Paula rompe a llorar. No se lo esperaba. Ni por asomo. Son las doce menos veinte de la mañana y se abre la cancela metálica de la sede de la Conferencia Episcopal Española. No tiene tiempo ni para reaccionar ni para asumir lo que está pasando. De un segundo para otro, ve cómo la saludan y se detienen ante ella un cardenal y un arzobispo. Hay una nube de cámaras y periodistas alrededor, pero a ella le da igual. Porque el momento que había imaginado tantas veces había irrumpido de repente.
En más de una ocasión había solicitado, según su propio testimonio, ser recibida por el arzobispo de Valladolid para compartir con él el infierno vivido en su infancia en un colegio de los maristas. Nunca obtuvo respuesta. Y ahora es él quien se acerca a saludarla. Le estrecha la mano. Incluso, la acaricia el rostro cuando percibe que Paula es un manojo de nervios. “Le conozco desde mi infancia y conoce a mi familia. No estaba segura de que me fuera a reconocer, pero sí lo ha hecho. No me puede negar porque me conoce”, explica después a ‘Vida Nueva’, todavía emocionada. “Me ha dicho que quiere hablar conmigo”, apostilla, con un tono de esperanza que parecía haber perdido hace ya tiempo.
Con esta escena arrancan los cuatro años que tienen por delante el nuevo presidente de los obispos, Luis Argüello, y el vicepresidente, José Cobo. Topándose de frente con una de las asignaturas todavía pendientes por terminar de encauzar, después de los informes del Defensor del Pueblo, Cremades y el de cosecha propia, ahora cuestionado por sus errores en las cifras dadas. Y en la antesala de aprobar el plan de reparación integral a las víctimas.
Poco después de ser elegidos, pasadas las 10 de la mañana del martes 5 de marzo, ambos se disponían a comparecer ante los medios de comunicación. Pero, antes de llegar a la sala de prensa de la Casa de la Iglesia, dieron un giro inesperado y salieron a la calle a saludar al colectivo de víctimas de la pederastia eclesial que llevaban desde el día anterior apostadas frente al edificio para reclamar “reconocimiento, reparación, indemnización y acompañamiento”. Una pausa en su camino que, según ha podido confirmar esta revista, fue iniciativa del cardenal de Madrid, que ya había tratado a algunos de los presentes allí a través del Proyecto Repara de atención a víctimas que él mismo ha impulsado.
Hasta ese momento, de entre todos los participantes en la Asamblea Plenaria, solo el obispo de Bilbao, Joseba Segura, se detuvo el lunes saludar a los concentrados. El martes a primera hora alguno más se acercó a ellos. Pero ahora lo hacían el presidente y el vicepresidente, el arzobispo de Valladolid y el cardenal arzobispo de Madrid. “¿Habéis pasado mucho frío?”, preguntó en tono distendido Cobo ante el grupo de víctimas. Un breve diálogo del que los supervivientes de esta lacra lograron arrancar de los dos prelados el compromiso de una próxima reunión conjunta. “Claro, así será”, dijeron ambos casi a coro.
“Hemos querido recoger la protesta, para continuar una línea que lleva la Iglesia española durante estos años, nos hemos esforzado y estamos en ello, en la transparencia y en cambiar nuestra cultura para poner en la centralidad a las víctimas, y no tanto los números”, defendió el purpurado en el encuentro posterior con los informadores. “Hemos escuchado lo que nos tenían que decir y seguiremos reuniéndonos con ellos”, añadió Cobo.
Fue este abrazo a las víctimas la única sorpresa que deparó la jornada de votaciones de la Plenaria de primavera de los obispos. El arzobispo de Valladolid se impuso en las elecciones a la presidencia del Episcopado con una holgada mayoría de 48 votos sobre 78 en la primera votación oficial como sucesor del cardenal Juan José Omella. Junto él, el cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, que logró 39 votos en segunda votación. Él mismo había manifestado su deseo de no ser presidente para poder desarrollar la puesta a punto de la archidiócesis de la capital de España y responder a los encargos vaticanos de Francisco en el Dicasterio para los Obispos y en el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Sin embargo, se daba por hecho su nombramiento como vicepresidente, ya que la carga ejecutiva e institucional de esta responsabilidad es notablemente menor.
Ya en el sondeo celebrado en la tarde previa, Argüello se destacó del resto de posibles candidatos. El pastor vallisoletano lograba en este ensayo 32 votos, seguido del cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, que a pesar de haberse descartado de la carrera presidencial, obtuvo el favor de 13 compañeros de bancada. Junto a ellos, la terna la completó el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, con 10 apoyos, un respaldo explícito que voces episcopales interpretan como un deseo de mostrar al papa Francisco una resistencia significativa a su pontificado, en tanto que el prelado franciscano ha sido especialmente beligerante en estos tres últimos meses ante la declaración ‘Fiducia supplicans’, que abre la puerta a la bendición a parejas irregulares. Fuera quedaban otros nombres, como el del arzobispo de Granada, José María Gil Tamayo, al que se planteó en un principio como candidato de consenso ante el autodescarte de Cobo para ser presidente.
El nuevo eje Madrid-Valladolid habla de un tándem que refleja la diversidad de las sensibilidades eclesiales a la hora de concebir la teología, la pastoral, la interlocución con Roma y el diálogo con los agentes sociales. Además, juntos ejemplifican el diálogo intergeneracional en el seno de la Plenaria. Argüello tiene 70 años y asume el cargo con apenas dos meses de margen respecto a las indicaciones dadas por la Santa Sede para ser votado como presidente. Y es que, desde el Vaticano, se recomienda que no se elija para esta responsabilidad a obispos que, en el ejercicio de su futurible presidencia, vayan a cumplir 75 años. Cobo, por su parte, tiene 57 años, por lo que cuenta con un par de décadas por delante hasta que tenga que presentar a Roma la preceptiva renuncia por jubilación.
Sin embargo, Argüello y Cobo tienen en común que, antes de entrar en el seminario, realizaron estudios civiles en universidades públicas. Es más, ambos son abogados, lo que les sitúa en un parámetro distinto a otros eclesiásticos, que únicamente tienen formación teológica y filosófica.