Hoy se cumplen 19 años del fallecimiento del papa Juan Pablo II, quien fallecía el 2 de abril de 2005 a los 84 años y 11 meses, tras uno de los pontificados más largos de la historia: casi 27 años. Al cumplirse 19 años del fallecimiento del papa Wojtyła, Vida Nueva recoge 1+9 breves textos del papa polaco.
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Abrir las puertas a Cristo
“¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce ‘lo que hay dentro del hombre’. ¡Sólo El lo conoce!” (Homilía al comienzo del pontificado, 22 de octubre de 1978).
La fuerza del amor
“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor … revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad” (Encíclica ‘Redemptor Hominis’, 4 de marzo de 1979, núm. 10).
La fuerza de la debilidad
“Quienes participan en los sufrimientos de Cristo tienen ante los ojos el misterio pascual de la cruz y de la resurrección, en la que Cristo desciende, en una primera fase, hasta el extremo de la debilidad y de la impotencia humana; en efecto, Él muere clavado en la cruz. Pero si al mismo tiempo en esta ‘debilidad’ se cumple su ‘elevación’, confirmada con la fuerza de la resurrección, esto significa que las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetrados por la misma fuerza de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo” (Carta apostólica ‘Salvifici Doloris’, 11 de febrero del año 1984, núm. 23).
Oportunidad de crecimiento personal
“El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al ‘materialismo práctico’, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo … En semejante contexto el ‘sufrimiento’, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es ‘censurado’, rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a su supresión” (Encíclica ‘Evangelium Vitae’, 25 de marzo de 1995, núm. 23).
El sentido del sufrimiento
“Vivir para el Señor significa también reconocer que el sufrimiento, aun siendo en sí mismo un mal y una prueba, puede siempre llegar a ser fuente de bien. Llega a serlo si se vive con amor y por amor, participando, por don gratuito de Dios y por libre decisión personal, en el sufrimiento mismo de Cristo crucificado. De este modo, quien vive su sufrimiento en el Señor se configura más plenamente a Él y se asocia más íntimamente a su obra redentora en favor de la Iglesia y de la humanidad” (Encíclica ‘Evangelium Vitae’, 25 de marzo de 1995, núm. 67).
Ofrecer el dolor
“Vosotros que vivís bajo la prueba, que os enfrentáis con el problema de la limitación, del dolor y de la soledad interior frente a él, no dejéis de dar un sentido a esa situación. En la cruz de Cristo, en la unión redentora con El, en el aparente fracaso del Hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la humanidad, en el valor de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta. Mirad hacia El, hacia la Iglesia y el mundo y elevad vuestro dolor, completando con El, hoy, el misterio salvador de su cruz” (Encuentro con el enfermos en la basílica del Pilar en Zaragoza, 6 de noviembre de 1982).
Esperanza frente al miedo
“Para que el milenio que está ya a las puertas pueda ser testigo de un nuevo auge del espíritu humano, favorecido por una auténtica cultura de la libertad, la humanidad debe aprender a vencer el miedo. Debemos aprender a no tener miedo, recuperando un espíritu de esperanza y confianza. La esperanza no es un vano optimismo, dictado por la confianza ingenua de que el futuro es necesariamente mejor que el pasado. Esperanza y confianza son la premisa de una actuación responsable y tienen su apoyo en el íntimo santuario de la conciencia, donde el hombre está solo con Dios, y por eso mismo intuye que ¡no está solo entre los enigmas de la existencia, porque está acompañado por el amor del Creador!” (Discurso ante la ONU, 5 de octubre de 1995).
Cruzar el umbral de la esperanza
“Muchos peligros se ciernen sobre el futuro de la humanidad y muchas incertidumbres gravan sobre los destinos personales, y a menudo algunos se sienten incapaces de afrontarlos. También la crisis del sentido de la existencia y el enigma del dolor y de la muerte vuelven con insistencia a llamar a la puerta del corazón de nuestros contemporáneos. El mensaje de esperanza que nos viene de Jesucristo ilumina este horizonte denso de incertidumbre y pesimismo. La esperanza nos sostiene y protege en el buen combate de la fe … Hoy no basta despertar la esperanza en la interioridad de las conciencias; es preciso cruzar juntos el umbral de la esperanza” (Audiencia general del 11 de noviembre de 1998).
Los jóvenes son nuestra esperanza
“Vosotros sois jóvenes, y el Papa es anciano; 82 u 83 años de vida no es lo mismo que 22 o 23. Pero aún se identifica con vuestras expectativas y vuestras esperanzas. Jóvenes de espíritu, jóvenes de espíritu. Aunque he vivido entre muchas tinieblas, bajo duros regímenes totalitarios, he visto lo suficiente para convencerme de manera inquebrantable de que ninguna dificultad, ningún miedo es tan grande como para ahogar completamente la esperanza que brota eterna en el corazón de los jóvenes. Vosotros sois nuestra esperanza, los jóvenes son nuestra esperanza. No dejéis que muera esa esperanza. Apostad vuestra vida por ella. Nosotros no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; al contrario, somos la suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra capacidad real de llegar a ser imagen de su Hijo” (Homilía en la misa de clausura de la JMJ de Toronto en Canadá, 28 de julio de 2002).
A la Casa del Padre
“Soy feliz, séanlo también ustedes. No quiero lágrimas. Recemos juntos con satisfacción. En la Virgen confío todo felizmente”. “Dejadme ir a la Casa del Padre” (Palabras de los últimos días, dichas a su secretario Stanisław Dziwisz).