El arzobispo de Madrid invita a los madrileños a comprometerse con “el Calvario de los jóvenes que se suicidan y de los 700 millones de personas que viven con dos euros al mes”
“La fe no es una butaca para esperar la vida eterna ni es un escudo de rezos y prácticas para aclamar y luego crucificar”. Con esta contundencia se expresó ayer José Cobo en su primer Domingo de Ramos como cardenal arzobispo de Madrid. Precedida por la preceptiva bendición y procesión de ramos, el purpurado presidió una eucaristía en la catedral de la Almudena, en la que participó el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida.
Para Cobo, “la fe es un riesgo, sobre todo cuando uno sabe que en cada paso nos jugamos la muerte de Nuestro Señor Jesús, la vida de nuestros hermanos”. Por ello, invitó a los presentes en el templo a que “pasemos de ser entusiastas lejanos a ser seguidores, dejar de ser espectadores de Cristo para decirle con fe que queremos ser más cristianos”.
Junto a Cobo, en el altar se encontraban los dos obispos auxiliares de Madrid, Jesús Vidal y Juan Antonio Martínez Camino, así como el obispo emérito de Almería, Adolfo González Montes, afincado en la capital española.
“Demos un salto para tomar en serio la Pasión de Jesucristo para no volver el rostro a las pasiones que hay alrededor”, planteó desde una mirada comprometida de la realidad, no “como si asistiéramos a una moderna ‘performance’”. A partir de ahí, destacó que “hoy vamos juntos al Calvario con tus cruces y con las cruces del mundo, el calvario donde sufren 700 millones de personas que viven con menos de dos euros al mes, el calvario de nuestros jóvenes que se están suicidando, el calvario de tanta gente que vive sola, el calvario de nuestra desigualdad, los cristianos que sangran y sufren, esos calvarios siempre a las afueras”.
En su repaso a la Pasión, recordó que “muchos aclamaron a Cristo, unos con palmas y otros con mantos y cantos”, pero “pasaron unos días, todo cambió y entonces muchos de ellos apoyaron su asesinato público”. “Aquel Domingo de Ramos, le entregaron los ramos, pero no le entregaron el corazón”, enfatizó Cobo, que fue más allá: “Las que fueron palmas se convierten en dagas que se alzan al grito de ‘crucifícalo, crucifícalo’”.
“La muerte más grande de la historia en la que se esconde la muerte de cada uno de nosotros”, reflexionó el purpurado en voz alta, que también subrayó que “fue un día como este cuando comienza la salvación de cada uno de nosotros, incluso de los que matan, incluso de los que callan”. “Cristo, en estos momentos, como en aquel día, entra en nuestra vida para morir por nosotros y ser resucitados en Él”, destacó en su homilía.
En su alocución no se olvidó de la piedad popular y reconoció que “meditar el dolor de Cristo y contemplar las procesiones es bello”. “Es el primer paso, pero a veces puede ser una coartada para no ver nuestros dolores y los de nuestro pueblo”, suscribió.