Las Agustinas de la Conversión nacieron en el año 2000 como un renuevo del tronco de la Orden de San Agustín. “En una orden de tanta tradición como la nuestra -explica su fundadora, la Madre Prado González- los caminos nuevos nunca lo son tanto como para ser otra cosa distinta ni tan antiguos que ya no sean necesarios. Nos sabemos y sentimos el humilde comienzo de una experiencia “siempre antigua y siempre nueva. El carisma se mantiene intacto”.
Prado entró a los veinte años en un convento de agustinas en su ciudad, Talavera de la Reina, centradas en la enseñanza, a lo que dedicó los veinte años siguientes. Comenzó una andadura espiritual tocada por la espiritualidad de la conversión y la comunión como un único camino, con una vivencia de la contemplación iluminada por las nuevas formas de vida religiosa y en profundo deseo de vivir el ecumenismo y un hondo diálogo con el mundo. Escuchada y animada por su director espiritual, pudo encontrarse más tarde con el padre general de la Orden, Miguel Ángel Orcasitas OSA.
Fue entonces cuando se puso en marcha el proyecto, al que en aquel momento se unieron otras seis hermanas. Fueron acogidas por el obispo de Palencia en el monasterio cisterciense de San Andrés de Arroyo y Becerril de Campos. “Allí, durante doce años, en pequeña comunidad, vivimos una experiencia de gracia en la pobreza, la soledad, la oración humilde y silenciosa, el estudio profundo de la teología, la antropología, la filosofía. Nuestro fin era descubrir nuestro propio carisma dentro del agustiniano, nuestra propia espiritualidad, pensamiento, liturgia, modo de vivir…”. Así fueron creciendo, como la semilla que, aún escondida en la tierra, afianza su vida para salir a la luz. “Apenas éramos conocidas, ni visitadas ni aplaudidas. Pero eso nos dio la libertad para escuchar nítidamente la voz del Espíritu”, afirma.
Lo que en algún momento pareció una novedad, de dudosa fidelidad al carisma, tras varios años de andadura se consolidó en una experiencia claramente agustiniana, “como ha ocurrido con las comunidades que adoptaron después del Concilio la clausura constitucional para poder ejercer la pastoral educativa o abrir una residencia de estudiantes interpretando los deseos de sus fundadores”, cuenta Prado. “Nos ayudaron los obispos de Palencia y nuestros padres generales: el padre Robert Prevost (hoy cardenal y presidente del Dicasterio para los Obispos) y el padre Alejandro Moral, así como otros sacerdotes que nos acompañaron con discreción y sabiduría”.
La fuente inspiradora de esta reciente comunidad se halla “en la urgencia de un retorno, de una vuelta del hombre a Dios a la que queremos contribuir con nuestra vida, para hacerla posible, luminosa, fecunda”. Lo hacen dentro de la fidelidad creativa a una tradición que aporta seguridad y confianza a sus pasos. Sus claves son las de la vida religiosa: contemplación, fraternidad y apostolado, nutridas a su vez de las tres fuentes de su carisma: la Palabra de Dios, el caudal espiritual y teológico de Agustín y los rasgos de las Órdenes Mendicantes. “Vivimos con mucha humildad, pues sabemos que el camino está por hacer. Deseamos vivir una vida profundamente humana, totalmente empeñada en la búsqueda de Dios, en el Amor a Cristo, a su Palabra y a la Iglesia; una vida que logre transparentar la Belleza, el Amor, la Verdad y la Unidad de Dios, nuestra única posesión común”, revela Prado.
Ya constituidas como Federación de la Conversión, se definen a sí mismas como Monjas Agustinas Contemplativas con una nueva manera de vivir la contemplación y el carisma agustiniano. Reconocidas por la Orden y por la Iglesia en su novedad y fidelidad al carisma, tienen su singularidad en una clausura abierta que les permite un trabajo pastoral en el interior del monasterio y también, casualmente, fuera de él. Han fundado en el Monasterio de la Conversión, en Sotillo de la Adrada, (Ávila); en el Monasterio de la Encarnación, en Lima (Perú) y en el Monasterio de Mother Good Councel, en New Lenox, Illinois (USA). Tienen también una presencia testimonial en el Camino de Santiago, en el Albergue de Santa María, en Carrión de los Condes, Palencia, y, en la actualidad, se encuentran fundando en Italia.
Como la propia Madre Prado explica, “nuestros Monasterios quieren ser un lugar de evangelización desde la fraternidad apostólica (han llegado a acoger a refugiados ucranianos por la guerra), desde la contemplación, el estudio y la predicación; un espacio de oración, conversión, comunión en medio del mundo, de acogida donde la búsqueda y el encuentro, el diálogo y la comunión, la liturgia, la oración y una vida comprometida con los valores evangélicos sean para el hombre de hoy una ofrenda, una propuesta, una posibilidad a través de la cual encontrar el sentido de la propia existencia, la fe, la forma de vivirla y el compromiso a que nos lleva dentro de nuestro mundo”. Para ello, realizan cada semana encuentros de espiritualidad, retiros, ejercicios, acompañamiento, campamentos…
Su día a día está marcado por la oración personal y comunitaria, el silencio, el estudio, el trabajo doméstico, las artes gráficas, la pastoral y los encuentros fraternos, también con todas las comunidades de la Federación, con quienes tienen un espacio que han llamado “Laboratorio de la Fe” (Labfe), online, y otro sobre situaciones sociales emergentes que piden su conocimiento y compro-miso. Su trabajo las sostiene. Además de su compromiso pastoral con adultos, jóvenes y niños, las hermanas trabajan la artesanía en cuero, madera, la encuadernación y la expresión artística, mediante la realización de iconos, cirios, velas, tarjetas y pequeñas publicaciones. A eso se une la aportación económica de personas que las apoyan y ayudan.
El ingreso de nuevas vocaciones a la federación suele provenir del encuentro con las hermanas de la comunidad, ya sea a través de las actividades que realizan, mientras cursan sus estudios teológicos, en el Camino de Santiago (al que deben la entrada de las hermanas de fuera de España) o incluso por coincidir en una peregrinación a otros lugares o en la JMJ.
“La motivación principal para entrar en nuestra comunidad, explica Prado, ha sido la búsqueda de Dios y el encuentro con una realidad religiosa espiritual atrayente porque promete un sincero encuentro con Jesucristo y con la Iglesia, en fraternidad. Los jóvenes de hoy no son indiferentes ni a la Verdad ni al Amor, ni a la búsqueda de sentido ni a la responsabilidad en la vida. Para muchas este es el drama de la vida y vienen al Monasterio hastiadas de una vida sin sentido, con muchas preguntas, carencias, deseos y llamadas a dar la vida por Cristo y todo lo que venga de Él. Entran buscando y en el Monasterio se descubren encontradas por Él”.
Por el hecho de vivir en el tiempo, se sienten llamadas a escuchar la voz del Espíritu, despojándola de “algunas de las vestiduras de la historia que hoy puedan ya no tener valor o puedan y deban ser leídas desde otros ángulos y vividas de otros modos”, explica.
*Reportaje original publicado en el número de febrero de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva