Juan José Omella: “El presidencialismo no es bueno”

presidente de la Conferencia Episcopal Española

De su cuello parece que cuelga el pectoral del Cristo mutilado de Kike Figaredo. “Casi”, matiza el cardenal Juan José Omella. Más bien, es una declinación. El purpurado pidió hace tiempo al prefecto apostólico de Battambang un manojo de pequeñas cruces con esta imagen para echar una mano al jesuita español como voz de denuncia de las minas antipersona de Camboya. Omella las repartió a diestro y siniestro. Entre otros, se la regaló a un sacerdote hondureño que había pasado un tiempo en Barcelona. Le entregó otra para su obispo local.



Más tarde, ese pastor hondureño quedó tan impactado por el detalle del cardenal español y de la misión de Figaredo que creó su propia versión en pectoral, que regaló a su vez a Omella. “Así, damos visibilidad a los invisibles”, deja caer el aún presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Cuatro años después de asumir una responsabilidad que vino acompañada del confinamiento por la pandemia, el cardenal espera su relevo en la primera semana de marzo, cuando la Asamblea Plenaria vote al nuevo líder de la Iglesia española.

PREGUNTA.- Cierra su etapa como presidente. ¿Gracias a Dios?

RESPUESTA.- Evidentemente, es una liberación, pero no porque sea una carga, sino porque ahora me puedo dedicar más a la parroquia, a Barcelona. Todos los servicios se hacen con gusto y, como he visto que ha habido una buena relación, ayuda y participación, me voy contento de haberme puesto al servicio para coordinar la Conferencia Episcopal Española, a los obispos y a las diócesis. A pesar de todo lo que se dice por ahí, llevamos todos el mismo camino. Caminamos juntos. Los ritmos a veces son distintos, pero eso es la dinámica sinodal. Cuando un pueblo se pone en marcha, no todo el mundo lleva el mismo paso. Como presidente, unas veces te toca ir delante impulsando, otras veces detrás, recogiendo. Eso es lo que he intentado hacer.

P.- Si le saco la palabra balance…

R.- Yo no hago balance alguno, que lo haga la gente y el Señor desde el cielo. Nadie es perfecto. He dado lo que sé y lo que puedo. Seguro que otros lo hubiesen hecho muchísimo mejor que yo. Yo solo puedo decir que me he entregado con generosidad y con amor. Evidentemente, en este tiempo en el que también he tenido otras responsabilidades en Roma, he sentido que en la Archidiócesis de Barcelona no estaba tan presente, pero en eso me han ayudado muchísimo los obispos auxiliares y los vicarios episcopales, que han trabajado a tiempo y a destiempo. Por otro lado, en Madrid, todo el equipo que trabaja en la Conferencia Episcopal se ha volcado para llevar las riendas, y los obispos de la Comisión Ejecutiva y de la Comisión Permanente han arrimado el hombro.

P.- ¿Ha logrado contagiar el ‘estilo Omella’ a sus compañeros de mitra y báculo?

R.- Uno de mis empeños en estos cuatro años ha sido contagiar, tanto dentro de la Iglesia como en los espacios sociales y políticos, que, si estamos abiertos y no confrontados, podemos aprender los unos de los otros y podemos avanzar. En este cambio de época que estamos viviendo, y padeciendo zarandeos en todos los aspectos de nuestra vida, si nos escuchamos unos a otros, nos sabemos necesitados unos de otros y contamos los unos con los otros, podemos salir de cualquier dificultad. Pero si nos dedicamos a atacarnos, a ningunear al otro, a anular al diferente o a levantar muros, todo se destruye.

P.- Madrid, Barcelona, Roma… ¿No se ha sentido desbordado?

R.- A veces, tenía la sensación de que estaba en cuarenta mil frentes a la vez. Hace años, estuve en Polonia en un encuentro de pastoral social y, antes de arrancar, nos invitaron en una catedral a un concierto de un órgano que tenía cinco teclados. No me entraba en la cabeza cómo se podía manejar aquel instrumento a dos manos y generar una melodía tan bella. Yo, a veces, me he sentido con esos cinco teclados a la vez, pero la música ha ido saliendo. ¿Por qué? Porque los dedos de quien interpreta la partitura no son míos, son del Señor. Tengo siempre muy presente la frase de san Bernardino de Siena: “Dios no escoge al capaz, sino que capacita para esa acción al que elige”. Yo no era ni soy capaz de hacer tantas cosas a la vez, pero he visto cómo Dios me ha dado fuerzas y ha salido al encuentro en no pocas situaciones. Cuando uno se pone en manos de Dios, saldrán mejor o peor las cosas, pero salen.

El pastor surfista

P.- Algún obispo al que le he preguntado por su gestión durante estos años, le dibuja como un surfista, que han sabido moverse entre no pocas olas sin ahogarse.

R.- ¡No me han hundido! Después del Concilio Vaticano II, en Barcelona había mucho revuelo sobre si la misa se tenía que hacer de una manera u otra y mucha gente se mostraba preocupada, y decían algo así: “Pero, ¿dónde vamos a parar?”. Había un cura muy mayor que calmaba a los desconcertados: “La barca de Pedro sufre muchas tormentas, muchas olas que la zarandean y, a veces, da la impresión de que se va a hundir. Pero no se hundirá porque la mantiene el gran timón que es Cristo. Nos llevará a buen puerto, estad seguros, pero os aseguro también que llegaremos muy mareados”. En estos cuatro años, hemos tenido que vivir coyunturas complicadas, como la tempestad de los abusos, pero al final hemos salido adelante porque hemos seguido al Señor y ha habido voluntad por parte de todos.

