El arzobispo de Bolonia abre los trabajos del Consejo Permanente de la Conferencia Episcopal Italiana con una llamada a la paz
La Conferencia Episcopal Italiana ha comenzado la reunión de su Consejo Permanente de primavera que se reúne en Roma del 18 al 20 de marzo. Una cita que se ha inaugurado con la intervención de su presidente, el cardenal Matteo Zuppi, quien reivindicó, para el continente europeo, las “palabras del Santo Padre sobre la paz son cualquier cosa menos ingenuidad. En un tiempo de divisiones y nacionalismos, el servicio a una Iglesia unida es una esperanza”.
Zuppi reivindicó “la posibilidad de vivir juntos sin tener que competir o incluso eliminar al otro para vivir” en un tiempo de conflictos, de divisiones, de sentimientos nacionalistas, de odios y de oposiciones. Ante esto, reivindico la vocación eclesial de “ser artesanos de paz, tejedores de unidad en todos los contextos, pacíficos en las palabras y en los comportamientos, amonestados incluso a decir locuras al prójimo, a aprender a amar al enemigo y a hacer que vuelva a ser lo que es: hermano”. Por ello reclamó que la violación de los derechos elementales de las personas no se pierda “en la indiferencia o en la costumbre”.
Al hablar de cuestiones como la guerra en Ucrania, lamentó que “estamos viviendo un Viernes Santo muy largo” y, añadió, “la vida es lo primero. La Iglesia es madre y vive la guerra como una madre para la que el valor de la vida es superior a razonamientos o despliegues alejados de ella”. Algo que espera se tenga en cuenta en el voto en las elecciones europeas ya que “la historia exige que encontremos un nuevo marco, un paradigma diferente, que implique a la comunidad internacional para encontrar una paz justa y segura junto con las partes implicadas”.
“Hay necesidad del nosotros, de la comunidad, de lugares de verdadera relación entre las personas, de esa alianza que se convierte en amistad”, reivindicó. Por ello reivindicó que se viva la sinodalidad desde la fraternidad. “La sinodalidad debe ir acompañada de la frescura de la fraternidad, vivida más que interpretada, ofrecida más que teorizada, en la vida y no en un laboratorio, capaz de revisitar y animar nuestros ambientes. Fraternidad no virtual, simbólica pero real”, explicó.
Además, en este sentido apostó por un diálogo “no en polémicas digitales, estériles, polarizadas, de conveniencia”. “Necesitamos recomponer un clima de confianza y esperanza en nuestra Iglesia, liberarnos del rencor y hacer de ella un compromiso, un proyecto, una experiencia”, concluyó.