En la escena de la cruz, Cristo no está solo. “No porque esté rodeado de soldados romanos y de judíos a quienes nada les importa lo que está ocurriendo allí, sino porque al pie de la cruz están los que le aman: María, Juan, María Magdalena, María, mujer de Cleofás y hermana de su madre”, argumenta Victoria Cirlot, profesora de Filología Románica en la Universidad Pompeu Fabra y comisaria de Emociones. Imágenes y gestos del pasado y del presente, la sorprendente y exquisita exposición del Museu Frederic Marès.
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La escena narrada en Juan 19, 25-27 le sirve a Cirlot para mostrar las emociones, que define como “los movimientos del alma, siempre justificados por el cristianismo, a diferencia del estoicismo, cuyo ideal era la sabiduría y, con ella, el destierro de las emociones”. Entre quienes estaban ante la cruz, la comisaria elige a María, para reflexionar y explorar con su ejemplo. “El itinerario emocional que aquí nos ocupa está centrado en la figura de María, la Virgen y Madre de Cristo, Dios y hombre –añade–. María es la espectadora más próxima a la tragedia o la epopeya de la Edad Media cristiana, en la que sobrevivieron los héroes y emergieron los santos, aunque no pudieran competir con la historia de Cristo”.
A través de María, de su dolor y de su gloria, Victoria Cirlot recoloca algunas de las más emblemáticas esculturas góticas y renacentistas del Museu Frederic Marès, como el calvario de la iglesia de San Miguel de Támara (Palencia), de finales del siglo XIII, y las enfrenta a las videoinstalaciones de Bill Viola, una composición de Antoni Tàpies o los juegos lumínicos de Javier Riera. “Me dedico a conectar la Edad Media con las vanguardias del siglo XX”, resume. Pero, realmente, lo que hace va mucho más allá. Enfrenta al arte contemporáneo, a través de los siglos, esas emociones que María vive en la Pasión y también ante la Resurrección de su Hijo: dolor, tristeza, pasión, sufrimiento, esperanza, alegría, gloria, amor…
Tres ámbitos
La muestra recorre tres ámbitos en la sala 28, un quiebro al final del recorrido en la primera planta. El primero es ‘El dolor de María’, el que transmite la Virgen del calvario de Villalar de los Comuneros (Valladolid), obra de Juan de Valmaseda (s. XIV), y que se proyecta, asimismo, en el vídeo Observance (2002), de Bill Viola, en el que la cámara capta angustia y pesar en miradas que no se sabe hacia dónde observan.
Esas miradas, sin embargo, apuntan a un Cristo Crucificado (s. XVI), de escuela aragonesa, doliente, estratégicamente situado. También, a pocos metros, la Piedad (s. XV-XVI) de la iglesia de Santa María de Torrelobatón (Valladolid), en la que la Virgen, junto a san Juan y María Magdalena, acoge el cuerpo de Cristo tras descolgarlo de la cruz. Es Bill Viola quien interpreta, con su sublime Study for Emergence (2002), todo lo que sugiere esa estampa.
Este es el segundo ámbito, ‘La herida de Cristo’, objeto de una particular devoción en la Edad Media, reflejada en ese lienzo atravesado a cuchilladas de Lucio Fontana (Concepto especial C 59 T 21, de 1959) o la Composición (1955), de Tàpies, donde la lanzada luce también en un costado.
“Esa herida fue objeto de una particular devoción en la Edad Media y la exposición comparte la misma idea de camino interior que nos conduce del dolor a la gloria como dos extremos contrarios. Iconográficamente, esta herida indujo a una forma de representación extraordinaria, lo que llamamos la herida mandorla, que tiene profunda relación con el arte del siglo XX”, avanza Cirlot. “En el siglo XII ya se decía que la herida es lo que nos abre el cuerpo de Cristo –explica– y, a través de ella, llegamos al corazón, y esta idea se ilustra en imágenes de los devocionarios del siglo XV con un corazón dentro de la mandorla, cuyo significado es que a través de la herida llegamos al amor”.
Y esto es, precisamente, lo que se observa en el último de los ámbitos, el tercero, el de “La gloria de María”, la de la Madre de Dios coronada que representa la “Virgen de la Leche” (s. XVI), de Alejo de Vahía, de origen leonés. También en esa ‘Glorificación de María’ (s. XVI-XVII), de Jasper de Hemeller, que acentúa la luz desbordante de “El lugar discontinuo” (2021), la instalación de Javier Riera, el artista que “con la proyección de formas geométricas traslada al lenguaje de nuestro tiempo el sentimiento de pureza y perfección, de culminación y gloria”, relata la comisaria. Cirlot también aprecia en estos flashes “una correspondencia con la Transfiguración de Cristo, porque Cristo es la Luz”.