En la diócesis de Santo Tomé, se realizó la primera reunión del año de los obispos de la región pastoral del noreste argentino (NEA) con la presencia de los diocesanos y auxiliares para reflexionar sobre la situación social y pastoral de la jurisdicción.
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Participaron el arzobispo de Corrientes y su auxiliar, Andrés Stanovnik ofm cap y José Larreguain ofm, respectivamente; Alfredo Dus, arzobispo de Resistencia; el obispo de Formosa, José Conejero Gallego, el titular de Presidencia de Roque Sáenz Peña, Hugo Barbaro; Juan Martínez, obispo de Posadas; Adolfo Canecín y Ricardo Faifer, titular y emérito de Goya, respectivamente; Nicolás Baisi, obispo de Puerto Iguazú, y los obispos de Oberá, Damián Bitar, y de Santo Tomé, Gustavo Montini.
Vida Nueva dialogó con el obispo de Reconquista, Ángel José Macín, también presente en la reunión, quien nos ofreció una síntesis de los puntos esenciales del documento que publicaron bajo el título: ‘Construyamos juntos la fraternidad’.
Momento oportuno
Pregunta.- ¿Por qué los obispos del NEA han decidido en este momento brindar esta reflexión?
Respuesta.- Tanto personalmente cuanto como grupo de hermanos en el ministerio episcopal, venimos haciendo un proceso de discernimiento para encuadrar mejor nuestro servicio en el tiempo que nos toca vivir. Ya hemos expresado una palabra sobre la “piedad popular en la región NEA”, hace unos años atrás. En relación a la situación política, social, económica y cultural, ya conversamos en la última Asamblea Plenaria del episcopado. Con estos antecedentes, nos pareció el momento oportuno para presentar nuestra visión de las cosas y animar a los bautizados a comprometerse en esta difícil transición que vive nuestra Patria. Sentimos que ya no podemos callar, aún con nuestras limitaciones. La dimensión profética forma parte esencial de nuestro ministerio. Y creo que de ser necesario, seguiremos reflexionando y aportando.
P.- ¿Cuáles son las dificultades sociales que ven y analizan de mayor preocupación?
R.- Algunos de los temas que más nos preocupan son el respeto por el derecho a la vida y a la dignidad de las personas, el cuidado de la casa común, el crecimiento de la violencia y necesidad de una urgente reconstrucción de la fraternidad entre argentinos, el aumento de las adicciones y el narcotráfico, el deterioro ético e institucional de la política, entendida como búsqueda o servicio al bien común, el debilitamiento de las instituciones que sostienen la arquitectura de un estado democrático, sobre todo por la corrupción generalizada, la pobreza endémica, la falta de trabajo y el estancamiento de la economía, la desorientación en los debates sobre la cultura y la caída de la calidad educativa…podría seguir.
Verdadera libertad
P.- Han indicado también algunas claves para la convivencia democrática…
R.- Con cierta brevedad, hemos abordado esta cuestión. Desde lo más estructural, recordando la sana distinción entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; la alternancia en los cargos o servicios que el pueblo encomienda, en todos los niveles. Esta práctica, indispensable en algunas zonas de nuestra región, es el remedio contra el caudillismo, que degenera la comprensión y la vivencia de una democracia participativa, una sana y realista concepción de la libertad, desde la tradición humanista cristiana que la valora, pero no la absolutiza. Hay verdadera libertad cuando se puede elegir lo mejor, sin presiones ni condicionamientos. Es muy difícil que la pobreza o la indigencia permitan una elección genuina. También hemos abordado el tema actitudinal. Para la convivencia democrática estable y sólida, tenemos que cultivar actitudes como el respeto, la escucha, el diálogo, el consenso, la tolerancia, la justicia, el apego por la verdad.
P.- En uno de los puntos señalan: “estamos en una verdadera crisis cultural”. ¿Cómo trabajar pastoralmente este tema tan dinámico, en constante cambio?
R.- Este es un tema muy complejo y amplio. Solamente quisimos señalar algunas líneas para comenzar a pensar con más detenimiento en nuestras raíces, en la herencia cultural recibida, en la incidencia de la tecnología y la comunicación, en el efecto de la globalización sobre nuestro “ethos” cultural. Existen propuestas que, a mi entender, vienen envueltas en un ropaje atractivo, pero que contradicen nuestra identidad como pueblo y dañan nuestros valores. Es urgente una profunda revisión del significado de progresismo. No siempre el último grito de la moda trae beneficios al sentido de nuestras vidas y de nuestra historia. Tristemente, hoy nos damos cuenta que algunas tradiciones ancestrales que hemos combatido e invisibilizado, propias de nuestros pueblos originarios, contienen mayor sabiduría que visiones importadas. Por eso, sobre todo invito a los bautizados y a las personas de buena voluntad a ser protagonistas en la construcción de una cultura acorde a nuestro ser, aunque nos resulte difícil discernir, o incluso nos equivoquemos. Quien no se compromete, no se equivoca, pero tampoco suma.
Lazos fraternos
P.- ¿Cuánto ayuda el tiempo sinodal para trabajar en la Región?
R.- El tiempo sinodal que está viviendo toda la Iglesia y, especialmente en la región, va generando mayor capacidad de escucha y de participación. También más protagonismo. Experimento una mayor fluidez en el intercambio entre nosotros, entre los diferentes sectores del Pueblo de Dios, que redunda en un aporte insustituible que podemos ofrecer a la sociedad. Como Iglesia, es indispensable que ayudemos a que el evangelio de Jesucristo se haga cultura.
P.- Si tuviera que resaltar los puntos esenciales de la reflexión: ¿cuál de ellos nos invitaría a profundizar?
R.- Claramente, el eje principal del mensaje es la fraternidad con todo lo que ello implica, teniendo en cuenta la Fratelli Tutti, de papa Francisco. El otro no es un objeto. El otro me hace hermano. Abel lo hace hermano a Caín, y el problema es que este último no lo reconoce, y lo quita de su vida, hundiéndose en la soledad. Es necesario salir al encuentro del otro, y recrear los lazos fraternos en el contexto de una humanidad doliente, comenzando por los más vulnerables. El hermano por excelencia es Jesús de Nazareth, quien se hizo uno de nosotros para indicarnos el camino; se hizo hermano, para sellar una fraternidad estable y definitiva. La figura de Jesús, y la consideración del otro como un hermano nos libra de toda tentación de fundamentalismo o de mesianismo trasnochado, verdaderas plagas para el “buen vivir” de los pueblos y para una democracia estable y duradera.