“Si Cristo no usa el conocimiento de nuestros pecados para castigarnos, sino para redimirnos en el perdón, nosotros los cristianos estamos llamados a hacer lo mismo”
En el ángelus de este cuarto domingo de Cuaresma, el papa Francisco ha recordado que “hace dos días se celebró el Día Internacional de la Mujer”. Por ello, ha querido expresar su “cercanía a las mujeres, especialmente a aquellas cuya dignidad no se respeta”.
“Hay mucho trabajo todavía, que cada uno de nosotros tiene que hacer, para que se reconozca concretamente la igualdad de la dignidad de la mujer”, ha insistido, subrayando que “son las instituciones sociales y políticas las que tienen el deber de proteger y promover la dignidad de todo ser humano, ofreciendo a las mujeres, portadoras de vida, las condiciones necesarias para poder acoger el don de la vida y asegurar a los hijos una existencia digna”.
Antes de la oración mariana, Francisco ha recordado que en la liturgia de este domingo se presenta la figura de Nicodemo, “un fariseo”, ha dicho el papa, que “presenció los signos que Jesús hacía y reconoció en Él a un maestro enviado por Dios y salió a su encuentro de noche, para no ser visto. El Señor lo acoge, dialoga con él y le revela que no ha venido a condenar sino a salvar al mundo”.
“A menudo en el Evangelio vemos a Cristo revelando las intenciones de las personas con las que se encuentra, a veces desenmascarando actitudes falsas o haciéndoles reflexionar sobre el desorden de su vida”, ha dicho el Papa. Y es que “ante Él no hay secretos: Él lee los corazones. Esta capacidad podría resultar perturbadora porque, si se utiliza incorrectamente, daña a las personas, exponiéndolas a juicios sin piedad. De hecho, nadie es perfecto, todos somos pecadores, todos cometemos errores, y si el Señor usara el conocimiento de nuestras debilidades para condenarnos, nadie podría salvarse”.
“Pero no es así”, ha aseverado el Papa. “De hecho, no lo utiliza para señalarnos con el dedo, sino para abrazar nuestra vida, para liberarnos de los pecados y salvarnos”, ya que “a Jesús no le interesa ponernos a prueba y someternos a sentencia; Él quiere que ninguno de nosotros se pierda. La mirada del Señor sobre nosotros no es un faro cegador que deslumbra y nos pone en dificultad, sino la luz suave de una lámpara amiga, que nos ayuda a ver el bien en nosotros mismos y a realizar el mal, a convertirnos y sanar con el apoyo de su gracia”.
“Jesús no vino a condenar, sino a salvar al mundo”, ha insistido el Papa. “Si Cristo no usa el conocimiento de nuestros pecados para castigarnos, sino para redimirnos en el perdón, nosotros los cristianos estamos llamados a hacer lo mismo”. “Si el Padre no envió a Jesús para condenar al mundo, ¡ciertamente no nos envió a nosotros para hacerlo! En cambio, cuántos juicios negativos, cuántas condenas damos con demasiada facilidad”, ha añadido. “Pero quien conoce a Jesús trae la luz de la salvación de Dios, no el hacha de sus propios juicios. Entonces el conocimiento y comprensión que tenemos de los demás no es para juzgarlos, sino para ayudarlos”.
Al final el rezo del ángelus, asomado a la ventana de su estudio privado en el Palacio Apostólico, Francisco tuvo presente el Día Internacional de la Mujer, que se celebró el 8 de marzo: “Expreso mi cercanía a todas las mujeres, especialmente a aquellas cuya dignidad no se respeta. Queda mucho por hacer para reconocer la igual dignidad de las mujeres”.
El pontífice también denunció la espiral de inseguridad en Haití e hizo un llamamiento para que cese “toda violencia y que todos ofrezcan su contribución al crecimiento de la paz y la reconciliación en el país con el apoyo de las instituciones internacionales”.