“Decir Malvinas es decir identidad nacional, es decir Patria, es decir historia”, aseguró el arzobispo porteño
En la Catedral Metropolitana se homenajeó a los héroes de la guerra de Malvinas, a 42 años del desembarco en las Islas para su recuperación. La celebración estuvo presidida por el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, Jorge García Cuerva.
Expresó que cada 2 de abril hay motivos para llorar porque, aunque vivimos en una cultura que quiere esconder la muerte, el dolor y el sufrimiento, al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, los que son dejados de lado, los despreciados, pero los que llevan una vida más o menos sin necesidades no saben llorar.
Como ciertas realidades se ven mejor con los ojos limpios por las lágrimas, invitó a que cada uno se pregunte si aprendió a llorar cuando ve un niño con hambre, un adolescente drogado, un padre desesperado por llevar el pan a su familia o un jubilado que no puede comprar su medicación. O se trata de un llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más.
Recordó que Jesús, en el Evangelio, lloró por el amigo muerto; lloró en su corazón por aquella familia que había perdido a su hija, o cuando vio a esa madre viuda que llevaba a enterrar a su hijo. Se conmovió cuando vio a la multitud como ovejas sin pastor. “Seamos valientes, no tengamos miedo a llorar”, expresó García Cuerva, parafraseando al papa Francisco en el discurso que brindó a los jóvenes, en enero del 2015 en Manila.
El arzobispo porteño enumeró los motivos por los que Argentina llora: “Lloramos porque nos duelen los 649 combatientes fallecidos y más de mil heridos; lloramos porque nos duele la guerra, nos duele el olvido, nos duele la utilización ideologista de la causa Malvinas; lloramos tantas promesas incumplidas; lloramos fracasos y frustraciones; lloramos también los muertos de la pandemia; lloramos de dolor, lloramos de tristeza, y también lloramos de bronca; lloramos porque nos duele la Patria”, aseveró.
Asimismo, trajo a la memoria las palabras que el Santo Padre mencionó ante el presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez (Vaticano, octubre 2020). Dijo, en aquel entonces, que es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación y desfiguran la patria. Compartió un poema que el Papa recordó como el réquiem más doloroso y bello que había leído: “Se nos murió la patria”, de Jorge Dragone:
“Se nos murió la Patria, hace ya tiempo, en la pequeña aldea.
Era una patria casi adolescente. Era una niña apenas.
La velamos muy pocos: un grupito de chicos de la escuela.
Para la mayoría de la gente era un día cualquiera.
Pusimos sobre el blanco guardapolvo las renegridas trenzas,
la Virgen de Luján y una redonda y azul escarapela.
Unos hombres muy sabios opinaban:
Fue mejor que muriera. Era sólo una patria, nos decía la gente de la aldea.
Pero estábamos tristes.
Esa patria era la patria nuestra.
Es muy triste ser huérfano de patria. Luego nos dimos cuenta”.
El titular de la arquidiócesis de Buenos Aires relacionó el texto del Evangelio en el que María Magdalena se asoma al sepulcro y ve a dos ángeles vestidos de blanco que le preguntan por qué llora con el acontecimiento de Malvinas. Y expresó: “Me animo, en el contexto de esta misa, a hacer una interpretación libre, y ponerle nombre a estos dos ángeles: Gran Malvina y Soledad” (nombre de cada una de las islas).
Seguidamente, manifestó que esos dos hombres de blanco son indicio de que algo extraordinario e impensado: Jesús había resucitado; Dios venció a la muerte para siempre; para nosotros recordar Malvinas es fuente de esperanza y regocijo, de orgullo, de heroísmo y de soberanía. “Decir Malvinas es decir identidad nacional, es decir Patria, es decir historia, presente y futuro, es decir fraternidad porque la causa de Malvinas nos une“, ratificó García Cuerva.
Afirmó que así como María Magdalena no se quedó hundida en el dolor ni se derrumbó por la tristeza, pidió ser capaces de pedir el don de las lágrimas para ver más claro, para limpiar la mirada, llenarnos de esperanza, divisando desde la costa patagónica aquellas hermanas Soledad, Gran Malvinas y todas las islas del Atlántico sur.
“Que nuestras lágrimas y la sangre de nuestros héroes fecunden nuestra amada Argentina para que, de una vez y para siempre, germinen frutos de solidaridad, justicia, y paz para todos sus habitantes”, suplicó el obispo, mientras pidió la intercesión de Virgen de Luján para que, como Madre, acaricie y cure las heridas no cicatrizadas de la guerra.