“Abrazar es una de las expresiones más espontáneas de la experiencia humana. La vida del hombre se abre con un abrazo, el de sus padres, el primer gesto de acogida, al que siguen muchos otros, que dan sentido y valor a los días y a los años, hasta el último, el de la despedida del camino terrenal. Y sobre todo está envuelto en el gran abrazo de Dios, que nos ama y nunca deja de tenernos cerca de sí, especialmente cuando volvemos después de habernos perdido”. Así ha comenzado hoy el papa Francisco su ‘catequesis’ sobre el abrazo impartida a la Acción Católica Italiana.
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“¿Cómo sería nuestra vida y cómo podría realizarse la misión de la Iglesia sin estos abrazos?”, se ha preguntado el Pontífice ante los miles de laicos italianos congregados en la plaza de San Pedro en el marco de la XVIII Asamblea Nacional de la Acción Católica. Por ello, el Jorge Mario Bergoglio párroco les ha compartido una reflexión sobre los tres tipos de abrazos que existen: el abrazo que falta, el abrazo que salva y el abrazo que cambia la vida.
El abrazo que falta
“A veces encontramos resistencias, de modo que los brazos se ponen rígidos y las manos se aprietan de forma amenazante, convirtiéndose ya no en vehículos de fraternidad, sino de rechazo, de oposición, incluso violenta a veces, signo de desconfianza hacia los demás, cercanos y lejanos, hasta el punto de provocar conflictos. Cuando el abrazo se convierte en puñetazo es muy peligroso. En el origen de las guerras suele haber abrazos perdidos o rechazados, a los que siguen prejuicios, incomprensiones, sospechas, hasta el punto de ver al otro como un enemigo. ¡Y todo esto desgraciadamente, hoy en día, está ante nuestros ojos, en demasiadas partes del mundo!”, ha señalado el Papa.
El abrazo que salva
“Desde el punto de vista humano, abrazarse significa expresar valores positivos y fundamentales como el cariño, la estima, la confianza, el aliento y la reconciliación. Pero se vuelve aún más vital cuando se vive en la dimensión de la fe. En efecto, en el centro de nuestra existencia está precisamente el abrazo misericordioso de Dios que salva, el abrazo del Padre bueno que se reveló en Cristo y cuyo rostro se refleja en cada uno de sus gestos: de perdón, de curación, de liberación, de servicio, y cuya revelación alcanza su culminación en la Eucaristía y en la Cruz, cuando Cristo ofrece su vida por la salvación del mundo, por el bien de quien lo acoge con corazón sincero, perdonando incluso a sus crucificadores. Y todo esto se nos muestra para que nosotros también aprendamos a hacer lo mismo. Por tanto, no perdamos nunca de vista el abrazo del Padre que salva, paradigma de vida y corazón del Evangelio, modelo de amor radical, que se nutre e inspira del don gratuito y siempre sobreabundante de Dios. Dejémonos abrazar por Él, como niños. Cada uno de nosotros tiene algo infantil en el corazón que necesita un abrazo. Dejémonos abrazar por el Señor. Así, en el abrazo del Señor aprendemos a abrazar a los demás”, ha dicho Francisco.
El abrazo que te cambia la vida
“Un abrazo puede cambiar tu vida, mostrarte nuevos caminos, caminos de esperanza. Hay muchos santos en cuya existencia un abrazo marcó un punto de inflexión decisivo, como san Francisco, que lo dejó todo para seguir al Señor después de tener cerca a un leproso. Y si esto era válido para ellos, también lo es para nosotros”, ha recordado el Pontífice.