Roberta Vinerba es una mujer de carácter, alegre y decidida, profunda y libre. Es monja, teóloga y enseña en el Instituto Teológico de Asís, que también dirige. Fue cantante de piano bar, voz de una banda de jazz a la vez que soprano en un coro polifónico, y dio conciertos por media Europa. No soportaba a la Iglesia y procede de una tierra imbuida de franciscanismo con una sólida tradición anticlerical a la vez. En bachillerato estudió en el Instituto Técnico Biológico porque amaba las ciencias que curan al hombre y, por eso mismo, también amaba la literatura.
Mientras esperaba para matricularse en la facultad de Química, fue admitida en el Conservatorio y, para mantenerse, trabajó en el periódico regional ‘Corriere dell’Umbria’. A los 23 años era directora de ventas y abría oficinas en todo el centro de Italia. Detrás de su aparente éxito se escondía mucha inquietud. En esa incertidumbre apareció Dios y su creatividad. Por entonces, esta mujer brillante, que triunfaba en todo lo que se proponía, solo se vestía de negro, buscaba ayuda en la psicoterapia y desahogaba su ira en colectivos feministas y políticos. Eran los tiempos de eslóganes como “mi cuerpo es mío” o “abajo el sistema”. Aunque a ella, lo que verdaderamente le interpelaba era la cuestión de la muerte, donde la razón no podía satisfacerla con ninguna respuesta.
En 1987, su hermana mayor le presentó a un sacerdote, su párroco. Y, al conocerlo, rompió a llorar, avergonzada, “¡como si fuera una niña pequeña!”. En ese momento cree que el Espíritu Santo tocó su corazón desencadenando una lucha cuerpo a cuerpo con Jesús y con la Iglesia, que siempre le han parecido inseparables. El combate duró dos años.
Renunció a su trabajo, dejó Florencia y regresó con sus padres. En un retiro espiritual, una frase le impacta, “hay que enamorarse de dos ojos”. Y se enamoró de Jesús, una persona a quien amar, con quien desposarse en la dinámica más humana del amor. En 1992 se consagró. En realidad, hubo algunos signos en una adolescencia turbulenta. La religiosa, que ahora tiene 59 años, recuerda una voz cuando solo tenía 13 años que le decía claramente “te convertirás en religiosa y franciscana”.
Roberta, conversa, estaba convencida de que debía recluirse. Fue su obispo, el cardenal Ennio Antonelli, quien entendió que debía hacer algo diferente con la energía y la donación total de aquella mujer. Pensó en una consagración franciscana al servicio de la evangelización de la diócesis mediante votos religiosos. Franciscana porque ella es de Umbría y, sobre todo, por su obediencia a la Iglesia. Era lo más difícil, “y sin embargo él, pobre y desnudo, es abrazado por el obispo y esta es la imagen de mi propia vida”. La obediencia se convirtió en una aventura. ¿Pero monja franciscana, sin convento? Hay otras mujeres que ya han vivido con esa regla a lo largo de la historia. En la Iglesia primitiva había mujeres que obedecían a los obispos viviendo en la realidad de la diócesis, de las parroquias.
Vinerba estudió teología y encontró muchas similitudes en la literatura que siempre le gustó, por ejemplo, la respuesta al grito del hombre a lo largo de su historia. Desempeñó la labor de trabajadora social con pacientes de SIDA: “A mi lado falleció el primer niño de SIDA en Perugia”.
Pero lo más extraño aún es que esta religiosa tan racional, culta, acostumbrada a la química –y, como persona inquieta, a sondear cada pequeño trozo de realidad– se haya vinculado a uno de los movimientos que se suele considerar más irracional como es la Renovación en el Espíritu. “Durante dos años fui a sus oraciones diciéndome a mí misma que yo no era como ellos”. Estaban en su parroquia. Tras profundizar en San Pablo, entendió que una cosa es la razón y otra el racionalismo. La razón debe detenerse y abrirse a la libertad del Espíritu. Por eso, destaca que “la Renovación no es un movimiento al que inscribirse, sino que es una experiencia ofrecida, una propuesta de gracia al servicio de la Iglesia”. “En las oraciones comunes, llamadas oraciones de curación, se sana verdaderamente porque se ven hermosas historias, matrimonios reconstruidos, vidas cambiadas y hombres y mujeres endurecidos que regresan a los sacramentos”, dice.
