“Hay fechas que quedan grabadas a fuego en el alma de un pueblo”. Con estas palabras, el cardenal arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, José Cobo, arranca la homilía del funeral con motivo de los veinte años de atentado terrorista del 11 de marzo, acompañado por los cardenales Carlos Osoro y Antonio María Rouco Varela y sus obispos auxiliares, Jesús Vidal y Juan Antonio Martínez Camino.
Desde el altar de la catedral de la Almudena, y bajo la atenta mirada, de las víctimas de la tragedia, el purpurado les ofreció el abrazo del Padre: “Dejaos encontrar por Dios; Él os regalará el consuelo, la sanación y la luz. Contad siempre, de su parte, con nuestro abrazo cariñoso y esperanzado”.
En los primeros bancos, entre otras autoridades se encontraban la presidente la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida. En nombre de Moncloa asistió a la ceremonia el delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín. Precisamente, las palabras más contundentes de su homilía, las dirigió a los responsables públicos: “No basta una política de vuelo rasante y mirada ‘cortoplacista’ e interesada”. “Nos hace falta con urgencia el verdadero diálogo de quien está dispuesto a escuchar y a hablar, en ese orden. No es suficiente una liviana preocupación por el bien común”, enfatizó el cardenal. Es más, les dejó otro recado: “No dejéis de tomar en serio vuestras propias palabras al servicio del bien común; convertidlas en herramienta activa para la paz, la justicia, la concordia y la convivencia”.
“Estoy casi seguro de que la mayoría de nosotros recordamos cómo amanecimos aquel trágico jueves de hace veinte años, dónde estábamos cuando tuvimos noticia de los atentados y cómo vivimos las primeras horas, a quién llamamos o quién nos llamó”, rememoró el cardenal, que subrayó cómo los 192 fallecidos “no son números, no son estadísticas”. “Son vidas humanas que quedaron segadas de golpe: individuales, singularísimas, únicas, irrepetibles, todas especiales”, insistió.
Sobre estos abuelos, esposos, padres, madres, hermanas, hijos e hijas, amigos, vecinas, compañeros de clase o de trabajo, el cardenal apuntó que “la muerte, cruel, prematura y violenta, se adelantó”. Además, enfatizó el dolor de los miles de heridos, así como aquellos que se quedaron “con un vacío imposible de llenar como bien sabéis muchos”.
“A todos queremos ofreceros hoy el abrazo sentido y cariñoso de la Iglesia, el deseo de que vuestras heridas vayan pudiendo cicatrizar con consuelo, abrazos, medidas institucionales de apoyo efectivo, y la promesa esperanzada de nuestro Dios de que la muerte no tiene la última palabra”, expuso Cobo.
Para el cardenal de Madrid, “hacer memoria es importante, recordar es un deber, es un valor, también una necesidad”. A la vez, reivindicó la necesidad de “buscar la verdad y ‘reaprender’ a vivir”, en tanto que “los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo”.
“La mirada al pasado no ha de ser una mirada que se quede atrapada por la dureza inexorable de los hechos”, apuntó el purpurado, que alertó del riesgo de que este recuerdo se empañe por “una mirada interesada al servicio de la propia ideología”.
Por eso, más allá de “miradas políticas, culturales, mediáticas; hasta miradas polémicas que de algún modo se reavivan”, Cobo ofreció a los presentes en la Almudena “una mirada creyente”. “Pienso que esta mirada es válida no solo para quienes comparten la misma fe”, dejó caer, para hacer partícipe de su reflexión “a todos, creyentes y no creyentes”.
“Damos las gracias porque, a la luz de la tragedia, comprendemos y caemos en la cuenta aún más del valor de la vida, de tanta bendición que a menudo damos por sentada y nos pasa desapercibida”, verbalizó el arzobispo de Madrid, que también dio las gracias a Dios “por el amor que nos unió y nos une a nuestros seres queridos”.
A la par, lanzó una petición de perdón, por la coexistencia del terrorismo: “El recurso a la violencia, es una forma equivocada y llamada a fracasar para afrontar los conflictos”. “Es una forma indecente e inhumana”, denunció Cobo, desde el convencimiento de que “las víctimas de ayer nos recuerdan a las que, en nuestros días, en tantos lugares y contextos, sufren el azote de la violencia, de la guerra, el terror y la sinrazón”. “Perdón, Señor -entonó el purpurado-, por no ser capaces de buscar la justicia desde la concordia, desde el diálogo, desde el respeto”. Y añadió poco después: “Perdón por no saber decir ‘basta’ y no poner los medios para que algo así no se repita”.
A partir de ahí el vicepresidente del Episcopado español, al hilo de la Cuaresma, invitó a quienes le escuchaban a iniciar un proceso de conversión, de “cambiar el corazón” para pasar “de la actitud violenta a la paz, del odio o las descalificaciones sistemáticas a la misericordia, de la indiferencia a la cercanía, de la distancia y la asepsia a la convivencia amable y comprometida con el otro y sus necesidades”.
En esta misma línea, insistió en que “nace falta abrirnos juntos a los problemas, las angustias y las heridas de las personas, para que la voluntad de atenderlas derribe obstáculos y barreras”. “No basta un vago deseo de justicia, hay que empeñarse en trabajar por ella, no basta cualquier ‘emotivismo’ pasajero”, sentenció.
Cobo remató su homilía con un canto a la esperanza como hoja de ruta para un futuro en paz, sabedor de que “la esperanza de que la gente de paz tendrá más fuerza que la gente violenta”. Con este mismo sentir, expresó que “el amor al prójimo tendrá más fuerza que la indiferencia y el desprecio” y “que la justicia, entrelazada con la misericordia, se acabará imponiendo”.
Y como rúbrica a esta perspectiva esperanzadora presentó a Jesucristo como “la víctima que plantó cara al pecado y a la muerte, que, completamente inocente, fue condenado por los poderes injustos y terminó ejecutado crucificado por la cerrazón de los corazones de piedra”. “Sin embargo, el amor de Dios es más fuerte que la muerte: Jesús fue resucitado y en Él resucitaremos todos”, subrayó.
Foto: Ignacio Arregui