Saludó una a una a las ochenta presas que le esperaban el patio de la cárcel. Una a una. Secando lágrimas. Regalando sonrisas y bendiciones. Así arrancó el viaje exprés de Francisco a Venecia para convertirse en el primer Papa de la historia en participar en la Bienal de Arte de la ciudad. Y lo materializó en la prisión de Giudecca, el lugar elegido por la Santa Sede para levantar un pabellón en la cumbre de creadores más popular del planeta. De hecho, son las propias internas quienes han trabajado mano a mano con diversos artistas para dar forma al proyecto.
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Entre rejas y ladrillos desgastados, Francisco tomó la palabra. Y antes de iniciar el discurso que traía de Roma, no pudo evitar compartir espontáneamente: “Todos somos hermanos aquí y nadie puede negar al otro”. Fue el punto de partida para explicar a las internas que “ocupan un lugar especial en mi corazón”. El aplauso de sus interlocutoras le permitió a Jorge Mario Bergoglio decirles que “no me gustaría que viviéramos este momento como una visita oficial del Papa, sino como un encuentro en el que, por la gracia de Dios, nos regalamos tiempo, oración, cercanía y afecto fraterno”.
Una realidad dura
“Todos saldremos de este patio muy enriquecidos, tal vez el más enriquecido sea yo”, comentó después y acarició tanto los errores como las cicatrices de las mujeres que le escuchaban. A partir de ahí, admitió que “la cárcel es una realidad dura”. De hecho, no dudó en denunciar “el hacinamiento, la falta de instalaciones y recursos, los episodios de violencia” que “generan mucho sufrimiento”. A la par, también puso en valor a la prisión como “lugar de renacimiento material y moral”.
Fue en este momento cuando el Papa se detuvo en una reivindicación: “Nadie quita la dignidad de la persona”. Lo repitió y recibió el respaldo de su auditorio. A la vez, el Papa entonó otra denuncia: “Por favor, no aislar la dignidad, sino dar nuevas posibilidades”.
Sana reinserción
Para Jorge Mario Bergoglio, “es fundamental que el sistema penitenciario también favorezca a los presos y reclusos herramientas y recursos para el crecimiento humano, espiritual, cultural y profesional, creando las condiciones para una sana reinserción”.
Al concluir su intervención, el pontífice argentino animó a las presas a no perder la esperanza que presentó, tanto como “una ventana para mirar el horizonte” como “un ancla que nosotros lanzamos, anclamos en el futuro y de la que tenemos la cuerda entre nuestras manos”.
Como regalo a las reclusas, el Papa les entregó un icono bizantino del Virgen que, en sus propias palabras, “representa la ternura de la Madre, una ternura que la tiene con cada uno de nosotros”. Las internas correspondieron entregándoles algunos de los productos que ellas elaboran en los diversos talleres de la prisión, como unos jabones o un solideo.