Como le pasó a ella. Que odió a la Iglesia y a su Papa hasta el punto de romper a llorar por el disparo fallido de Ali Agca a Juan Pablo II. Pero luego, estudió a Ratzinger, su pensamiento y su visión: “Enseguida bebí cada palabra suya”. Y gracias a Ratzinger volvió a Juan Pablo II y se sumergió en la encíclica ‘Veritatis splendor’. Para ella es “un hito en mi viaje teológico. Yo, que buscaba la libertad a toda costa, encontré allí la libertad cristiana, que es la obediencia a lo que buscaba, la verdadera respuesta a la pregunta por el sentido”.
En Tor Vergata, en la JMJ del Jubileo del 2000, vivió una llamada dentro de la llamada cuando Juan Pablo II dijo: “Veo en vosotros a los centinelas del mañana”. “Fui de las primeras en entrar a la basílica cuando murió y expusieron su cuerpo. Le pedí perdón. Fue un ‘kairós’”, recuerda. Hoy la parroquia de Perugia en la que trabaja Sor Roberta está dedicada a San Juan Pablo II. Es una comunidad luminosa y viva con muchos jóvenes a los que acompañar en su camino de fe. La evangelización, la pastoral, el estudio y la enseñanza son su vocación.
Sus alumnos son candidatos al sacerdocio, a la vida religiosa y muchos laicos que se preparan para ser profesores de religión. Son hombres y mujeres que buscan sentido y fundamento para su fe, “porque quien está interesado en ciencias religiosas desea entrar en diálogo con las cuestiones más serias y profundas”, explica.
Más laicos y menos religiosos. La crisis de vocaciones se hace sentir y no basta apelar al dramático descenso demográfico.
“Pero donde hay un anuncio verdadero y constante de la palabra de Dios, llegan las vocaciones. Cristo está siempre vivo y, por eso, es imposible que ya no llame. Quizás haya poco anuncio y predicación que no abra los cielos a nuestros hermanos”, asegura.
“¿Por qué hacerse sacerdote o monja? ¿Para hacer buenas obras?”, preguntamos.
“Para tener la respuesta a la pregunta última, la muerte. Cristo venció y por eso vale la pena seguirlo. Me convertí por eso, porque creo porque existe el Cielo. ¿Por qué comportarse bien si no hay algo que explique el bien?”, se pregunta en su respuesta.
Le pregunto si realmente el anuncio de Cristo puede pasar también a través de las redes sociales, dado que las usa para proponer oraciones, conversar, ofrecer encuentros o reflexiones sobre la realidad. También lo hace en radio y televisión. En el programa de televisión ‘Sulla Strada’, de TV2000, comenta el Evangelio dominical. Es la primera vez que se ocupa de ello una mujer en la televisión de los obispos italianos. De nuevo, sor Roberta Vinerba es la protagonista de una novedad.
Así, las redes sociales se hacen útiles como todo medio de comunicación, dado que necesitamos comunicar el Evangelio. Y la Iglesia ha sido pionera en los medios de comunicación desde el Papa León XIII que por primera vez hizo oír su voz a través de un micrófono. “Por supuesto, hay que elegir cómo. No todas las plataformas son adecuadas porque la fe, desde los primeros amigos de Jesús como Andrés o Juan, se comunica por atracción, por contagio. Alguien que tiene alegría de vivir te convence”. Y ella lo consigue porque su alegría rebosa.
*Reportaje original publicado en el número de febrero de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva