Que Europa quedara destrozada durante medio siglo por las dos grandes guerras no fue razón suficiente para que la música continuara alcanzando un formidable desarrollo. A pesar de ser un período convulso, floreció en todo su esplendor, sobre todo en Alemania, una de las protagonistas esenciales de la contienda. Para hablarnos de la relación entre Hitler y los músicos alemanes nace ‘Los músicos de Hitler’ (Berenice), que, junto con ‘Los músicos de Stalin’, completa el panorama cultural-musical de una parte del siglo pasado.
PREGUNTA.- ¿Era Hitler un buen aficionado a la música?
RESPUESTA.- Sabía escuchar la música, pero de manera muy condicionada a lo alemán. Amaba la de Wagner en primer lugar, pero también la de Bruckner o la misma opereta. De joven asistió en primera fila al estreno de ‘Salomé’, de Richard Strauss, y quedó fascinado. Oscar Wilde, autor del libreto, no tenía, precisamente, una visión nacionalista del mundo.
P.- ¿Y Wagner fue la gran excusa cultural para justificar su revolución nacionalsocialista?
R.- Sin duda. Wagner encerraba todo lo que Hitler creía que podía simbolizar su revolución: una gran exaltación de la belleza hecha carne a través de símbolos como la autoridad, las tradiciones alemanas y la refulgencia de la raza pura.
P.- ¿Dónde radica la importancia del compositor?
R.- El gran legado wagneriano es cien por cien musical. Es el primer compositor alemán que rompe el paradigma compositivo: renuncia a las formas académicas abstractas para situarse en una modelo de relato dramático en el que los personajes hablan, pero es la música que discurre tras ellos la que expresa su pensamiento.
P.- En el libro se centra en otras dos figuras clave: Richard Strauss y Arnold Schönberg, ¿por qué?
R.- Los dos comparten el mismo tronco wagneriano. Y los dos se independizan de él, pero por caminos opuestos. Strauss, a pesar de su modernidad, prolonga y estiliza la línea de la ópera romántica de Wagner, mientras que Schönberg desarrolla con todas las consecuencias los logros de ‘Tristán e Isolda’, rompiendo las reglas de la armonía tradicional. (…)
P.- ¿Era Hitler un hombre creyente? ¿Lo era Wagner?
R.- Hitler fue un hombre que no creyó más que en sí mismo. Nunca escuchó otra voz (ni interior ni exterior) que no fuera la suya propia. Estoy igualmente convencido de que, si el nacionalsocialismo hubiera triunfado, las próximas víctimas habrían sido los católicos. En cuanto a Wagner, fue antisemita y defensor de los judíos; ateo y creyente; burgués y revolucionario. Siempre lo uno y lo otro, al mismo tiempo. (…)