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¿Por qué Benedicto XVI renunció al título de “patriarca de Occidente”… y por qué lo recupera ahora Francisco?

  • Ratzinger lo eliminó porque, hoy, tal concepción trasciende a “Europa occidental” y ya “se extiende desde Estados Unidos a Australia y Nueva Zelanda”
  • Bergoglio lo sitúa en clave de diálogo interreligioso y acepta que los ortodoxos vieron en ello una “renuncia a la tradición común del primer milenio”





Pocos meses después de suceder a Juan Pablo II, Benedicto XVI, en la edición de 2006 del Anuario Pontificio, aparecía citado con ocho títulos ligados a su condición papal: obispo de Roma, vicario de Jesucristo, sucesor del príncipe de los apóstoles, sumo pontífice de la Iglesia universal, primado de Italia, arzobispo y metropolitano de la provincia romana, soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano y siervo de los siervos de Dios. Pero, por primera vez en siglos, se eliminaba la novena nomenclatura: patriarca de Occidente.



Entonces, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos lo explicó en un clarificador comunicado que señalaba que, “actualmente, el significado del término ‘Occidente’ se enmarca en un contexto cultural que no se refiere únicamente a Europa occidental, sino que se extiende desde Estados Unidos a Australia y Nueva Zelanda, diferenciándose de este modo de otros contextos culturales. Obviamente, este significado del término ‘Occidente’ no pretende describir un territorio eclesiástico, ni puede ser empleado como definición de un territorio patriarcal”.

Referencia a la Iglesia latina

Además, se esgrimía que, “si se quiere dar a este término un significado aplicable al lenguaje jurídico eclesial, se podría comprender solo con referencia a la Iglesia latina. Por tanto, el título ‘patriarca de Occidente’ describiría la especial relación del obispo de Roma con esta última, y podría expresar la jurisdicción particular del obispo de Roma para la Iglesia latina”. Pero, si este título ya “era poco claro desde el inicio”, con el discurrir histórico “se hizo obsoleto y prácticamente no utilizable”.

Por eso, “no tiene sentido insistir en mantenerlo, sobre todo teniendo en cuenta que la Iglesia católica, con el Concilio Vaticano II, halló para la Iglesia latina, en la forma de las Conferencias Episcopales y de sus reuniones internacionales de Conferencias Episcopales, el ordenamiento canónico adecuado a las necesidades actuales”.

Para aportar otro argumento más, el cardenal Achille Silvestrini, quien fuera con Wojtyla prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, sentenció que, con dicha renuncia, se buscaba “un estímulo para el diálogo ecuménico”. Y es que, si bien “en el pasado, el patriarcado de Occidente estaba enfrentado al de Oriente”, entonces, Benedicto XVI podría intentar “eliminar esta rivalidad”.

Se acepta el primado del obispo de Roma

Sin embargo, si bien este razonamiento parecía lógico en el ámbito católico, no se entendió igualmente en el seno de la ortodoxia, a la que se pretendería acercarse. Algo que, en una entrevista con ‘Vida Nueva’ con motivo de la pasada visita a Madrid del patriarca de Constantinopla, Bartolomé, explicó así el arzobispo metropolitano ortodoxo de España y Portugal, Bessarión Komzias: “Nuestra tradición común dice que la cátedra de la Iglesia de Roma es la personalización de la primera Iglesia en el amor. Nosotros nunca hemos negado el primado del obispo de Roma. Después de celebrarse siete conjuntos, tras el cisma, nunca volvimos a convocar un sínodo ecuménico, pues no podría venir el primero de los obispos, que es el de Roma. Ahora, todos esperamos el momento de la unión para volver a convocar un sínodo ecuménico en el que estemos todos y demos un testimonio común de amor, con la voz y con el corazón”.

