Ricardo Loy, secretario general de Manos Unidas, lo tiene claro: no podemos dejar pasar el tren de la Agenda 2023, pues “transformar este mundo” pasa por asumir “nuestro compromiso con el dolor que sufren nuestros hermanos”. Eso sí, se duele, “todo apunta a que lo vamos a hacer”. Una vez más…
PREGUNTA.- ¿De dónde surgen tantos prejuicios en ciertos ambientes creyentes ante la Agenda 2030, a la que tachan directamente de “anticatólica”, cuando la Santa Sede ha apoyado desde el principio su implementación y Francisco es un defensor apasionado del derecho al trabajo decente, a la vivienda, a la educación, a la sanidad o a la justicia climática?
RESPUESTA.- Confieso que no lo entiendo muy bien. He hablado con personas creyentes que mantienen esa oposición y, personalmente, no comprendo la oposición frontal a una resolución que es una declaración de intenciones, a un programa que necesita medidas concretas para su implementación y que, desde 2015, ha tenido muy pocas consecuencias prácticas de puesta en marcha.
En Manos Unidas entendemos que no se lograrán los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2030. Las razones que me han transmitido para esa oposición son variadas y tienen que ver con reservas hacia sus contenidos, temores hacia políticas, leyes o procesos, que no sean asumibles desde una visión católica del desarrollo o que supongan cambios sociales, políticos o económicos que generen incertidumbre. La oposición puede tener que ver con cierto descrédito de la ONU y sus políticas, no todas ejemplares, aunque la resolución está apoyada por muchos países. Se sospecha también de la influencia de determinados poderes o intereses que patrocinan el pensamiento único.
Los ODS se diseñan desde la perspectiva de que son objetivos generales para todas las naciones. No incumben solo a los llamados países no desarrollados. Todos tienen sectores sociales que viven en la vulnerabilidad, por lo que puede ser esta inclusión del mundo desarrollado otro motivo de rechazo u oposición.
En cualquier caso, esta radical oposición no se entiende cuando los ODS necesitarán para su concreción decisiones políticas y económicas en cuya puesta en marcha han de participar gobiernos, empresas, sociedad civil y asociaciones. Es en esa concreción de medidas donde nos jugaremos si las soluciones son adecuadas a una visión cristiana del desarrollo: cuidando la dignidad de las personas, construyendo relaciones económicas más justas, defendiendo a las personas más débiles y vulnerables, cuidando el acceso a la salud, a la educación, al agua, al saneamiento, a la alimentación.
P.- ¿Cómo se puede hacer ver a los críticos que estamos ante una herramienta que busca garantizar en la práctica los derechos humanos básicos para el conjunto de la población mundial?
R.- La Santa Sede firmó esta resolución con las salvedades relacionadas con la ideología de género, la salud reproductiva y sexual y los derechos reproductivos. En todas las demás cuestiones es parte del tratado, pues se interpretan los ODS como un compromiso con unos problemas que la humanidad debe afrontar y que requieren una colaboración de todos los actores de la vida social y económica.
En Manos Unidas consideramos que una iniciativa internacional como es la Agenda 2030, que han firmado 197 gobiernos de todas las ideologías políticas, es un signo de esperanza que pone la atención en la situación de pobreza, injusticia, marginación, exclusión o violencia que vivimos en nuestro mundo. También es una gran oportunidad para poner en práctica soluciones a problemas que, como humanidad, nos avergüenzan.
Los ODS y sus metas son un programa para lograr un mundo mejor y las medidas concretas se han de implementar en cada país; por ahora, no son más que palabras y, vista la realidad, la Agenda en 2030 no habrá logrado desarrollar medidas para todos los objetivos. Eso sí, nuestra organización entiende que hemos de tenerlos presentes, pues son una guía que refuerza nuestra misión y en la que han puesto su compromiso casi la totalidad de los países atendiendo a que los proyectos que apoyamos sean constructores de la vida digna de las personas.
Construir el respeto a las personas, a sus medios de vida, al acceso a servicios y bienes que mejoren sus vidas, es una terea que exige la participación de muchos actores, con los que no podremos estar de acuerdo en todo, pero que no impide trabajar juntos por un bien común.
P.- De los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las 169 metas específicas en que estos se encarnan, algunos ven más difícil de encajar en la doctrina católica el ODS 5, que busca “la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas”. Y todo por entender que “promueve la ideología de género”…
R.- En Manos Unidas hemos hecho una reflexión sobre el uso de la palabra género y hemos concluido que, desde una perspectiva católica, no podemos apoyar la llamada ideología de género, pero entendemos que la igualdad de género va más allá de la ideología de género. Significa una relación entre hombres y mujeres en las familias, la sociedad, la economía o la política, en completa igualdad, lo que significa el empoderamiento (o emancipación o desarrollo personal sin trabas o cortapisas) de las mujeres y las niñas, haciendo posible la superación de relaciones de dominación, explotación o exclusión de la mujer de muchas facetas de la vida familiares o sociales.
Por tanto, aunque apoyemos los ODS, con algunas de sus metas no estamos de acuerdo, pero no es una de ellas la igualdad de género o el empoderamiento. Tal vez por haber nacido del Movimiento de Mujeres de Acción Católica, desde nuestros inicios, en todos los proyectos, la mujer es una parte transversal de los mismos y, a la hora de planificarlos, se tiene una visión de la situación de las mujeres en el contexto para tratar de resolver algunas problemáticas presentes: ya sea prevención de la violencia, atención a la salud y nutrición de la madre gestante, alimentación de ella o de sus hijos, reconocimiento de sus derechos ante la comunidad o las autoridades, proporcionando formación y medios de vida… En definitiva, todo aquello que ayude a construir la dignidad personal de las mujeres, tantas veces negada o pisoteada por su entorno familiar o social.
Este planteamiento nos lo viene a reforzar la enseñanza de Jesús en la relación que establecía con las mujeres, que era de igual a igual. Reconocía en ellas su dignidad de persona y se la descubría por encima de todas las limitaciones religiosas, culturales o sociales en las que vivían ellas en Israel. Esa misma dignidad de la mujer es la que intentamos construir con nuestros socios del sur para todas las mujeres en el mundo.
Para nosotros, hablar de igualdad género no es ideología de género. Es construir relaciones entre iguales para ganar la batalla al hambre, la injusticia, por un desarrollo de todas las personas, sea hombres o mujeres. Necesitamos el talento y las capacidades de esa mitad de la población mundial mantenida en la dependencia, la marginalidad y la explotación.