Se muestra convencido de que “la parroquia sigue siendo una estructura pastoral necesaria”, aunque admite la urgencia de una “conversión pastoral” que haga de ella “el lugar donde se valoren y sean llamados a colaborar la multiplicidad de ministerios y carismas que hay en la comunidad”. Para contribuir a este objetivo, y a que los pastores tengan a su disposición herramientas para conseguirlo, José San José Prisco (Valladolid, 1966) –sacerdote de los Operarios Diocesanos y catedrático de Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Salamanca– acaba de publicar un ‘Manual para párrocos’ (Ediciones Sígueme) en el que ‘Derecho canónico y acción pastoral’ caminan de la mano en auxilio del día a día de la vida parroquial.
PREGUNTA.- ¿Cuáles son los principales desafíos a los que se enfrentan hoy los párrocos desde un punto de vista canónico?
RESPUESTA.- No creo que existan desafíos que puedan mirarse desde un punto de vista exclusivamente canónico, ya que el derecho canónico está al servicio de la pastoral y depende de ella. En todo caso, el principal desafío, en términos generales, es dejar de entender la parroquia como una estructura, una organización, un territorio o un templo para entenderla en lo que realmente es: una comunidad de fieles que profesan la fe, celebran los sacramentos y se entregan al servicio de los más pobres. Ser párroco no es dirigir una empresa, sino construir una comunidad que es la familia de Dios, lugar de encuentro, de acogida y de integración de la diversidad.
P.- ¿Se ha quedado obsoleta la parroquia como estructura pastoral? ¿Qué problemas arrastra del pasado?
R.- La parroquia es una institución muy antigua en la Iglesia, que se ha mostrado pastoralmente muy eficaz y que lo sigue siendo hoy. No pienso que haya quedado desfasada o que ya no sea necesaria. Como señala el mismo papa Francisco, no es una estructura caduca dada su gran plasticidad, es decir, que puede tomar formas muy diversas según las diferentes circunstancias y la creatividad misionera del pastor y del compromiso de la comunidad. Como señalo en el libro, la parroquia sigue siendo una estructura pastoral necesaria, aunque, al mismo tiempo, sea insuficiente por sí misma y necesite para cumplir plenamente su misión la colaboración con otras parroquias, asociaciones, nuevos movimientos y comunidades, realizando un trabajo “en red”.
P.- ¿Por qué ha perdido presencia la parroquia en medio de nuestros barrios? ¿Es solo achacable a la creciente secularización de la sociedad?
R.- Es innegable que nuestra sociedad está evolucionando vertiginosamente, lo que ha provocado cambios considerables que han afectado directamente a la vida de las parroquias: una situación de verdadero “suicidio demográfico”, crisis de sentido y de valores no menos preocupante, la práctica religiosa a la baja, la reducción y envejecimiento imparable de las comunidades cristianas y de los propios sacerdotes, la mayor movilidad de las personas, la escasa transmisión de la fe en las familias… Pero también es cierto que muchas parroquias, herederas de una sociedad de cristiandad que ya no existe, se han orientado a una pastoral que algunos han denominado “conservadora”, centrada en atender a los que están de hecho y participan de la vida y de las actividades que se planifican desde la parroquia, pero con pocas posibilidades de salir a buscar a los que no están, de ser una parroquia misionera.
P.- ¿Dónde deben operarse los cambios para que la parroquia responda a esa vocación misionera y evangelizadora de la Iglesia? ¿En las personas?, ¿en los métodos?, ¿en la propia estructura organizativa de la institución?…
R.- Hay que reconocer que si parte del pueblo de Dios no experimenta su pertenencia a la Iglesia se debe en ocasiones a la existencia de unas estructuras y un clima poco acogedores en las parroquias, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas de la vida de la gente. En muchas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización. Creo que el reto más urgente para la parroquia, en una Iglesia inmersa en el camino sinodal, es que se convierta en el lugar donde se valoren y sean llamados a colaborar la multiplicidad de ministerios y carismas que hay en la comunidad. No se puede salir hacia las periferias, responder a la vocación misionera de la parroquia, sin agentes implicados en esta tarea.
Esto significa replantear también el concepto mismo de parroquia. Un ejemplo muy real: en mi entorno, la despoblación de las zonas rurales ha hecho que sigan considerándose parroquias pequeños núcleos urbanos que no superan el centenar de habitantes, donde apenas una decena de personas acuden a la misa dominical, donde raramente se celebran bautizos o bodas, donde no hay niños ni jóvenes en catequesis… No son verdaderas comunidades en las que se visualice la comunidad eclesial que la parroquia está llamada a ser. Pero canónicamente son parroquias. Es necesario racionalizar este desajuste entre lo canónico y la realidad. No podemos seguir identificando templos con parroquias. Es un error. En el lado contrario, en las grandes ciudades, el problema que requiere solución es lo que podríamos denominar “nomadismo parroquial”, que tiene como principal característica la elección libre de la parroquia en la que el fiel desea vivir su fe en detrimento del criterio general de la territorialidad. (…)