Este 24 de febrero se cumplen dos años de la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin. Una fecha que los ucranianos soñaban con celebrar ya plenamente libres, pero en la que les toca seguir luchando por su independencia.
En medio de tan duras circunstancias, Vida Nueva recaba en Kiev el testimonio del sacerdote cordobés Pedro Zafra, perteneciente al Camino Neocatecumenal y que lleva más de 12 años de misión en Ucrania. Al estallar el conflicto, cuando parecía que el país podía ser engullido en horas por las tropas rusas, renunció a venir a España y quiso permanecer junto a los suyos. Abrió su parroquia, la de la Asunción de la Virgen María, a los fieles de la comunidad “que estaban solos o que querían pasar esta prueba acompañados”. Y así fue como, durante semanas, decenas de personas, “sostenidas por la eucaristía y la oración”, superaron la mayor dificultad de su existencia.
Hoy, el misionero destaca que “el Señor nos está mostrando su misericordia y, pese a todo, tratamos de seguir con nuestra vida. Es verdad que se ha reducido el número de fieles de la parroquia, pero también lo es que hay gente nueva que antes no venía y que han pedido recibir los sacramentos del bautismo, la comunión o el matrimonio. Este es un signo de cómo Dios nos acompaña en medio de la dificultad. Él sigue llamando en su amor y yo soy un simple instrumento suyo”.
Ahora, “la pastoral se centra en la catequesis con los niños, tanto de comunión como de poscomunión. También miramos mucho por los jóvenes y, una vez al mes, nos reunimos para discernir en torno a la Palabra y que ellos nos comparten sus experiencias y dificultades. Contamos además con un centro vocacional que les ayuda a reflexionar sobre el camino a seguir. Pese a vivir en una ciudad donde constantemente suenan las alarmas y a veces somos bombardeados con fuerza, ellos se acercan a Dios… Esa es una clara muestra de su amor por nosotros”.
Un signo de belleza y esperanza “lo hemos tenido en Navidad, con los niños de la parroquia. Con la ayuda de dos familias misioneras (una española y otra italiana) y de otras ocho laicas que nos acompañan (una italiana y siete ucraniana), han preparado una preciosa obra de teatro en torno al misterio”. Son momentos de oasis, “pues las familias están muy preocupadas”. Instalados en la “precariedad”, la gente “arrastra mucho cansancio psicológico” e incertidumbre, “ya que no sabemos cuál va a ser el devenir de la guerra”.
Lo más difícil es que “muchas familias se han ido del país. Con todo lo que eso supone, pues hablamos de mujeres y sus hijos emigrando a lo desconocido y con los hombres sin poder atravesar la frontera por ley”. Aunque lo más complicado lo afrontan “los que están en el frente, sin noticias reales de cuándo y cómo puede terminar todo”.
En el reto de vivir el día a día, percibe cómo “ya no tengo tanto miedo como antes. El Señor me dona la paz y la aceptación de las circunstancias”. Eso sí, “cuando hay bombardeos, brotan mis debilidades y me cuestiono muchas cosas… No soy un héroe, pero al final sé que Dios, que me trajo a Ucrania hace 12 años, me sigue queriendo aquí. Es una gracia, como lo es saber que tanta gente, incluidos varios monasterios, rezan por mí en España. No tengo dudas y, pase lo que pase, sé que estoy haciendo su voluntad. Tratar de ayudar en lo posible a quienes vienen contando los horrores padecidos es lo que me da la paz y la vida. Es difícil, pero veo cómo la Palabra tiene una fuerza impresionante en ellos. El encuentro con Jesús les anima y les cura”.