Fuera del estricto marco de influencia del Kremlin, prácticamente nadie ha dado ningún atisbo de credibilidad a la última victoria electoral de Vladímir Putin. Confirmado este 18 de marzo un resultado que para la mayor parte de la comunidad internacional es una farsa, el impulsor de la invasión de Ucrania seguirá siendo presidente de la Federación Rusa por otro mandato de seis años tras imponerse en las urnas al concentrar, supuestamente, el 87,2% de los votos.
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Pero, ajeno a toda acusación de “dictador” que llega desde la diáspora rusa en el exilio, Kirill, patriarca ortodoxo de Moscú, ha saludado con entusiasmo su victoria en las urnas con un mensaje en el que destaca que, “viendo los impresionantes resultados de su incansable trabajo de muchos años por el bien de la Patria, el pueblo de nuestro país ha expresado una vez más su confianza en usted y ha apoyado su candidatura con una abrumadora mayoría de votos”.
Garantía de soberanía
Para el líder de la Iglesia ortodoxa rusa y gran apoyo de Putin al bendecir sin ambages la invasión de la vecina Ucrania, “la centenaria historia de Rusia atestigua la enorme responsabilidad que recae sobre el Jefe del Estado al ejercer su autoridad y al tomar decisiones diversas y a veces fatídicas, pues de su aplicación depende no solo el presente y el futuro del país, sino también la preservación de su verdadera soberanía”.
Con todo, el giro dialéctico más llamativo de Kirill es cuando defiende que la victoria de Putin fortalece las “esperanzas” de los conciudadanos que, además de soñar con un aumento “del poderío de Rusia”, también tienen ahora más cerca “una vida pacífica y próspera”.
A un nivel espiritual, el patriarca de Moscú aplaude del mandatario su compromiso constante en reafirmar “los valores morales tradicionales” que se inculcan a la sociedad, lo que da lugar a una “ilustración espiritual” que se encarna, entre otras cosas, en “la educación patriótica de los jóvenes, así como en la preservación del rico patrimonio histórico y cultural”.