Los obispos han preparado una guía para proponer una metodología especial y momentos espirituales concretos a vivir
‘Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz’. Bajo este lema la Iglesia colombiana se prepara para celebrar este 21 de abril la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, convocada por el papa Francisco.
Con una semana vocacional incluida – iniciada este 14 de abril –, la Conferencia de obispos ha preparado también un documento guía con el que propone una metodología especial y momentos espirituales concretos a vivir.
Manuel Hernando Vega, director de los departamentos de ministerios ordenados y vida consagrada del Episcopado, explicó que “el acompañamiento del discernimiento vocacional exige en gran medida tener certezas en cuanto a la recta intención y las suficientes motivaciones que garanticen la capacidad para asumir las exigencias del seguimiento de la persona de Jesús y la configuración con Cristo, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote”.
Por tanto, un aspirante al seminario o casa de formación “opta por el ministerio ordenado o la vida consagrada, manifestada en la docilidad para asumir las exigencias de los procesos formativos, pero sobre todo, de probar una auténtica vida cristiana”.
Plantea la oración como “una acción necesaria e inherente de la tarea vocacional”, sin embargo, “no es que la oración tenga ese fin, ni mucho menos que en ella recibamos respuestas inmediatas a nuestros interrogantes”, sino que “ conlleva un ejercicio de discernimiento, porque pone la realidad de la propia vida en contacto con el querer de Dios”.
El sacerdote colombiano, en este caso, ha mencionado cuatro rasgos de la oración para que esta pueda enriquecer la respuesta vocacional: Primero, “la oración siempre ha de estar centrada en la Palabra de Dios, puesto que la oración nos exige la escucha de la Palabra del Señor, en ella descubrimos la voluntad de Dios y los grandes valores y criterios del Evangelio”.
En segundo lugar, la oración “se realiza desde la propia realidad, en ella ponemos la verdad de nuestra vida, sin apariencias, ni ocultamientos, con el deseo de dejarnos transformar por la verdad del Evangelio, en la aceptación de nuestras propias limitaciones”.
Tercero, la oración “no es egoísta, ni aislada, tiene un profundo sentido comunitario, eclesial, en la oración nos ponemos en el mundo y al servicio de él, en la oración nos hacemos puentes entre Dios y las realidades de los hombres, es en este rasgo que surgen las motivaciones de servicio y entrega a los demás”.
Por último, la oración “ayuda a definir las capacidades y la generosidad, exigidas para optar por el seguimiento de Cristo, casto, pobre y obediente y configurar el corazón con Él, en el ministerio ordenado o la vida consagrada en los diversos carismas que el Espíritu da a la Iglesia”.
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