P.- ¿Le ha llegado a superar la crisis de la pederastia que cita?

R.- Me ha dolido muchísimo por todo lo que han pasado las víctimas, y ahora tenemos el propósito sincero de que no vuelva a suceder. Creo que hemos preparado muy bien los protocolos de prevención, tanto en la Conferencia Episcopal como en las diócesis. Hemos dado un paso al frente necesario con el plan de reparación integral a las víctimas. A trancas y barrancas, hemos reconducido la situación, porque al final siempre nos guía el Señor. En definitiva, hemos puesto las bases para el futuro y también para una sociedad civil donde esta cuestión todavía está sin abordar.

P.- Con las víctimas no se juega, pero, a costa de los abusos, usted ha sufrido presiones políticas. Al menos, así lo parece con los constantes órdagos desde el Parlament catalán para que comparezca en una comisión cuestionada por las propias víctimas…

R.- Toreamos como podemos. ¡Qué familia y qué institución no recibe envites! Lo afronto siempre con altura de miras e intento no enredarme en los problemas. Mi arzobispo Elías Yanes sé que decía por ahí de mí: “Omella tiene una cualidad: ante los problemas no se hunde, sino que busca una solución. Incluso, se crece”. Yo no creo que me crezca, pero sí es cierto que siempre intento dar una respuesta ante los problemas, porque lo que no podemos es dejarnos atrapar por la incertidumbre y apocarnos. Es más, no busco las soluciones yo solo, sino que respondo desde el discernimiento personal, la oración y el diálogo con los que me acompañan.

P.- En estos cuatro años, además de los abusos, el Gobierno de Pedro Sánchez le ha buscado las cosquillas a la Iglesia con las inmatriculaciones o la financiación,  y no parece que hayan encontrado grandes agujeros…

R.- Mejor así. Nos alegramos, no porque no hayan encontrado nada malo, sino porque intentamos hacer las cosas bien.

P.- ¿Lo próximo será la Obra Pía?

Dios dirá. A cada tema y en cada momento se encuentra una solución. El diálogo siempre es el camino.

Cohesión episcopal

P.- Usted insiste siempre en que en el seno del Episcopado español no hay bandos ni ideologías, pero como mínimo reconocerá que hay sensibilidades diferentes. ¿Cómo aunar criterios para que no se hayan dado fracturas en cuestiones delicadas como la amnistía o los abusos?

R.- Si no me equivoco, llevo 27 años de obispo y puedo decir que pocas veces he visto que un documento se sacara adelante por unanimidad, como ha sucedido con el plan de reparación para las víctimas. Y casi por unanimidad se aprobó el mensaje de la Asamblea Plenaria de noviembre ante la situación política y social. ¡Claro que somos distintos, y eso es bueno que se exprese en las reuniones que tenemos! Otra cosa distinta es enfrentarnos. Si a uno no le acaba de convencer una línea de trabajo o una propuesta, con toda libertad habla y vota en un sentido o en otro.

También estoy especialmente satisfecho de que los nuevos estatutos de Cáritas Española se respaldaran por unanimidad. Ahí se ve esa acción sinodal a la que nos invita el Papa, desde la escucha del Espíritu y en la escucha de los hermanos. Esa unanimidad es un regalo de Dios y un fruto de la comunión, de la buena voluntad que tenemos, aun con las sensibilidades tan diversas. Estoy muy contento, lo digo con toda sinceridad, del trabajo de mis hermanos obispos en estos cuatro años en la Conferencia Episcopal. No será un trabajo brillante a ojos de algunos, pero sí de comunión.

P.- ¿No tiene por ahí el nombre del próximo presidente de la Conferencia Episcopal?

R.- No lo tengo. Y si lo tuviese, no lo diría…

P.- Pero con su cuatrienio a la espalda, sí puede elaborar un retrato robot del presidente que necesita la Iglesia española…

R.- Con este retrato tampoco me atrevo, porque ni soy Dios ni soy el más sabio como para elaborar un perfil. Pero sí puedo decir que el presidencialismo no es bueno, lo importante es el equipo. Evidentemente, el presidente es la cabeza, pero tiene que tener unos compañeros de viaje, que es la Comisión Ejecutiva. Ante cualquier decisión de relevancia, primero lo he consultado con ellos antes de dar un paso al frente. No en vano, eso es lo que ha hecho el Papa con el Consejo de Cardenales para que le ayuden en el gobierno de la Iglesia. Uno solo gobernando no tiene mucho sentido, porque somos limitados, aunque uno sea un gran intelectual o un líder nato en la pastoral. La Iglesia en España es muy grande y tiene tantas tonalidades que requiere trabajar en equipo para acoger todas esas sensibilidades.

P.- Algunos obispos dejan caer que urge un relevo generacional en la presidencia…

R.- Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La experiencia es un grado, la ingenuidad del que empieza es un valor porque lleva mucha fuerza… El Espíritu sugiere al que tenemos que votar, amén de las murmuraciones que nacen del diálogo entre nosotros. El Papa ya nos ha puesto un límite: todo aquel que durante su mandato vaya a cumplir 75 años no puede ser elegido. La senectud desaparece. De hecho, si esta premisa hubiera estado vigente antes, yo no podría haber sido elegido ahora. Busquemos nombres más jóvenes, porque hay que tener cierto dinamismo para llevar adelante todo el trabajo que requiere.

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