“Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. ¡Tengan la valentía de involucrarse!”. Con estas palabras concluye el papa Francisco su mensaje para la 61ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebrará el 21 de abril y que lleva por título ‘Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz’.
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Como comienza el Pontífice, “esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida”.
“Pienso en las madres y en los padres que se abren al don de la vida. Pienso en los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración. Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías. Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos”, detalla Jorge Mario Bergoglio.
Asimismo, se dirige también a los jóvenes, “especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia”: “Déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él”.
Un pueblo en camino
Para Francisco, “la polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos. Por eso, la Jornada lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos”.
Además, “en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025. Caminamos como ‘peregrinos de esperanza’ hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad”.
Según recuerda el Papa, “en este año 2024, dedicado a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza”.
Peregrinos de esperanza y constructores de paz
“Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente. Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente, y para afrontarla se necesita estar ligeros, deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado. De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos”, explica.
Como recalca Bergoglio, “el sentido de la peregrinación cristiana es ponernos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones. Por lo tanto, ‘somos peregrinos porque hemos sido llamados’. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros”.
Antes de concluir, Francisco insiste en que “como individuos y como comunidad, en la variedad de los carismas y de los ministerios, todos estamos llamados a ‘darle cuerpo y corazón’ a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por desafíos epocales: el avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta. Y a todo eso se agregan las dificultades que encontramos cotidianamente y que, a veces, amenazan con dejarnos en la resignación o el abatimiento”.