El cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, se despide como presidente de la Conferencia Episcopal Española, después de cuatro años pilotando una Iglesia que ha tenido que atravesar encrucijadas como la pandemia, la crisis de los abusos sexuales y las siempre complejas relaciones con el Gobierno.
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“Quiero daros las gracias a todos vosotros, hermanos obispos, y a todo el personal que trabaja en esta casa por vuestro apoyo, colaboración y comprensión durante estos cuatro años de servicio”, expresaba en el discurso de apertura de la Asamblea Plenaria que reúne desde hoy y hasta el viernes a todos los obispos españoles que, entre otros cometidos, decidirán entre hoy y mañana quién será su sucesor. “Ha sido una bella etapa en el camino que hacemos juntos hacia la meta, en la que nos espera un premio impresionante”, añadía justo después. “Os pido que disculpéis mis errores y sigamos avanzando unidos en el camino que nos lleva a la Pascua definitiva”, añadiría más tarde en un personal ‘mea culpa’.
Una sociedad más justa
A modo de balance de su forma de entender el gobierno de la Iglesia, Omella apuntó que siempre ha querido aportar “una mirada reflexiva de la realidad, animando a trabajar juntos para construir, entre todos, una sociedad más libre, más justa, más en paz”.
Siempre con la pastoral social de fondo, Omella llamó a sus compañeros de bancada a escuchar “el clamor de tantos hermanos oprimidos” y salir “al encuentro de la humanidad herida”. “El Papa nos hace reflexionar y preguntarnos si ese grito nos llega, si realmente nos conmueve”, compartió el arzobispo de Barcelona.
Sin embargo, la centralidad de su discurso de despedida no se centró en un análisis de la realidad exterior, sino más bien en un diagnóstico de cómo están los obispos hoy como gremio y hacia dónde deberían caminar, a juicio del propio Omella. Eso sí, apenas deslizó mensajes directos que dibujen el perfil del nuevo presidente. O sí.
Caminar juntos
“Comunión” fue la palabra más repetida por el purpurado, un término que, de tanto insistir, bien podría ser reflejo del riesgo de rasguños de disenso que pudiera haber en el seno del Episcopado, o, entre los obispos y Roma…
Para llamar a la cohesión entre los pastores, vertebró su alocución remitiéndose a la exhortación ‘Pastores gregis’, de Juan Pablo II, para invitarles a ser “esperanza” en medio del mundo frente a “la polarización, la desigualdad y la violencia”.
“Transformar este valle de lágrimas en un jardín de Dios es una tarea preciosa; una misión que solo podremos llevar a cabo si caminamos unidos a Dios y en comunión los unos con los otros”, dijo en otro momento Omella, sabedor de que no le ha resultado bandear en este tiempo con las diferentes sensibilidades del colegio episcopal.
Siempre unidos
“Caminemos sin prisa, siempre unidos, cohesionados mirando hacia adelante”, insistió. A la par, expresó que este peregrinar debe hacerse “juntos, sinodalmente, guiados por el Espíritu Santo que inspira y conduce a la gran familia de la Iglesia, y que habla a todos los fieles que permanecen unidos en oración. Solo seremos creíbles si vivimos esa comunión que nace del Espíritu Santo”.
“Las funciones del obispo no se deben reducir a una tarea meramente organizativa”, alertó Omella, que presentó al prelado como aquel que ha de ser “promotor y animador de una espiritualidad de comunión” con un “absoluto desprendimiento de nuestros propios intereses y estrategias”. En esta misma línea, expuso que los pastores deben apostar por ir de la mano “no tanto a una conveniencia humana de coordinación”.
Con generosidad
Esta premisa, la aterrizó a una cuestión concreta, a un encargo directo del Papa y del Dicasterio para el Clero: “En nuestra misión de servicio a las Iglesias que peregrinan en España, siempre cum Petro et sub Petro, no se nos oculta la gravedad de la hora presente de proceder con generosidad y resolución colegial a la reforma de nuestros Seminarios”. “Esta Conferencia Episcopal está y quiere estar con el pastor que el Papa, lo remarco para que nadie lo dude”, dijo de forma espontánea justo después.
Ahondando en esta materia, lejos de circunscribirse a la mera reagrupación territorial de centros de formación por falta de vocaciones, entró en otra cuestión de fondo: “La calidad humana, evangélica y pastoral de nuestros presbíteros marcará la guía y el aliento de nuestras comunidades cristianas que luchan por apostar por las bienaventuranzas como el verdadero camino del amor cristiano y humano”. “Ningún motivo puede distraernos de esta empresa, que no podremos llevar a puerto sino desde el dilato horizonte del bien común”, dejó caer sobre los deberes lanzados por la Santa Sede a los obispos españoles.