Se recrudece el terror en Cabo Delgado, la provincia más septentrional de Mozambique. Los yihadistas han quemado en el mes de febrero al menos tres iglesias cristianas, según informó en una reciente comparecencia Johan Viljoen, director del Instituto Católico Denis Hurley para la Paz de Sudáfrica, y han provocado decenas de muertos y miles de desplazados internos. El extremismo islámico de Al Shabab está expandiéndose además por otros territorios del país y ya penetra con demasiada asiduidad en Nampula, provincia colindante, según advierten a esta revista cooperantes que trabajan en la zona afectada.
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Mozambique está situado en el sudoeste africano y cuenta con una población aproximada de 33 millones de personas, donde alrededor del 27% es católica, el 19% musulmana y otro 30% practica otros cultos cristianos. Además, es una de las naciones más pobres del mundo, pues la renta per cápita apenas sobrepasa los 450 euros.
La provincia más pobre
Esta estadística empeora en Cabo Delgado, la provincia con mayor índice de pobreza y lugar de origen, en 2017, del movimiento extremista islámico local. Desde entonces, y según las cifras de Naciones Unidas, ha habido más de un millón de desplazados internos y de 7.000 muertos. Solo en febrero, los ataques a diferentes aldeas, con la quema de iglesias incluidas, se han saldado con más de 80.000 personas obligadas a abandonar su hogar.
Cabo Delgado y las provincias colindantes ya acogen más de 50 campamentos informales de desplazados. La mayoría de ellos se encuentran abandonados por el Gobierno, que niega sistemáticamente la existencia de alguna crisis humanitaria, y dependen de ONGs y misioneros para los aspectos más esenciales de la vida: comida, ropa, viviendas, colegios. “Lo peor es el agua y la alimentación. Si esta gente estuviera en sus aldeas, podría trabajar en el campo. Pero es que la seguridad en Cabo Delgado no existe”, nos transmitía, meses atrás, Ofelia Robledo, misionera mexicana mercedaria del Santísimo Sacramento y quien ayuda a cientos de mozambiqueños varados en Pemba, la capital Cabo Delgado.
Ahora, la situación de horror se agrava con más virulencia. “Se cree que hay muchos subgrupos que están esperando a que bajen los ríos para atacar. La sensación es que hay áreas donde los yihadistas se están moviendo a sus anchas”, afirma María Olivera, cooperante en Cabo Delgado. Indica también que en determinadas zonas se producen ataques a diario y que se ha impuesto el toque de queda en algunas ciudades.