Así, para Bessarión, es claro que “el obispo de Roma no debe abandonar su primado. En todo grupo siempre hay un primero y que es el punto visible de la unidad. Lo que hay que avanzar es en la interpretación correcta del primado como un servicio, en una diaconía. Bartolomé defiende esta noción del primado como un ‘primus inter pares’, un coordinador”.

Todo porque “el sentido profundo de la sinodalidad es el conocimiento mutuo. Es la ‘sinaxis’, que se traduce del griego como ‘asamblea, encuentro’. Ese es el Sínodo, el reconocernos como Iglesias locales y como miembros de una comunidad más amplia. Esta noción siempre ha estado presente en la Iglesia de Oriente y los propios papas lo han definido como un regalo”.

La carta de Ioannis Zozioulas

Y ahí es cuando Bessarión lamentó la decisión de Benedicto XVI de eliminar de sus títulos el de patriarca de Occidente: “El entonces metropolita de Pérgamo, Ioannis Zozioulas, le escribió una carta para lamentar este paso, pues suponía una renuncia a la tradición común del primer milenio. De hecho, todos valoramos a Ratzinger como un papa con una personalidad única. Era un gran teólogo y alguien que amó mucho a los ortodoxos, a los que, como dijo, aprendió a amar gracias a algunos alumnos suyos con nuestra fe”.

Terminemos este texto con un breve apunte histórico con el fin de ampliar la panorámica. En el primer cristianismo tras su alumbramiento por Jesús, las tres Iglesias locales más potentes eran Roma, Antioquía y Alejandría. Posteriormente, con el Primer Concilio de Constantinopla, en 381, y el Concilio de Calcedonia, en 451, pese a las evidentes reservas desde el papado, asentado en Roma, emergieron con fuerza Constantinopla y Jerusalén, hablándose de una Pentarquía.

Entonces, era para todos evidente, y más con la división del Imperio Romano y la conformación del Imperio Bizantino, que Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Jerusalén pertenecían a Oriente, mientras que Occidente seguía situado en los restos del Imperio Romano Occidental. Pero, cuando este cayó y su vertiente política se difuminó, el Papa, en virtud de su peso espiritual, asumió de un modo simbólico ser la cabeza de Occidente.  Y el cisma, con un Oriente que rechazaba un estilo de gobierno y comunión basado en la centralización, ya estaba ahí…

El primero de los cinco patriarcas

En la nota citada al principio del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, este recordaba que, “en Oriente, en el ámbito del sistema eclesiástico imperial de Justiniano (527-565), junto a los cuatro patriarcados orientales (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén), el Papa era considerado patriarca de Occidente. Inversamente, Roma privilegió la idea de las tres sedes episcopales petrinas: Roma, Alejandría y Antioquía. Sin usar el título de ‘patriarca de Occidente’, el IV Concilio de Constantinopla (869-70), el IV Concilio de Letrán (1215) y el Concilio de Florencia (1439), incluyeron al Papa como el primero de los cinco patriarcas de entonces”. Así, “el título de ‘patriarca de Occidente’ lo empleó, en el año 642, el papa Teodoro I y tan solo volvió a aparecer en los siglos XVI e XVII, debido a que los títulos del papa se multiplicaron. En el Anuario Pontificio apareció por primera vez en 1863”.

Como vemos, a lo largo del tiempo, este título ha tenido diferentes acentos internos y ha despertado distintos ecos externos. Pero parece un hecho que hoy, rescatando el título de patriarca de Occidente (lo que Francisco habría hecho tras una consulta previa a Bartolomé, según han apuntado algunos vaticanistas), el Papa se pone al nivel que los patriarcas de las lglesias orientales. Los mismos que, por cierto, sienten que “la cátedra de la Iglesia de Roma es la personalización de la primera Iglesia en el amor”.

Ahora, la gran pregunta es la siguiente: ¿estamos más cerca de que se pueda convocar “un sínodo ecuménico en el que estemos todos y demos un testimonio común de amor, con la voz y con el corazón”?

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