La Cátedra de Misionología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid organiza una nueva edición de la Jornada Académica ‘Oración y misión’ en la que ha participado el sacerdote y religioso
“La primera persona a la que hay que predicar el Evangelio es a uno mismo”. Así de rotundo se ha mostrado el sacerdote Jacques Philippe en la Jornada Académica “Oración y misión” organizada por la Cátedra de Misionología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid. El religioso, miembro de la Comunidad de las Bienaventuranzas, resaltaba al comienzo de su ponencia cómo ser fiel a la oración da fuerza para la misión y, a su vez, la misión da una vitalidad mayor a la oración.
“Dios nos suplica que oremos, que no nos conformemos con una oración superficial”, señaló el ponente que defendió que “si no nos enraizamos en una intimidad con el Señor no podremos responder a los retos de hoy”. Y es Dios mismo quien nos dirige la súplica de que oremos: “Si somos fieles a la oración no es porque nos satisfaga o nos haga bien; la razón más profunda es que Dios nos lo pide, nos lo suplica”. Si rezo por motivos propios puedo dejar de hacerlo; pero no podré dejar de hacerlo si me lo pide Dios, porque “no es el hombre el que busca a Dios, es Dios quien busca al hombre”, añadió.
Analizando el mandato misionero del Nuevo Testamento, el religioso señaló que hay un primer aspecto kerigmático, en el que “se anuncia el misterio de Cristo, la salvación dada en Cristo al hombre”; y una segunda etapa, que es la llamada a la santidad, contenida en el bautismo. Como primera observación del “Id al mundo entero y predicad el Evangelio”, apuntaba el autor de espiritualidad, está la promesa contenida en el “yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”, pero “para ser misioneros hay que acoger esa presencia”. Y es que la misión sobrepasa las fuerzas humanas porque “solo Dios puede tocar y dar la luz de la fe”. De ahí que sea fundamental, “la vida de la gracia, la vida interior”.
Para el ponente “la oración, ya de por sí es una misión”. Es la misión a la que somos llamados todos. Aunque uno esté enfermo, sienta que no vale nada, que no puede hacer gran cosa, puede rezar. Añadía: “No puedo predicar a todo el mundo, convencer, atraer a todo el mundo”, pero puedo rezar, porque en la oración “no hay límites, no hay barreras”. Y apuntaba, medio en broma, “que no hay que dejar a Dios nunca tranquilo hasta que cumpla su salvación”.