En 1998, a partir de “la escucha atenta de los clamores, deseos y esperanzas de los pueblos amazónicos”, el jesuita Claudio Perani, fundó el Equipo Itinerante, en el que un grupo de personas se entregaban en cuerpo y alma a una misión: ser parte integral de los pueblos originarios. A lo largo de estos 25 años, el colectivo ha ido evolucionando su idiosincrasia y, si bien nació bajo el aliento de la Compañía de Jesús, hoy, en colaboración con el Consejo Indigenista Misionero (CIMI) y otras instituciones, es una realidad intercongregacional e interinstitucional, habiendo varias comunidades religiosas comprometidas, pero también otras entidades de distinto signo, así como laicos.
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Ahora mismo, el grupo está compuesto por 22 personas de hasta seis países diferentes. De ellas, 13 son representantes del territorio y las nueve restantes son voluntarios enviados y sostenidos por sus comunidades de origen: desde una parroquia a una congregación religiosa. Entre los laicos, también hay una gran diversidad, estando comprometidas incluso familias. Todos tienen historias y bagajes previos propios, pero, como enfatiza el Equipo, ya les une una misma pasión: estar presentes “en aquellos lugares de la Amazonía donde se encuentran los pueblos excluidos, los derechos humanos son violados y el aspecto socioambiental está más amenazado”.
Apoyo de Entreculturas
Aprovechando su paso por Madrid, traídas por la ONG jesuita Entreculturas, muy implicada en el Equipo Itinerante, Vida Nueva ha podido hablar con dos representantes del grupo: la laica portorriqueña Marita Bosch y la brasileña agustina Fátima Barbosa. La primera, de origen español (nació en Valencia, aunque a los seis años su familia se marchó a Puerto Rico), fue enviada por su comunidad parroquial para ser su representante en este proyecto: “Llevo ocho años viviendo en la Amazonía. He pasado por diferentes países y ahora estoy en Brasil. Si algo puedo destacar es que este es un servicio que se suma a otros servicios. Tratamos de llegar donde no llegan las instituciones, por lo que estamos presentes en regiones muy alejadas y de difícil acceso”.
Pero más allá de “estar”, se trata de “escuchar” a los pueblos con los que se comparte todo. Y, desde ahí, el verbo clave: “Tejer”. De un modo “gratuito”, el fin es generar comunidad y encarnar “la unidad en la diversidad”, vinculando “el campo y la ciudad” e impulsando “procesos” en los que todos buscan “sumar” desde lo que son. Lo que, para Marita, lleva a un segundo paso: “De cara al resto de la gente, hay que comunicar, anunciar y denunciar, pues somos testigos de situaciones gravísimas”.
El capitalismo empobrecedor
Fátima, natural de la población brasileña de Manaos y cuya congregación lleva en el Equipo Itinerante desde el primer momento, apunta que “aquí vemos cómo el capitalismo y el mercantilismo nos empobrecen humanamente. Cuando convives con las comunidades originarias y aprendes con su diversidad, pues la Amazonía es inmensa y hay numerosos pueblos, todos ellos con su propia identidad cultural, te enriqueces personalmente. Pero, al mismo tiempo, lamentas las presiones externas de quienes se están empobreciendo humanamente por alejarse de su originalidad”.
Así, “al irnos separando de la naturaleza”, nos abocamos a un abismo que puede llevarse por delante todo lo conocido. Para evitarlo, un espejo en el que mirarnos es el que nos ofrecen “las comunidades amazónicas, que viven en armonía con su tierra”. Una experiencia honda, espiritual, que forma parte de una “cosmovisión”. Pero que, pese a generar tantas cosas positivas, hoy está “amenazada” por las grandes empresas y multinacionales que tratan de hacerse con regiones enteras, expulsando a sus ancestrales pobladores, contaminando sus ríos y arrasando su tierra.
Con las selvas de cemento
Frente a ello, Marita defiende que “debemos tejer alternativas, no solo a nivel de territorios o instituciones, sino desde la certeza de que no habrá solución sin que una selva tenga en cuenta a las demás. Todos, unidos, debemos comprometernos. También las selvas de cemento, es decir, los habitantes de las ciudades. Yo misma vengo de una y para mí este entorno no era el propio, pero aquí me he impregnado de la cultura del cuidado de todo lo que nos importa, extendiéndose a toda la Casa común”.
Desde la conciencia de que “la selva son muchos árboles, pero también muchas personas”, hay que “sumar” a muchos, cuantos más mejor. Y es que “la realidad nos sobrepasa” y es un caminar ciertamente “peligroso”, pues se levantan ante ellos muchos molinos de viento que en realidad esconden a gigantes: “La minería, las guerrillas, los narcos”. Por ello, son bienvenidas todas las manos amigas que se unen a una alianza por la vida, como pueden ser: Fe y Alegría, el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) y Refugiados (SJR), la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), etc.
Experiencia de fe
Pese a las dificultades, Fátima llama a mirar hacia lo alto: “A nivel de fe, esta presencia misionera me está enriqueciendo mucho. Es un regalo esta diversidad creyente. En el caso de los pueblos indígenas, me nutre su visión, con una presencia tan fuerte de la naturaleza, en una relación armónica con lo espiritual. Con ellos se vive esa energía, ese espíritu creador. En este proyecto conviven diferentes maneras de vivir la religión, pero, en el intercambio, todos ganamos. Las diferencias suman, no separan. Como algunos pueblos dicen y practican en los encuentros que se extienden hasta la aurora, hay que dejar que la Palabra amanezca… Aquí la vida tiene otro ritmo y me ayuda a estar más cerca de Dios”.
Fotos: Jesús Reyes Rojas.