En un pronunciamiento, los obispos de frontera de esos tres países denunciaron la existencia de estructuras criminales, con carácter transnacional, que hacen de la desesperación de los migrantes su negocio
Tras su visita a mediados de esta semana a la Selva del Darién (Panamá), una de las más peligrosas del mundo y por la cual cruzan miles de migrantes sudamericanos en su búsqueda de un futuro mejor, los Obispos de Panamá, Colombia y Costa Rica hicieron un pronunciamiento.
Los obispos pudieron constatar el “proceso de degradación de la vida” que sufren quienes se encuentran en el campamento de Lajas Blancas, en el marco de un encuentro multilateral impulsado por el Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral, a fin de analizar, reflexionar y asumir compromisos pastorales ante “la compleja situación migratoria” en la región.
En el pronunciamiento final, publicado este 22 de marzo, los obispos de las diócesis de frontera de Colombia, Costa Rica y Panamá denunciaron una creciente crisis humanitaria en el también llamado ‘tapón de Darién’, “un tapón de inhumanidad por las condiciones de vulnerabilidad y muerte a la que se enfrentan hombres, mujeres, jóvenes, niñas y niños”.
Luego de señalar que el número de personas que mueren en la selva del Darién es incalculable, ya que muchos de los cuerpos de los fallecidos no son rescatados, los obispos denunciaron la existencia de estructuras y grupos criminales con carácter transnacional, que hacen de la desesperación de los migrantes su negocio. “Esta realidad -apuntaron- debe ser un desafío para las comunidades eclesiales en los lugares de partida, de paso y de acogida”.
Los obispos reconocieron que son muchos los factores que provocan la migración en la región, como la necesidad de supervivencia, de reunificación familiar, las causas estructurales que encierran fenómenos como la pobreza y la desigualdad, los efectos del cambio climático, la persecución por la violencia política y social.
“Todos nos sentimos interpelados ante esta realidad, cuyo clamor nos llama a no cerrar los ojos ni el corazón de frente al sufrimiento del hermano y de la hermana migrante“, dijeron, e hicieron un llamado a que la exclusión, la xenofobia, la discriminación y la indiferencia, se contrarresten reconstruyendo la cultura del encuentro.
Los obispos se comprometieron a seguir uniendo esfuerzos para transformar esta realidad y acoger el llamado de Dios para caminar con el pueblo migrante y encontrar caminos nuevos, “más allá del miedo que paraliza”.
En este sentido, pidieron a las comunidades eclesiales no sólo asumir el desafío de colaborar en la erradicación de la desaparición de migrantes, sino promover los signos del Reino que Jesús practicaba: “la acogida a los más débiles; la compasión hacia los que sufren; la creación de una sociedad capaz de ofrecer reconciliación y perdón, garantizando el respeto de los derechos y la dignidad de toda persona”.
Los pastores también hicieron un enérgico exhorto a las autoridades competentes para que respeten los derechos fundamentales de migrantes y refugiados tanto en el tránsito como en el momento que deciden asentarse en sus países, y que atiendan a su vocación de crear políticas públicas, tanto a nivel local como regional, que permitan la integración social, económica y cultural a las comunidades de llegada de los migrantes.
De igual forma, pidieron “derrumbar muros legales, físicos y simbólicos de injusticia y de falta de solidaridad, para construir un continente, latino y caribeño, cada vez más humano, más equitativo, más cordial y más hospitalario”.
Al respecto, consideraron que la ayuda humanitaria que brinda la Iglesia a lo largo de la región, no elimina la exigencia profética para alcanzar juntos, Iglesia, sociedad, organizaciones y autoridades, la justicia social, la cual garantiza el derecho a decidir si quedarse o migrar.
El mensaje fue leído ante los medios de comunicación por el arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa Mendieta.