosianum sorprendió al organizar un coloquio titulado ‘Iglesia católica y masonería’. Un espacio de diálogo al máximo nivel, pues acudieron el gran maestro del Gran Oriente Italiano, Stefano Bisi, y, por parte católica, el arzobispo milanés, Mario Delpini; el cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente emérito el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos; y Antonio Staglianò, presidente de la Pontificia Academia de Teología.
Transcurridos unos días, la web del Gran Oriente Italiano ha compartido la ponencia de Bisi, que dejó aspectos significativos. Así, el gran maestre, que se inició en la masonería hace más de cuatro décadas, recalcó que debe buena parte de su formación académica al apoyo de diversos sacerdotes y que, en ocasiones en las que le aturde el “ruido” del día a día, entra en iglesias para encontrar “silencio” y “meditación”.
Puesto que “me apasiona el tema desde hace mucho tiempo”, Bisi miró frente a frente a Delpini y fue franco: “Me gustaría que el prelado, el hombre de Iglesia que tengo delante, no me tuviera miedo, y me gustaría no tenerle miedo a él. Y me alegra estar hoy aquí porque significa que se ha avanzado por el camino del conocimiento y el respeto”.
Por lo mismo, dijo esperar “que los participantes en este seminario no acaben en la picota mediática, como les ocurrió a dos obispos, de Arezzo y Terni, que participaron en iniciativas públicas del Gran Oriente de Italia” y a los que ese gesto conciliador les conllevó un alud de críticas internas.
Haciendo un repaso histórico, Bisi reiteró que, “a lo largo de sus más de 300 años de vida”, la masonería ha sido “calumniada y temida” por distintos regímenes políticos, pero también “por la Iglesia católica, que veía en ella un competidor potencial en la espiritualización y elevación del hombre”.
Una “larga historia que comienza en 1738”, cuando el papa Clemente XII, en la bula ‘In Eminenti’, proclamó la excomunión de todos los católicos que pertenecieran a logias masónicas, y que, “con altibajos, entre pseudotolerancias y pequeños atisbos de esperanza, ha continuado hasta hoy sin que jamás se haya traducido en una oportunidad deseable y verdadera de cambiar el rumbo de la Historia, abriendo las puertas de un diálogo constructivo y poner fin a esa excomunión” que “todavía se cierne sobre millones de masones repartidos por todo el mundo” y que a su vez son católicos.
Un paréntesis lo puso en 2016 el cardenal Gianfranco Ravasi, entonces prefecto vaticano de Cultura, y quien invitó a los masones a un “diálogo” sincero. Entonces, el propio Bisi escribió al purpurado y le reiteró que “no se pueden ignorar los puntos de contacto entre la masonería y la Iglesia, que encuentran valores comunes en la dimensión comunitaria, en la dignidad humana, en la lucha contra el materialismo, en la caridad. En esto podemos tener una discusión abierta y libre, manteniendo las diferencias, pero reduciendo las distancias”.
Pese a todo, “en aquel momento, ciertamente, no faltaron las críticas al cardenal y no hubo mayor desarrollo del diálogo”. Y eso que, en realidad, este acercamiento ya se había producido mucho antes: “Ya en los años 60, durante el pontificado de Pablo VI, se iniciaron contactos entre un grupo de sacerdotes, como Rosario Esposito y Giovanni Caprile, y el obispo de Livorno, Ablondi, y los líderes del Gran Oriente de Italia, para entenderse. Siguieron numerosas reuniones, pero la muerte de Pablo VI interrumpió el diálogo”.
En “los tiempos actuales”, tanto con Benedicto XVI como con Francisco “no hubo ningún intento significativo de apertura”. Algo que Bisi lamentó especialmente en el caso de Bergoglio, “que hizo la famosa declaración, ‘¿quién soy yo para juzgar?’, al inicio de su pontificado, dirigida a los homosexuales, y luego abrió las puertas a los divorciados, pero olvidó que entre los masones también hay muchos católicos a los que se les impide recibir la comunión”.
En este sentido, para el representante masónico, la propuesta es “partir de lo que afirmaron el padre José Ferrer Benimeli y el padre Giovanni Caprile: desear, animar, intentar, conducir el diálogo con prudencia, no significa traicionar la fe católica, ni abrir las puertas a presuntos enemigos, ni ceder a ideas irrefutables. Implica solo la búsqueda paciente de puntos comunes de entendimiento, el deseo de intercambiar los bienes reales que posee cada uno, la tensión para que la verdad (sin ningún adjetivo posesivo) prevalezca, la búsqueda de la unión para el bien de todos”.
Por su parte, en las logias “dejamos a nuestros hermanos la libertad de adherirse a cualquier religión y practicarla. Las verdades absolutas y los muros de la mente no nos pertenecen y deben ser derribados por nosotros. En cuanto al temido peligro para la Iglesia de exponerse a un diálogo peligroso con los masones porque va contra la fe, añado que no creo en lo más mínimo que esta tesis pueda llevar a consecuencias tan extremas. La reconciliación, por el contrario, si está bien arraigada e iluminada por la razón, solo puede fortalecerla”.
“Nuestras puertas están perpetuamente abiertas”, zanjó un Bisi que soñó en alto: “Mi deseo (que es también una esperanza) es que, un día, un papa y un gran maestre puedan encontrarse y recorrer juntos un tramo del camino, a la luz del sol. Me viene a decir a la luz del Gran Arquitecto del universo”.