España

Veinte años del 11-M: “Madrid parecía un gran cementerio”





Este próximo 11 de marzo se cumplen 20 años del 11-M, el atentado más trágico en la historia de España y en el que un grupo de yihadistas asesinaron a 192 personas e hirieron a más de un millar al hacer estallar distintos trenes en Madrid, siendo el epicentro del dolor la histórica estación de Atocha.



Dos décadas después, el sacerdote Antonio Ávila, quien fuera director del Instituto Superior de Pastoral, recuerda como si fuera ahora lo que sintió al conocer la noticia del atentado: “Me estaba arreglando para salir de casa cuando escuché en la radio lo que había pasado… Se temía un estallido de histeria colectiva y, con el fin de contener los nervios, se pedía que acudieran voluntarios al pabellón de IFEMA para ofrecer acompañamiento psicológico a las familias de las víctimas. No lo dudé y, como también soy psicólogo y entonces trabajaba en un centro de Cáritas acompañando a personas en situaciones de exclusión, decidí acudir para ayudar en lo que pudiera”.

Una relativa intimidad

Lejos de la imagen de la histeria que se temía, “me sobrecogió el silencio que había allí. Era un silencio como pocas otras veces he experimentado, cargado de un dolor que cortaba”. También ayudó mucho “la buena organización, pues, pese a la dificultad de las circunstancias y al volumen de la tragedia, se garantizaba que cada familia tuviera su propio espacio y una relativa intimidad”.

A lo largo de esa jornada, Ávila pudo acompañar a “un matrimonio que había perdido a su hija, que iba esa mañana camino de la universidad. Su sufrimiento era tremendo, pero transmitían paz y tranquilidad. Yo no me identifiqué como sacerdote, sino que, simplemente, sentí que era un momento de estar y acompañar, siempre con la máxima delicadeza y cercanía. Pero se notaba que eran una familia estructurada y con una experiencia cristiana seria. Con el paso de las horas, fueron llegando más familiares, como tíos y primos, y entre todos se apoyaron mucho. Para mí fueron unas personas ejemplares”.

Un chute de esperanza

Tíscar Espigares, de la Comunidad de Sant’Egidio, no olvida “la sensación de abatimiento que hubo en las semanas siguientes en Madrid. Cundía un estado generalizado de shock y la ciudad parecía un gran cementerio. Nosotros lo hablábamos y éramos conscientes de que todos estábamos necesitados de esperanza. Y así fue como, tras caer en la cuenta de que justo al mes del atentado, el 11 de abril, era el Domingo de Pascua, convocamos una oración interreligiosa por la paz, acudiendo católicos, ortodoxos y musulmanes”.

Poco a poco, se generó una gran expectación (“hasta El País lo casó en portada”) y, cuando llegó el día señalado, “acudieron miles y miles de personas, lo cual nos impresionó mucho. El acto tuvo lugar en las vías de Atocha, donde habían explotado los trenes, pero nosotros sentíamos que había mucha gente fuera, en la plaza”.

Una enfermedad infantil

El lema del encuentro era ‘La paz es el nombre de Dios’. En el manifiesto, leído ante 2.000 personas, se clamó que “el fundamentalismo es la enfermedad infantil de las religiones y las culturas”, por lo que “ninguna creencia debe justificar nunca la violencia”. Veinte años después, Espigares tiene grabada en el alma la emoción experimentada: “Fue muy simbólico porque vinieron el imán de la mezquita de la M-30, familiares de una víctima mortal y un herido. Guardamos un minuto de silencio, leímos en alto los nombres de todas las víctimas y se concluyó con un pequeño gesto por la paz. Fue algo muy sencillo, pero potente a la hora de destacar un mensaje para nosotros esencial: pese a que los autores del atentado decían matar en nombre de Dios, había que desvincular a las religiones de un crimen así, pues nosotros sabemos que el islam no es eso”.

Echando la vista atrás, la representante de Sant’Egidio en Madrid siente que, ayer como hoy, “en el Evangelio siempre está la respuesta luminosa cuando nos adentramos en la oscuridad. Entonces, en un momento muy difícil, encontramos en la Palabra la esperanza que buscábamos. Y este presente no es muy diferente… La violencia campa a sus anchas y, como nos dice el papa Francisco, estamos en una III Guerra Mundial a pedazos. Las autoridades políticas nos llaman a prepararnos para el conflicto y la propuesta es que nos armemos, cuando Dios nos creó desarmados”.

En definitiva, en una etapa histórica “marcada por el auge de la guerra, la violencia y la pobreza, en la que en la Unión Europea la propuesta a todo esto es ‘que no lleguen aquí los inmigrantes’, ofreciéndosenos más armas y más muros, muchos nos seguimos quedando con lo que Francisco defiende en ‘Fratelli tutti’: la única esperanza en el mundo pasa por la fraternidad”.

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